jueves, 16 de junio de 2011

Los que se resisten a morir (tercera entrada)

BREVE ENTREVISTA CON EL AUTOR

P: ¿Podrías explicar el argumento de la historia?
R: Claro. Pero mejor otro día.

FIN DE LA ENTREVISTA

Como quien no quiere la cosa, esta entrada parece que finaliza con una escena de final de episodio piloto, con la presentación de los actores ya formalizada y la trama definida. No era mi intención, pero al menos se le da sentido al título.

A partir de aquí mejora, al menos en una de las direcciones. Creo. 

* edit: he cambiado algunas cosillas sin importancia. si ves alguna falta o algo fuera de lugar, no dejes de avisarme. gracias mil.


Devan se levantó con la resaca de una noche de mierda, cansado y mareado, con el mal cuerpo que se queda después de haber visto todas las horas pasar por la esfera del reloj.

Seguía sin haber tomado una decisión, pero al menos había conseguido plantear la pregunta en una sola frase: ¿seis meses de vida útil o un año de hospital? Era una buena pregunta. Y quien responde sin rubor ni dudas que prefiere unos meses de buena vida es porque no se ha puesto en el pellejo de Devan. Morir nos aterra. A todos. Incluso a los que creen en el cielo y se consideran tan buenas personas que creen que viajarán al paraíso.

Desayunó un café. Echó de menos un cigarrillo. Había dejado de fumar hacía al menos dos años, una nueva patada en el culo del irónico y arrogante destino. Seguía deseando dar unas caladas a algo que echara humo cada mañana al despertar y al mediodía, después de comer, pero al menos ya no se planteaba fumarse la orquídea del salón que, por alguna razón, era la única planta que no interesaba a Sopa y, por lo tanto, la única que sobrevivía en su casa.

Terminó el café y se preparó otro. Esa mañana tenía que hacer una llamada poco agradable y una visita menos agradable aún. La llamada era a su trabajo para avisar de que no iría a fichar.

—Ya sabes que tienes que traer el justificante médico, ¿no?

—No, no lo sabía, Susana, hija mía —dijo a Susana, que no era su hija sino la persona que cogía el teléfono en su empresa—. Sólo llevo trabajando diez años en la empresa y, fíjate, es la primera vez que falto al trabajo. Si no cuentas las bajas que me he cogido el último año, claro.

Susana no respondió, pero no porque no tuviera nada que decir, sino porque el sarcasmo para ella era una palabra que no existía más allá de los autodefinidos.

—Que sí, que mañana llevo el justificante —continuó Devan—, y ya de paso me despido de vosotros.

—Vale, hasta mañana.

Y colgó. Ni le había escuchado. Esa fue una de las últimas veces que Devan se preguntó cómo permitían a esa persona coger el teléfono en su empresa. Sí, por supuesto, era la novia del hijo de uno de los jefes, pero sin duda habría otro puesto en el que no se notara tanto que era una lerda. Haciendo de armario, sujetando una puerta o, aunque ya exigía un esfuerzo quizá excesivo, ejerciendo de pisapapeles.

La visita desagradable que tenía que hacer esa mañana era a su médico habitual, para informarle de la última visita al oncólogo y pedir la baja permanente. Nada de “cuando mejores vienes y te doy el alta”. Esta vez no habría vuelta al trabajo. No habría mejoría. Y aunque no le apetecía nada pasar por él, era uno de esos trámites que tenía que hacer para poder cobrar la baja y tener dinero hasta que muriera.

¿Cómo se llamaba en esos casos? ¿Baja o pensión? Se le hacía raro pensar que a su edad iba a estar jubilado. ¿Podría entrarle a alguna chica en un bar?

—   Hola, me llamo Devan, soy pensionista.

No, definitivamente no era una buena idea. Tampoco se le ocurrían buenas alternativas.

—   Hola, me llamo Devan y me estoy muriendo. ¿Alguna vez has echado un polvo por compasión? Me estoy muriendo. ¿Ya te lo había dicho?

—   Hola, me llamo Devan y tengo un tumor en el cerebro que me dice que eres muy guapa.

En ese momento se dio cuenta de que estaba empezando a desvariar y de que, en el fondo, no le apetecía nada ligar con nadie, ni conocer a nadie, ni ver a nadie. La sonrisa que iluminaba su cara por las tonterías que estaba pensando se borró cuando se dio cuenta de que estaba llorando. ¿Sería una consecuencia de su enfermedad, no enterarse de que se le escapaban las lágrimas? La pena se hacía notar cuando menos lo esperaba. Para él no había cinco estados de duelo: se había saltado la negación, la ira y la negociación. No había tenido tiempo para ellos y directamente se había deprimido, al tiempo que aceptaba la verdad, la cruda certeza de que le quedaban unos pocos meses de vida. No podía pensar en ello sin que un peso enorme le bloqueara el pecho y le oprimiera hasta que su alma sólo podía emitir un largo grito, interminable, de esos que profieres cuando quieres que el sonido que sale de tu garganta ahogue tus propios pensamientos. Así que se obligaba a divagar en todas direcciones excepto en una. 

A veces no funcionaba, la mente se escabullía sin que se diera cuenta, y de ahí la sal en sus mejillas.

 No le dio más vueltas, había que ser práctico y el tiempo que pasaba compadeciéndose de sí mismo era tiempo perdido. Tiempo no le sobraba. Se afeitó, se arregló, dejó un trozo de jamón de york en el suelo de la cocina (para cuando Sopa se despertara) y salió a la calle, dispuesto a sonreír al menos una vez cada día de su vida, con o sin lágrimas.

No hay nada como la actividad. Fue al médico, esperó pacientemente su turno y salió de la consulta a los diez minutos, prometiendo volver a la semana siguiente para hablar de tratamientos paliativos. Y para que el médico comprobara, le daba la impresión a Devan, de que no se había colgado de la lámpara del salón. Y eso que no había mostrado signos de depresión. 

Era listo, el médico, porque ese era el problema. Cuanto más ignoras tus emociones, había leído en una ocasión, más fuertes se vuelven.

Entró en una cafetería para tomar algo, porque necesitaba un poco de rutina y de vida normal antes de dirigirse a su trabajo. Pidió un café y se sentó en una mesa. Nada como leer la prensa con un café caliente a la hora del almuerzo de los curritos, haciendo como que te importa el mundo en el que vives.

—   Perdona —le dijo un tipo al poco de abrir el periódico —. ¿Lo estás leyendo?

Devan le miró extrañado. Lo tenía en las manos. Abierto. Sus ojos pasaban por las letras transformando las imágenes en palabras. El misterioso acto de la lectura.

—   ¿Tú que crees? —respondió.
—   Creo que, como lo tienes del revés, no lo estás leyendo y me lo puedes dejar.

Devan juraría que, en el silencio que se produjo a su alrededor, se podía escuchar algún grillo. Miró la página por la que había abierto el periódico: era de economía. Ya le había parecido extraño que los índices de paro hubieran mostrado tanta mejoría los últimos meses.

—Me has pillado —admitió—. Así que te has ganado el derecho al periódico. Toma.

Se lo entregó con una sonrisa, y con una sonrisa lo cogió el hombre, que se sentó en la barra y lo abrió por la sección de deportes. Aunque era una cuestión de probabilidades, teniendo en cuenta que ocupaba casi la mitad del contenido, a Devan no le gustó nada.

“Si lo sé”, pensó, “no se lo doy”. Pero lo había hecho porque, para empezar, efectivamente no lo estaba leyendo, y porque además, hacía tiempo que el mundo le había dejado de interesar.

Miró por la ventana, hacia la plaza que había junto a la cafetería. Era un día de lluvia, pero no de esa tormenta que te impide caminar y que entristece el cielo, sino una lluvia ligera, de la que limpia el aire y refresca el ambiente. La gente caminaba por la calle con más o menos prisa. Algunos parecía que agradecían mojarse un poco, como si el agua fuera una buena excusa para no parecer impecables, para dejar que el traje se ensuciara un poco, relajar el cuerpo, dejar que salieran las arrugas y decir “vaya, me ha pillado la lluvia y vengo hecho un asco”.

Devan pidió otro café, sólo, largo, que le sirvieron muy caliente en una taza grande. Era casi negro y desprendía un aroma intenso. Recordó una cita que había leído en una ocasión en un sobre de azúcar:

“Negro como el demonio,
caliente como el infierno,
puro como un ángel,
dulce como el amor.”

Descripción de una taza de café, Principe Talleyrand, s.XVII


El café por las mañanas siempre le animaba, le daba la sensación de que por delante le esperaba un día activo, productivo, de los que te dejan agotado y pensando “ha estado bien”. Pocas veces se había podido permitir relajarse de ese modo en una cafetería un día entre semana, ya que su trabajo era bastante absorbente.

“Era”. Ya no volvería a trabajar.

. La gente a su alrededor vivía a un ritmo diferente, hacía una pausa rápida y se marchaban para seguir trabajando, excepto los parados y jubilados que miraban su consumición con un ligero gesto de aburrimiento.

Se sintió relajado, como si su mundo girara un poco más despacio, con menos prisas. Alguien se acercó a él por detrás y le puso una mano en el hombro.

— Hola, Devan —dijo.

Y el tiempo, durante un instante, se detuvo. Porque nadie le llamaba Devan, nadie, nunca. Ese no era el nombre que aparecía en su DNI, ni un apodo de los amigos, ni nada parecido. Era un nombre que ya nadie recordaba y que no se había pronunciado en voz alta desde hacía muchos, muchos años.

Devan era el nombre que él había elegido para llamarse a sí mismo. Así se había hecho llamar, en un ritual pagano realizado en un bosque, cuando fue bautizado por segunda vez a los diecisiete años. Había sido un ritual celta de comunión con la tierra, de los que se pusieron de moda con la Era de Acuario y que sirvieron para enriquecer a  tantos escritores de libros de autoayuda. La Naturaleza se convirtió en su madre y el Viento del Norte en su padre, así de  básicas eran sus creencias y sus dioses, y dedicó muchos esfuerzos a lo largo de mucho tiempo para defender el planeta de las agresiones de los hombres. Luego se cansó, porque era una lucha imposible, y creció, y se alejó de todos aquellos que creían en lo mismo que él. Años más tarde desarrolló un tumor. Su propia naturaleza se había vuelto en su contra.

Y ahora alguien le llamaba por su nombre, el que durante tantos años fue el real y no aquel que le impusieron al nacer.

Tardó unos segundos en reaccionar. Entonces se dio la vuelta.

BREVE EXPLICACION SOBRE RELIGIONES, SECTAS Y DEMÁS

La religión responde a la necesidad del hombre de encontrar respuestas. A veces la pregunta es compleja, como “¿hay vida después de la muerte?” y a veces simple, como “¿por qué sale el sol por las mañanas?”. Algunas de esas preguntas tienen respuesta en la ciencia, y las otras también, sólo que la ciencia aún no lo sabe.

Las sectas son religiones sin suficiente dinero como para sobornar al gobierno de un país y hacerse legales. Vienen a ser como la diferencia entre el banco y la mafia: unos te prestan dinero de forma legal y los otros no. Unos te quitan la casa si no pagas, y otros te rompen las piernas. Cada uno tiene sus prioridades.

Los rituales y creencias que hicieron la adolescencia de Devan más llevadera no tenían nada que ver ni con religiones ni con sectas modernas. Se basaban en sociedades antiguas que hablaban del culto a la Tierra y de la necesidad del hombre de comprender y comunicarse con la Naturaleza, todo muy New Age y muy años 60, pero sin tantas drogas.

En estas creencias había una mujer. Siempre hay una, que ejerce su papel de amante, madre o bruja, a elegir. Las religiones por lo general no saben nada de la igualdad de la mujer.

Para Devan, esta mujer era una forma antropomórfica de la Naturaleza, una representación de todo aquello que puede amar un hombre (la amante), desear un niño (la madre) o temer un anciano (la muerte). Aunque para él no era más que una cara bonita. Recordemos que era un adolescente.
  
La mente de Devan volvió al presente, a la cafetería, a la lluvia tras la ventana y a la voz que lo había llamado por su segundo nombre. Y entonces se dio la vuelta.

Ante él no se encontraba una mujer de ensueño, de rizados cabellos y ropas agitadas por el viento, sino una niña, más bien bajita, de pelo corto y liso, y un rostro que alguien delicado se limitaría a definir como interesante. Se sentó frente a él con un café con leche enorme, de los de desayuno.

— ¿No vas a decir nada? —preguntó—. Pensé que cuando nos encontráramos serías más efusivo.

Devan meditó durante unos instantes. Su mente, acostumbrada a enfrentarse a los problemas desde ángulos extraños, pensó en varias posibilidades:

1. Alguno de los amigos de hacía muchos años atrás había dado con él y le estaba gastando una broma. Improbable.
2. La niña era una loca que por casualidad había dado con su nombre. Muy improbable.
3. El espíritu de la Tierra había tomado forma frente a él en forma humana. Rozando lo imposible. El margen de error era puro miedo.
4. Alucinaba debido al tumor. Lamentablemente, era una opción muy a tener en cuenta.

En ese momento se acercó una camarera con dos azucarillos extra para la niña, que aprovechó para pedir una tostada con mantequilla y mermelada. La camarera tomó buena nota de todo.

La alucinación era jodidamente buena. Su mente deseó fervientemente volver al punto 3, y ahí se quedó.

— Vete al infierno —dijo—. Te he esperado durante toda mi vida y te presentas ahora que estoy medio muerto.

La niña abrió los ojos en el gesto de sorpresa más teatral que Devan había visto nunca y le tiró la servilleta a la cara.

— ¡Menuda bienvenida! —dijo—. Después de todo lo que he pasado para venir a verte, después de todo lo que he hecho por ti… ¿y éstas son tus primeras palabras? ¿Así me lo agradeces?

— De acuerdo, de acuerdo —respondió Devan—. Discúlpame, no te enfades. Pero no montes una escena, porque la gente nos está mirando y eres demasiado mayor para ser mi hija.

— Disculpas aceptadas. Invítame al desayuno y te perdono. Y luego vamos a tu casa.

Devan se tapó la cara con la mano. Iba a ser un desayuno muy, muy largo.

— Lo primero es lo primero. Dime cómo debo llamarte.

— Dailyn está bien —dijo la niña—. Es como me llamabas hace años.

— Sí, pero por aquel entonces no me parecía un nombre tan rematadamente cursi, y El Señor de los Anillos era un libro y no una serie de películas. Suena muy élfico, no sé si me entiendes.

La niña reflexionó durante unos instantes.

— No me importa. Me gustaba entonces y me sigue gustando ahora. Además, ya hay mucha gente que me conoce por ese nombre.

— De acuerdo, Dailyn entonces. Pero… ¿mucha gente?

La niña conocida como Dailyn se puso seria. Bebió un trago de café para pasar el último bocado de tostada, y ya de paso aprovechó la pausa dramática.

— Sí, Devan, mucha gente —contestó—. Porque en contra de lo que crees yo existo en el mundo, siempre he existido, cuando creías en mí y cuando dejaste de hacerlo. Estoy aquí desde que la primera ameba se dividió,  antes de que la primera planta aprovechara luz del sol para crecer, que el primer animal aprendiera a alimentarse y, por supuesto, que el primer ser humano caminara sobre la tierra. Todo lo que vive contiene un pedazo de mí. Todo cuanto nace, cambia y muere sabe quién soy. Los hombres estáis tan ciegos que no me reconocéis, pero si vivís lo suficiente acabáis por aceptarme. No puede resultarte difícil de creer, porque ya lo has hecho antes. Rezaste porque apareciera algún día ante ti, Devan. Pues bien, aquí estoy.

Ese pequeño discurso, en boca de una niña, había convencido a Devan de la identidad de Dailyn más que si hubiera levantado las manos y se hubiera formado una pequeña tormenta a su alrededor, dentro de la cafetería. Se quedó sin palabras, una situación a la que no estaba acostumbrado. No sabía qué decir. Tan sólo sentía un ligero vacío en el pecho, tenía la sensación de que, de un modo u otro, y significara lo que significara, la llegada de Dailyn a su vida se había producido demasiado tarde.

Todo últimamente en su vida ocurría demasiado tarde. Enamorarse demasiado adulto, siempre había estado enamorado de la misma mujer con diferentes cuerpos, perder a su pareja cuando ya no sabía vivir sin ella, adoptar a Sopa, acudir al médico. Llegaba tarde a los momentos más importantes de su vida, y ya no le quedaban muchos. Sintió un sabor salado en los labios, y así se dio cuenta que, de nuevo, se le estaban escapando las lágrimas.

— ¿A qué tienes miedo, Devan? —preguntó ella.

— A morir —respondió—. Tan simple como eso. A no ver amanecer un día detrás de otro y maravillarme con los colores del cielo. A perderme grandes historias que nunca veré o leeré y que me harían soñar con mundos maravillosos. A marcharme antes que mi gata y que se quede sola, sin nadie que la haga ronronear y con la que se sienta segura. A despedirme de las personas que quiero y que aún no he conocido. A perderme. A que no haya nada más. A lo desconocido.

— ¿Sólo eso? ¿Eso es todo lo que te preocupa? Bueno, creo que podré ayudarte con algunos de esos miedos, Devan. Esta noche me vas a acompañar a conocer a algunas personas. Ya verás, te van a gustar. Algunos llevan viviendo varios siglos, y otros simplemente no pueden palmarla aunque quieran. Son de los que se resisten a morir.

Devan levantó una ceja, era uno de sus gestos ensayados delante del espejo. Una ceja tan sólo, no es fácil. Y resulta muy expresivo. De pronto sentía algo nuevo, diferente al miedo, a la autocompasión y a la pena. Sentía curiosidad.

domingo, 12 de junio de 2011

Los que se resisten a morir (segunda entrada)

No sé si esta historia terminará como he pensado que termine. Tampoco sé si va a funcionar correctamente, porque tiene la estructura de un castillo de naipes.

Debo aclarar una cosa: En la historia aparecen personajes que han existido realmente. Por ejemplo la gatita de Devan, basada en un ser realmente excepcional que hace tiempo que camina entre mantas mullidas y lonchas de jamón de york.

Sopa, querida, espero que, desde el cielo de los gatos, no te parezca mal que hable de ti.

Los gatos, especialistas en vivir bien.




Devan se fue andando hasta su casa, porque andar, lo que son las cosas, siempre había pensado que era sano y que venía bien para mantenerse en forma. Nada más llegar, para contrarrestar la ironía, se abrió una cerveza.


Entonces se sentó en su sofá, con la televisión apagada, con los zapatos puestos y el informe médico en un sobre cerrado. Lo usó de posavasos. Miró a su gata, Sopa, que dormía sobre su cojín favorito, ajena a todo y a todos. Ella no tenía conciencia ni de sus enfermedades, que las tenía y muy graves, ni del paso del tiempo. Vivía feliz con su cuenco de comida siempre lleno, con unas caricias de vez en cuando y con el calor del sol en su lomo, cuando calentaba a través de los cristales. La quedaba poco tiempo de vida, porque ya era muy mayor, y estaba ciega, pero no parecía importarla lo más mínimo. Devan, a su lado, se sintió poco evolucionado, como alguien menos preparado, menos consciente de sí mismo.

—Darwin ­—pensó en voz alta—, no tienes ni puta idea.

Entonces comenzó a pensar, porque era inevitable. Era un soñador, pero también era consciente de la necesidad de ser práctico. Tenía que tomar una serie de decisiones, respecto al trabajo, a contárselo a los amigos y a los familiares, que alguno tenía (en realidad no se lo llegó a contar a ninguno), y respecto a la vida que iba a llevar a partir de ese momento, si decidía someterse a un tratamiento agresivo que lo dejaría hecho polvo, o si decidía seguir viviendo su vida, atar cabos sueltos y hacer algunas cosillas que tenía pendientes desde hacía tiempo, antes de que el tumor afectara al control de su cuerpo y lo inmovilizara en una cama. Eso iba a ocurrir, pero tenía que decidir si no le importaba que fuera pronto, a cambio de unos meses de vida útil, o más tarde, arriesgándose a entrar en un hospital y no volver a salir.

Era una decisión difícil, pero ya estaba acostumbrado a tomarlas. Atrás quedaban los meses de pesadillas y las noches de insomnio que ya no tendría, porque ahora se habían hecho realidad y ya no había nada que temer. Porque de eso se trata todo, de eso hablan los sueños: de temer lo que pueda ocurrir. Como a él ya le había ocurrido lo que más temía, se sintió de algún modo en calma, en paz.

Algo parecido la ocurría a Sopa cuando se encontraba el cuenco de comida vacío: sus peores pesadillas se hacían realidad. Ella lo llevaba mucho peor, porque al fin y al cabo no estaba tan arriba en la escala evolutiva. Y eso que su problema se solucionaba regularmente por La Mano que Alimenta, que es como ella llamaba a Devan. En silencio, porque era un gato.

Así que pensó. Y pensó. Y tanto se aburría que estuvo a punto de abrirse otra cerveza, pero se dio cuenta de que, realmente, emborracharse no sólo no era una solución sino que podía llevarle a la tumba. La última copa bien podía convertirse, de forma literal, en la última.

O eso le habían dicho. Porque llegados a ese punto no terminaba de creerse todo lo que decían los médicos. Bien mirado, aunque ellos tampoco se lo creían, todo lo que hacían era por su bien, de eso sí estaba seguro. Devolvió la cerveza al frigorífico.

Se dio una vuelta por la casa. Parecía que la veía por primera vez. Era algo fría, a pesar de sus esfuerzos (y los de Sopa) por hacerla acogedora. Devan tenía algunos problemas para expresar sus emociones, y eso se dejaba notar en la decoración de las habitaciones. Parecían sacadas de un catálogo de Ikea cuyo decorador acabara de recibir la carta de despido. En realidad no hacía vida fuera del salón-cocina, del baño y de la habitación. No tenía una sala para trabajos manuales, ni una cama para invitados. Aunque eso sí, había una pequeña habitación, poco más que un cuarto de plancha, en el que guardaba algunos de sus libros más preciados, sus apuntes del instituto, los cuadernos que le servían de diario cuando era un adolescente y sus notas de sectario.

Él no lo veía así, claro, no se consideraba a sí mismo como el despojo de una secta, pero cualquier psicólogo que echara mano de esos apuntes no dudaría en:

a)            Encerrarle en un manicomio.
b)            Someterle a una terapia intensiva para hacerle olvidar esas tonterías, y luego encerrarle en un manicomio.
c)            Analizar esas notas, ver el conjunto y darse cuenta de que no había errores ni inconsistencias, que las cosas cuadraban. Y luego encerrarse juntos en un manicomio, confiando en obtener un descuento de grupo.

Devan había creído firmemente en su propia religión, esa que había desarrollado por escrito. Luego había crecido, y poco a poco lo había ido olvidando todo… los otros mundos, las vidas alternativas, los seres formados por sentimientos puros que guiaban sus actos como una conciencia infantil, y por supuesto, que daban sentido a su vida. De eso tratan todas las religiones.

Por aquel entonces él era un hombre apasionado y extrovertido, la alegría de las fiestas con su humor y sus extravagancias, hasta que perdió la fe.

UN METODO INFALIBLE PARA ENCONTRARTE MUY, MUY MAL.
-              Elige una religión.
-              Créetela, de forma que tu vida, tus penurias y tus problemas tengan sentido y justificación en forma de plan divino.
-              Acostúmbrate a consolarte pensando que no debes preocuparte por nada, porque Dios Te Ama.
-              Pierde la fe, de forma paulatina pero inevitable, hasta que te des cuenta de que vivías en una mentira.
-              Intenta apechugar.

Le quedó un ligero toque de amargura y un inconfundible cinismo. Y cuando se acostó esa noche, sin ganas ni de ver la televisión, ni de leer, ni de entretenerse con sus recuerdos de novias pasadas, no conseguía dormirse, porque por las noches es cuando más solo se puede uno llegar a sentir.

Le entraron ganas de llorar, con esa desesperación que se te aferra a las tripas cuando te sientes completamente vulnerable. El corazón se le aceleró de puro miedo, irracional y rebosante de pensamientos que no se concretaban, pero que hablaban de muerte y desaparición. Hasta que Sopa se subió a la cama y, con movimientos expertos, se abrió paso entre las sábanas y se acurrucó al calor de su cuerpo, no se tranquilizó. Al final se durmió cuando empezó a escuchar un ligero ronroneo. No tenía ni idea, claro, pero si hubiera sabido que al día siguiente iba a conocer a uno de los espíritus de sus apuntes, ni el ronroneo de todos los gatos de una fábrica de envasado de atunes le habría tranquilizado.

jueves, 2 de junio de 2011

Los que se resisten a morir (el resto de la primera entrada)

Antes de continuar, quiero hacerte un par de aclaraciones:


* Editaré las entradas con todos los cambios, sugerencias y correcciones que me hacen ver, que me señalas o que se me van ocurriendo. Este estilo es nuevo para mí y, además, mi intención es colgar los textos según los escriba, por lo que necesitarán correcciones y surgirán inconsistencias. Respira hondo y sé paciente. Te lo agradeceremos tu corazón y yo.


* La historia no "va de vampiros", pero sí aparecen en ella, junto a otra serie de personajes no muy bien definidos que... Bueno, ya te los presentaré. En general son buena gente. 


Gracias por leerme. Espero no decepcionarte. También espero no decepcionar a Devan, pero creo que eso es inevitable, porque es algo egocéntrico y todo el mundo le sabe a poco. 


Pero te caerá bien, ya lo verás. 




Devan escuchó en silencio, obediente y concentrado. Decía “ahá” de vez en cuando, asintiendo con un ligero movimiento de cabeza. La verdad era que no estaba escuchando ni una palabra. En vez de prestar atención, su mente se había marchado de nuevo de viaje, dejándole con una lista de recomendaciones y cosas para hacer mientras no estuviera presente. Una de ellas era la inevitable, importantísima y cruda

LISTA DE CAUSAS QUE TE HAN PROVOCADO CANCER
Antes o después tendría que ponerse con ella, y ese era un momento tan bueno como cualquier otro. Abrió mentalmente su cuaderno de notas, y escribió:

1.El estrés.
No es que fuera la causa más importante, pero era una de las más modernas. La vida en la ciudad, sus años como estudiante a base de café y anfetaminas, el trabajo agobiante con la sensación de estar compitiendo siempre con sus compañeros, y por supuesto, los nervios y la agitación que suponen seis meses de pruebas, diagnósticos, y malas noticias. Si seis meses atrás no tenía un tumor enorme de células reproduciéndose como conejos en su cerebro, sin duda se lo había provocado el miedo atroz a tener uno, el miedo con el que se levantaba, se acostaba, con el que comía, soñaba y se distraía. Desde la primera vez que alguien con una bata blanca pronunció la palabra “cáncer” como diagnóstico refiriéndose a él, no había dormido tranquilo.  

2.La contaminación.
¡Esa era una razón cojonudamente buena! La contaminación no sólo nos ofrece un culpable, sino que además es un culpable contra el que no podemos hacer nada. ¿Antenas de telefonía? ¿Aditivos en la gasolina? ¿Pesticidas? ¿Quién es responsable de todo eso? ¿A quién podemos culpar, gritar, o insultar? Como su mente se encontraba ausente no tuvo más remedio que tirar de tópicos: los de arriba, los de siempre, el poder en las sombras, los que manejan el cotarro y Aquel que no puede ser nombrado. Cualquiera vale. Mala suerte, Devan, la excusa es buena pero ofrece poca retribución.

3.Ignorar las recomendaciones de salud.
El tabaco, el alcohol, la mala alimentación, el exceso de grasas, el no haberte cuidado, el “ya te lo advertí”. Ese era el saco en el que se guardaban las peores de las causas, las que se habían podido evitar, a las que nunca había prestado atención porque eran cosas que les pasaban a los demás, no a él. Había tantas que no se podría vivir con normalidad haciendo caso a todas ellas. Podía no haber fumado tanto, y haber hecho más ejercicio, y no haber abusado de las grasas saturadas, y no haberse mantenido delgado a base de café y nervios, y no haberse emborrachado, y mil cosas más. Pero claro, si no hubiera hecho nada de todo eso tampoco se habría convertido en el hombre que era, de quien por cierto estaba muy orgulloso. Y nadie le habría garantizado un resultado diferente. Casi prefería quedarse como estaba.

Ahí terminó la lista. No porque no se le ocurrieran más razones, sino porque, en ese momento, el médico le estaba sujetando la cabeza con las dos manos mientras le miraba con cara de preocupación.


— ¿Te encuentras bien? —preguntó.

—Disculpe, doctor, no le estaba prestando atención. ¿Podría repetir lo último que me ha dicho? —respondió Devan.

El médico, que tampoco era un desalmado sin escrúpulos, asintió con resignación y comprensión, y volvió a empezar desde el principio. Devan tenía un cáncer. Se encontraba muy extendido y era inoperable. Los dolores de cabeza y los mareos los producía el tumor. El tratamiento únicamente serviría para contenerlo. Si no se frenaba su avance, le quedaban unos seis meses. Si el tratamiento funcionaba quién sabe, quizá un año o incluso dos.

Devan escuchó con atención, porque su mente poco a poco había vuelto a  tomar el control de sus pensamientos. El médico solucionó todas sus dudas, que básicamente se redujeron a una sola:

— ¿Y ahora qué debo hacer?

Porque después de recibir la noticia se había bloqueado, como todo el mundo, y no sabía ni qué pensar, ni qué preguntas hacer. No tenía familiares a los que avisar. Era un soltero de mediana edad, hijo único, cuyos padres habían fallecido hacía años, que trabajaba en una ciudad diferente a aquella que le había visto crecer.

Se sintió completamente solo.

Abandonó la consulta bloqueado, pero no sin dedicar antes una última miradita a la enfermera. Porque podía estar muriendo, pero aún se encontraba vivo, y además tenía sus dudas sobre si esa chica estaba allí por razones médicas o para  ayudar a los pacientes masculinos a sobrellevar mejor las malas noticias.

“Qué injusto es el mundo”, pensó. “Si yo fuera gay, en vez de repasar a la enfermera me habría tenido que conformar con ese… con ese...” Y se echó a reír mientras salía a la calle, ante la mirada extrañada de la gente con la que se cruzaba. Realmente el médico sí se daba un aire a Pajares.



* edit: Cambiaré la mención a Pajares, porque me dicen que suena muy casposo. Coño, es cierto, no me pareció una broma tan paleta cuando la escribí... y ahora me siento viejo y vulgar. La próxima cita cinéfila será de una película seria y de buena reputación, de Wim Wenders o Ronald Emmerich.


* he quitado una frase en la que me metía con el fútbol. ¡ya está, ya está, dejad de pegarme!


* ¡quiero quitar la referencia a Pajares, en serio! Pero no se me ocurre cómo...