sábado, 27 de agosto de 2011

Aburrida introspección


No tengo remedio, cada historia que comienzo adolece de los mismos fallos... los personajes piensan mucho, y eso no es lo malo. Lo malo es que insisten en contarles todo lo que piensan al lector. Es mi principal defecto, al que yo llamo la

ABURRIDA INTROSPECCION

Los pensamientos de los demás son un coñazo. Por lo general no nos interesan lo más mínimo y, además, no suelen decirnos nada nuevo. Si en nuestro día a día huímos como de la peste de las personas plomo que insisten en contarnos su vida y sus problemas, ¿por qué no íbamos a hacer lo mismo con las personas que actúan igual en los libros? ¿Por qué piensan, algunos escritores, que sus personajes tendrán mayor aceptación que ellos mismos cuando les dan la brasa a los parroquianos en un bar?

Los pensamientos nos aburren, lo que queremos leer de verdad es acción. Que las cosas pasen, que afecten a los personajes y que reaccionen ante ellas. No nos interesa saber lo que opinan o cómo se van a enfrentar a sus problemas, y nos saltaremos la parte la que empieza diciendo “en aquel momento comencé a sentir que...”.

¿Por qué nos aburren tanto esas introspecciones? No sucede siempre, por supuesto, sólo en aquellos casos en los que el autor no sabe captar el interés de su público previamente. Tampoco cuando las palabras están tan bien escritas que nos da igual lo que cuenten. Sólo nos aburre la mediocridad, tan habitual como menospreciada. 

Para el común de los mortales, para los que no somos genios escribiendo, el problema radica en que nos creemos superiores y, obviamente, no lo somos. Mis pensamientos, es decir, los pensamientos de mis personajes, no son interesantes porque yo no soy una persona interesante. Sin embargo sí puedo ser una persona creativa, y por lo tanto, puedo imaginar historias que tengan un cierto atractivo.

Ahí es donde puedo conseguir que el lector se sienta interesado en mi obra. Mientras me pierda en los pensamientos ajenos sólo interesaré a aquellos interesados en mis propios pensamientos, es decir, yo, a veces mi pareja, y algún amigo condescendiente.

Al resto me los ganaré con mi inventiva.

Creo.

¿Cómo afecta este razonamiento a la historia de Devan? Tendré que revisar sus intervenciones para acortarlas,o al menos silenciarlas un poco, y eso complica la idea de subir a un blog una historia ya de por sí complicada de compartir en este formato. Confío en no demorar demasiado la siguiente entrada. Si eres de los implicados en la historia ya sabes: no me dejes perder el tiempo.

Y date a conocer.

lunes, 22 de agosto de 2011

Los que se resisten a morir (octava entrada)

¿Cómo lo llevas? ¿Sabes ya a dónde te dirige la historia?


En realidad sí lo sé, claro, siempre lo he sabido. Otro tema muy diferente es que sea capaz de ponerle palabras como es debido. 


Me gustaban más los demonios a los que me enfrentaba cuando era un niño. Eran más sencillos, más directos: Se limitaban a querer hacerme daño, y yo sólo tenía que huir y esconderme, o apechugar y aguantarme cuando me alcanzaban.


Los demonios de adulto, sin embargo, son más traicioneros. No los reconozco cuando los veo, y tampoco sé cómo hacerles frente. Escribir sobre ellos dicen que funciona. 


Mienten. 






El día amaneció, como todos. El tiempo que hacía era irrelevante. Para Devan era un precioso día de lluvia, gris, pero acogedor a su modo. La lluvia tiene un efecto tranquilizador, porque al fin y al cabo, cuando llueve lo único que puedes hacer es esperar a que escampe.

O también puedes optar por mojarte. A Devan no le importaba un poco de agua, así que salió de casa sin paraguas y dispuesto a ir andando hasta el hospital donde tenía la consulta del médico. Dailyn no le acompañó. “Saldré a buscar a unas personas que te quiero presentar”, había dicho por la mañana. Devan hizo el camino en un tiempo récord y le tocó esperar un buen rato en la consulta hasta que le tocó el turno.

—Buenos días, ¿qué tal te encuentras hoy?

—Mejor de lo que esperaba, doctor —respondió al tomar asiento–, y antes de confirmar la decisión que he tomado, le quería hacer un par de preguntas.

—Tú dirás.

—Lo primero que quiero preguntarle es si el tumor me puede provocar alucinaciones. Ya sabe, escuchar sonidos que no se producen, tener recuerdos falsos, ejem, charlar con personas que no existen, ese tipo de cosas.

—No es habitual, desde luego —respondió—, pero tampoco se pueden descartar… ¿Estás sufriendo alucinaciones? Porque es algo que deberíamos tener en cuenta.

—Oh, no, ni mucho menos, para nada, qué va, menuda tontería… No se preocupe, era sólo una pregunta por curiosidad —Devan mentía fatal—. Pero en el caso de que los tuviera, si así fuera, cosa que no ocurre, pero si tuviera alucinaciones y me sometiera una operación y a la quimio… ¿desaparecerían?

—Con el tratamiento los síntomas se reducen, desde luego. Notarás una mejoría sustancial en tus dolores de cabeza, los mareos, el temblor de manos o la debilidad muscular. Y en el caso de que tuvieras alucinaciones, que no tienes, pero si tuvieras, con la cirugía y la quimioterapia también desaparecerían o se volverían más débiles. Ya sabes que el tumor es inoperable, pero podemos intentar contenerlo y evitar que se extienda aún más.

Devan guardó silencio. De forma inconsciente había cruzado las piernas y apoyado la barbilla en su mano extendida, como si estuviera pensando en algo muy importante. Así era, por supuesto. De hecho, su mente práctica, adulta y serena había vuelto a tomar el control.

“Chaval”, decía, las cartas están sobre la mesa. Si Dailyn es un producto de tu imaginación, Sopa va a encontrarse muy jodida como te mueras antes que ella, así que tienes que someterte al tratamiento y matarás dos pájaros de un tiro: despejarás tus dudas sobre la niña y te asegurarás de vivir el máximo de tiempo para cuidar de tu gata”.

“Vaya opciones de mierda”, pensaba su yo habitual. “La cirugía reducirá el tamaño del tumor, pero no saben a qué precio, y la quimio me va a dejar echo un asco. No sé yo si es un buen negocio. Si no fuera por Dai y por Sopa, no me plantearía el tratamiento. Pero tengo una obligación con ellas.”

“Y contigo.”

—Y conmigo.

Esto último lo dijo en voz alta. Divagar en la consulta del médico tenía un cierto atractivo prohibido para Devan.

—¿Perdón?

—Que adelante, que lo que haga falta, doctor. Quiero vivir más tiempo, así que me arriesgaré a que el cirujano haya pasado una buena noche.

El médico sonrió con sinceridad. Para él era la mejor opción. Lo sabía porque había dedicado un cierto esfuerzo a estudiar su caso. No había muchos médicos como él.

—Adelante entonces. Mañana te quiero ver aquí para actualizar tus análisis y comenzar el pre-operatorio.

Devan se lo agradeció, le dio la mano, hizo un amago de darle dos besos a la enfermera (que le esquivó hábilmente), salió de la consulta con un calendario de citas y suspiró aliviado. Tomar esa decisión le había quitado un enorme peso de encima. Lo que le esperaba no sería agradable, pero la decisión ya estaba tomada: a partir de ese punto sólo tenía que dejarse llevar. A veces, ceder el timón de nuestra vida a otros puede ser muy tranquilizador.

El camino de vuelta a casa, de nuevo andando, se le estaba haciendo más corto, perdidos sus pensamientos en los planes más inmediatos. Le costaba centrarse desde que se había encontrado con Dailyn, su vida había dado un giro tan intenso que a veces pensar en ello lo descolocaba. La lluvia comenzó a caer con más fuerza, así que se metió en una cafetería, confiando en que cesara al cabo de un rato.

Intentó ordenar sus pensamientos con una taza de café negro y fuerte, pero no lo consiguió. A su alrededor se generaba mucho ruido, se encontraba un poco mareado, y el tema a tratar le afectaba de una forma tan personal que no sabía cómo afrontarlo de forma objetiva. Al cabo de un rato consiguió sintetizar varios de sus sentimientos en una única pregunta.

Si te encontraras a dios, ¿lo compartirías con el resto del mundo?

Respuesta: No, porque sabes que no te creerían y no estarías dispuesto a presentarlo en sociedad como un mono gigante capturado. ¿Cómo demostrarías al mundo quién era Dailyn?. Guardarás silencio, porque nadie quiere convertirse en un mártir.

Hubo un tiempo en el que Devan contaba con amigos de los buenos, con los que compartía la magia de Dailyn, pero la pérdida de la fe puede hacer polvo a una persona y cambiar su carácter. Eso es lo que le ocurrió a él, porque la fe está muy bien, pero llega un momento en el que necesitas que suponga una diferencia, que cambie algo. Si eso no llega a ocurrir, terminas admitiendo que el agnosticismo es una forma de vida más relajada, tranquila y con menos obligaciones que cualquier creencia religiosa.

No percibir a Dailyn más allá de los sueños y visiones minó su confianza. Devan y sus amigos se distanciaron, quizá maduraron, y construyeron a su alrededor una vida sin ella. Poco a poco se fue haciendo patente que algunos de ellos querían olvidar todo lo ocurrido y hacer como si nunca hubiera existido, como si las sesiones de espiritismo, los mantras y las visiones no hubieran sido más que un juego infantil. Otros se atrevían a hablar de ello, aunque con discreción. Las anécdotas de una experiencia pseudo-sectárea no tienen tanta aceptación social como las de una noche de borrachera o las del servicio militar, ni se puede recordar con añoranza al médium vestido de blanco como si fuera un sargento chusquero

Así, incluso los que deseaban seguir creyendo con todas sus fuerzas guardaron silencio sobre el tema. Devan fue uno de los últimos en hacerlo, y el silencio fue tan intenso que se acabó convirtiendo en incómodo. Se separó de sus amigos, poco a poco al principio, pero con el paso del tiempo, de forma evidente. Sin vuelta atrás.

Por aquel entonces ya tenía una pareja y una oportunidad para cambiar de ciudad y de trabajo, y la aprovechó. El resto, para cuando comenzaron los dolores de cabeza y los temblores, ya era historia.

Llegados a ese punto, es decir, al tumor, a su reducida esperanza de vida y a la aparición de Dailyn, era obvio que algo tenía que hacer: Aunque hubiera perdido contacto seguían siendo sus amigos, al menos algunos de ellos. No les había contado nada de su enfermedad, cierto, pero ya se sabe: algunas cosas es mejor que los amigos las sepan los últimos, para evitarse las caras de sufrimiento y los tratamientos evasivos. La gente reacciona de forma extraña cuando les dices que estás para el arrastre, y la palabra “cáncer”, a no ser que estés leyendo el horóscopo del periódico, siempre genera escalofríos y miradas de condescendencia.

La aparición de su diosa lo cambiaba todo. Ya no era una cuestión de fe. Ante la evidencia, la fe resulta irrelevante. Moralmente tenía la obligación de llamarles y decirles “oye, escucha, atiende: Dailyn existe, teníamos razón, así que ya estás perdiendo el culo en venir hasta aquí porque tenemos preguntas que hacerla y que ponernos al día”.

También sentía una pequeña punzada de orgullo, porque al fin y al cabo era él quien había establecido el primer contacto, como suele decirse. Era el elegido. ¡Yupi! También era el que se estaba muriendo. Eso no resultaba tan yupi.

Lo pensó de nuevo. “Tenemos preguntas que hacerla, y que ponernos al día”. Y tendrían mucho que hablar, y que discutir. Y al final, cuando ya tuvieran todas las respuestas...

¿Entonces qué? ¿Marcharían cada uno a su casa y ya está? ¿Se verían en las fiestas de guardar y los cumpleaños? ¿Se llamarían de vez en cuando y hablarían del tiempo, del trabajo y de los dioses con forma humana que caminan sobre la tierra? ¿Marcaría acaso alguna diferencia?

Pensó en su vida. ¿Era realmente diferente? De momento, lo único que había conseguido desde que se reencontró con Dailyn era acortar el tiempo que le quedaba con una buena borrachera. Miró por la ventana. Seguía lloviendo, incluso con más intensidad que antes. Era casi el mediodía y tenía algo de hambre. Tomó una serie de decisiones rápidas, esbozó un pequeño plan de actividades para las siguientes horas y se sintió mucho mejor.

Se levantó, pagó su café dejando una buena propina, y salió a la calle. Lo primero era ir a casa, darse una ducha para quitarse el olor a calle mojada y a asfalto caliente, y preparar la comida para los dos. Hablaría con Dailyn, la preguntaría qué tal había pasado el día y si había encontrado a las personas que buscaba. Compraría un postre dulce pero sólo para ella, porque él lo tenía totalmente prohibido; con la glucosa los tumores crecen grandes y robustos como chicarrones del norte. Nada de dulce.

Tomarían un café. La contaría las decisiones que había tomado respecto a su tratamiento y lo que implicaban. Hablarían un poco sobre el tema. También la preguntaría qué hay más allá de la muerte. Luego quizá se echaría una siesta.

No la diría nada de sus amigos. Eso quedaba para más adelante. 

jueves, 18 de agosto de 2011

Los que se resisten a morir (séptima entrada)

Ten cuidado, Devan, las aguas en las que te mueven pueden ser traicioneras.




Cuando quieren, los días se suceden muy rápido. Con ganas, como si se metieran prisa los unos a los otros. Esa era la sensación que tenía Devan, que el tiempo se aceleraba desde que conoció a Dailyn, o quizá sería más correcto decir desde que se la encontró. El segundo día se lo pasó en la cama, drogado con los analgésicos más fuertes a los que tenía acceso y con un dolor de cabeza que le mantenía semiinconsciente.


El tercer día se despertó con una ligera presión sobre los ojos, el recuerdo de una buena migraña. Se levantó con precaución, con miedo de despertar a la bestia que lo había dominado un día entero. Se duchó con agua fría, se afeitó y se arregló lo mejor que pudo, y sólo entonces tuvo valor para entrar en el salón. El dolor parecía haber remitido, y si conseguía mantenerlo controlado podría aprovechar el día. Aún era muy temprano, porque no tenía por costumbre despertarse tarde y había dormido mucho el día anterior. Sopa levantó la cabeza cuando se acercó, porque hasta los gatos tienen un límite de horas de sueño, se bajó del sofá y se acercó con cautela hacia él, con esa cuidadosa lentitud con la que se mueven los invidentes. Se restregó con sus piernas pero sin ronronear, como preguntando “¿dónde demonios has estado ayer?”. Devan sintió una punzada de dolor muy aguda, justo en el corazón, allí donde guardaba el cariño que sentía por ella. La jaqueca lo había mantenido un día en la cama, un día entero que ella habría pasado sin caricias, sin alimento, sin agua fresca y arena limpia, de no haber sido por la niña que dormía en el sofá, mal tapada por una manta de repuesto.


Se dirigió a la cocina, tiró los restos de café del día anterior y preparó una cafetera nueva. Al cabo de unos minutos, el olor intenso del café recién hecho le hizo sentirse mejor. Puso algo de música y preparó unas tostadas mientras cantaba en voz baja.

Y aún recuerda tu mirada
deseando verla despertar,
aún es tiempo para recordar.

Dailyn empezaba a despertarse. Reparó en que llevaba puesta la misma ropa que el día que la conoció y pensó “hoy mismo la llevo a comprarse algo”. Era un buen plan porque al día siguiente tenía hora con el médico. Aún no había tomado una decisión sobre el tratamiento a seguir, así que salir de casa y despejarse le sentaría bien.

Mmm… ¿Hola?

Curiosa pregunta. Buenos días, Dai. Tienes café recién hecho en la cocina. Y tostadas. También te he preparado tostadas. En la cocina.

Desayuno… vale —Dailyn se despertaba como los mortales, poco a poco—. ¿Te encuentras bien? Pareces algo alterado. Quiero decir que sé que estás algo alterado, pero no sé por qué.

Prueba a emborracharte alguna vez, si es que puedes, y que sea de las buenas, de las que literalmente te quitan tiempo de vida. Y luego me preguntas.

No sé por qué te he preguntado —respondió mientras se levantaba y, con el cuerpo aún a medio gas, se dirigía a la cocina—. Vas a terminar por convencerme de que no me quieres a tu lado, Devan. ¡Uy, si has preparado tostadas!

Sí, eso había dicho, eh… Oye, Day, tienes razón, perdona. Te debo una disculpa y te tengo que dar las gracias por cuidar de Sopa ayer —Devan se sentó en la mesa y se sirvió un vaso entero de café—. Me preocupa mucho, ¿sabes? No sé qué va a ser de ella si dejo de valerme por mí mismo, no tendrá a nadie que la cuide.

Msi guimnmm grrgrnmmm —dijo ella con un enorme trozo de tostada en la boca—. Perdón. Yo me podría ocupar de ella, Devan, por eso no tienes que preocuparte. Nos caemos bien, ¿verdad, Sopi?

Las gata contestó con un maullido lastimero, se había subido a la mesa de la cocina y no sabía cómo bajar.

Eso te pasa por no pensar antes de subirte a los sitios, Sopi. Deja, Devan, ya la bajo yo —dijo Dailyn. Bajó a la gata con delicadeza hasta el suelo, se acercó a ella y la susurró algo al oído. Devan no lo pudo oír, pero escuchó un maullido como respuesta y se le escapó una pequeña risa. No había nada de mágico en la escena, Sopa siempre maullaba cuando la hablabas, como diciendo “claro, claro, lo que tú digas”.

Mientras se duchaba, se vestía y esperaba a que Dailyn se aseara un poco antes de salir de casa, le daba vueltas a la decisión que tenía que tomar, si someterse a tratamiento para alargar la vida a cambio de calidad de vida, o si se limitaba a esperar mientras vivía lo mejor posible. El tratamiento era más efectivo cuanto antes se sometiera a él, así que tenía que decidirse rápido.

No comas hasta hartarte. Todo cansa, hasta aquello que nos gusta“.
Dai es la Vida, pero tiene una opinión muy elevada de sí misma”.

A veces para tomar una decisión importante hay que alejarse de ella, y eso hizo Devan: Se fue de compras.

Pasaron el resto del día recorriendo la ciudad de un modo completamente nuevo para él. En vez de recurrir a un centro comercial se decidieron por ir de compras por el centro, y entrar en las tiendas un día entre semana resultó ser una experiencia fantástica. Apenas había gente, todo el mundo le trataba con amabilidad y, además, Dailyn sabía ganarse las simpatías de los dependientes. Sólo hubo un pequeño incidente en una de las tiendas, a la hora de pagar, cuando el dependiente hizo un comentario comprometido.

Tiene usted una hija simpatiquísima —dijo él.

No es mi hija —respondió Devan. Y lo hizo con tanta naturalidad, con una cara de sorpresa tan genuina, que el dependiente ni siquiera pestañeó.

¿Su sobrina, entonces?

No. Es una amiga. La he conocido hace dos días.

Entiendo.

Devan, que a veces era un pardillo integral, tardó unos segundos interminables en darse cuenta de la imagen que estaba dando. Dailyn, que para algunas cosas era también bastante inocente, lo empeoró agarrándolo por el brazo, despidiéndose con una sonrisa y saliendo de la tienda dedicándole una broma cariñosa. Sólo la faltó llamarle “papi” para que el dependiente avisara a la policía.

Comieron en un italiano. Devan no bebió otra cosa que café y agua en todo el día; aún se sentía algo mareado por el dolor intenso del día anterior. Luego dieron un paseo por un parque, y hablaron de la diversidad de las plantas al principio, y de la diversidad de la vida en general al final.

Estoy hablando de tú a tú con una diosa de la Vida”, pensó. “Así es imposible tener problemas de autoestima”. Volvieron a casa, cansados y con un montón de ropa nueva para los dos. La decisión ya estaba tomada.

sábado, 13 de agosto de 2011

Las sombras de las esquinas


En varios de los relatos que escribo aparece una expresión, una combinación de palabras que me resulta muy atractiva: Las sombras de las esquinas. Hay momentos en los que no podemos sino dejarnos llevar por ellas. Cuando flaqueamos, cuando nuestros demonios nos dominan.

La expresión probablemente le habré leído en algún sitio y, de forma inconsciente, la habré incorporado a mi repertorio. No obstante sí tengo clara una fuente de inspiración.

No sé de quien es esta excelente traducción de El Cuervo de Poe. Sin duda es mi favorita. Te dejo también el mismo párrafo final en inglés, porque merece la pena conocerlo.



Y el Cuervo nunca emprendió el vuelo.
Aún sigue posado, aún sigue posadoen el pálido busto de Palas.
en el dintel de la puerta de mi cuarto.
Y sus ojos tienen la apariencia
de los de un demonio que está soñando.
Y la luz de la lámpara que sobre él se derrama
tiende en el suelo su sombra. Y mi alma,
del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo,
no podrá liberarse. ¡Nunca más!




And the raven, never flitting, still is sitting, still is sitting
On the pallid bust of Pallas just above my chamber door;
And his eyes have all the seeming of a demon's that is dreaming,
And the lamp-light o'er him streaming throws his shadow on the floor;
And my soul from out that shadow that lies floating on the floor
Shall be lifted - nevermore!

martes, 9 de agosto de 2011

Los que se resisten a morir (sexta entrada)

Una entrada larga. Aún no sé muy bien si la historia tendrá un interés más allá del puramente personal, espero que sí. En cualquier caso, poco a poco se va desarrollando. Paciencia, paciencia... 

Si Sopa y este descarado se hubieran conocido, habrían sido muy amigos. 




¡Dai, esto sí que es una sorpresa! —dijo el mayor de los dos hombres. Dejó sobre la mesa el libro que estaba leyendo, se levantó y se acercó hasta Dailyn. La abrazó durante un buen rato, y ella le correspondió como si fuera un viejo amigo al que hiciera mucho tiempo que no veía.

Néstor, te presento a Devan, un amigo —dijo ella—. Devan, éste es Néstor, una de las personas que te dije que te presentaría.

El apretón de manos fue cordial, más bien suave. Devan esperaba un apretón fuerte, de los de hombre a hombre, en plan macho, pero no fue de esos. El otro no se levantó. Miro de reojo, con cara de disgusto, porque a nadie le gusta que le interrumpan cuando está viendo una película. Paró la imagen y dejó congelado en la pantalla a un jovencito y glamuroso Antonio Banderas. Y cuando todos se sentaron en la mesa, no le quedó más remedio que volverse.

Dai, Devan —dijo Néstor—, este mal educado se llama Andros. Lleva conmigo unos años.

Devan pensó que Andros era un nombre horroroso, y posiblemente falso. Era moreno y llevaba el pelo largo y liso, le tapaba ligeramente la cara, y lucía una palidez que sólo se consigue con maquillaje. Le cayó mal. Luego recordó que a él le habían presentado también con un nombre atípico, diferente al que aparecía en su documentación, y se tragó su orgullo y un par de juegos de palabras bastante malos que había pensado en un momento. Le dio la mano y puso su mejor y más cordial sonrisa.

Es un honor —dijo, inclinando la cabeza de forma exagerada —. Me han hablado mucho de vosotros y estaba deseando conoceros. Devan, a vuestro servicio.

Andros, que no parecía demasiado familiarizado con el sarcasmo, respondió con una sonrisa complaciente. Néstor trajo una botella de vino y cuatro copas, y las sirvió sin preguntar. Ni se paró a pensar que Dailyn parecía una niña ni que Devan podía ser abstemio.

Por los viejos amigos, Dai.

Por todos los amigos, Néstor —respondió ella. Los demás callaron, conscientes de que la amistad de la que hablaban no tenía nada que ver con ellos. Se sentaron y dejaron que hablaran ellos.

Tú dirás, Dai. Hacía tiempo que no te veía y no me malinterpretes, pero esperaba no volver a verte en mucho tiempo.

Ya sabes cómo va esto, encontré a Devan hoy mismo, y me pareció que tenía que presentaros y que os conocierais.

Devan bebió un largo trago de vino, algo incómodo. El vino era bueno. La copa, sencilla pero muy hermosa. El silencio era incomodísimo.

Sí, bueno. Ya sabes cómo va esto… eh… No sé muy bien cómo definir nuestra relación. Nos conocimos hace mucho, supongo y… Dailyn, simpática, échame una mano, que yo no sé ni por dónde empezar.

Néstor soltó una sonora carcajada.

Sí, así son las cosas con ella, ¿verdad? Uno no sabe si va o vuelve. Relájate, Devan, que estás entre amigos. Andros, apaga el vídeo y pon algo de música —Andros se levantó de mala gana, pero sin quejarse—. Estoy harto de esa película, la he visto como diez veces. No sé qué ve en ella este chico, la verdad.

¿Hombres atractivos que no envejecen? ¿El glamour a través de la sangre?

No te metas con él, Devan —interrumpió Dailyn—. Es un buen chico, porque si no fuera así Néstor no lo habría elegido. Además es mayor que tú.

No menosprecies nunca una fuente de inspiración —dijo Néstor. Cogió la copa, la colocó entre sus manos y miró sutilmente por encima del hombro a Devan, en esa pose tan habitual entre los que están acostumbrados a dar discursos—. El modelo a seguir nunca es original.

No existen las historias totalmente nuevas. Cada personaje y cada obra de ficción son adaptaciones de los lugares y de las personas que conoce el autor Al leer o disfrutar de su obra, la integras en tu memoria y luego la usarás para tus propias creaciones. Todas nuestras ideas son una mezcla de los pensamientos ajenos.”

Y con nuestras aspiraciones ocurre lo mismo, las personas que queremos ser están formadas por mil personajes diferentes. No importa de dónde venga la inspiración para ser tú mismo, lo que importa es que tengas un modelo al que querer parecerte, y que ese modelo sea mejor persona de lo que tú eres”

Así que no tengas miedo de tu modelo, Devan, porque alcanzar la imagen de nosotros mismos es la única forma que tenemos de ser felices. Y si no lo conseguimos… bueno, ya sabes: mejor haber amado y haber perdido.”

Cuando Néstor terminó de hablar, Andros, que estaba en pie esperando para no interrumpirle, se sentó de nuevo a la mesa con otra botella de vino. En los altavoces sonaba una canción que Devan conocía muy bien.

el camino que seguiste ha cruzado
toda la ciudad
y aún intentas descubrir amor
eres sólo un viajero yendo en busca
de algún lugar
donde el cielo siempre sea azul

Sintió un escalofrío y bebió de un trago el resto de su copa. Andros se la rellenó rápidamente. Hacía años que no escuchaba esa canción. El grupo se llamaba La Dama Se Esconde. Imágenes de su juventud y de las primeras visiones de Dailyn se agolparon en su mente.

Tienes razón, Néstor —dijo—. Tienes toda la maldita razón. Y quizá así conocí a Dailyn, quizá así la creé, a base de imágenes y personajes de mi memoria.

¡Eh, que estoy aquí! —respondió ella con cara de berrinche—. ¡Que no soy una alucinación, Devan! ¿Cómo tengo que decírtelo? Soy tan real como todo lo que te rodea.

Que es lo mismo que decir que eres tan real como todo lo que mi tumor crea —. Devan se sirvió otra copa. El vino era bueno y se sentía lanzado, con esa tímida euforia que precede a la borrachera formal. Se hizo un silencio extraño a su alrededor, como cuando Dailyn pronunció su nombre por la mañana ese mismo día, en la cafetería. Parecía que había sido hacía mucho tiempo.

En realidad tú ya no importas en mi vida, Dailyn —prosiguió—. Has llegado tarde, así que ya no cuentas. Mira que te he llamado veces, y has venido cuando ya no me sirves de nada.

Devan se volvió hacia Néstor, ignorando las protestas de la niña, y le sostuvo la mirada.

¿Y tú, Néstor? Me vienes con cuentos sobre originalidad y deseos, pero no tienes ni idea de lo que es vivir con miedo. ¿Cuántos años tienes?

Más de los que…

Me da igual, era una pregunta retórica. No importa lo que hayas vivido, porque tú eres de los que se pasean por el mundo con la cabeza alta, de pie cuando caen las bombas y enseñando el culo al enemigo.

¿Pero quién te crees que eres? —interrumpió Andros, poniéndose en pie.— ¡No puedes hablarle así!

Dile a tu amigo emo que no nos interrumpa, Néstor —Devan hablaba con fluidez, si no fuera por el balanceo de su cabeza casi no se notaría que estaba algo trompa—, que están hablando los mayores. Te decía que tú no eres de los miedosos pero ¿qué pasa con las personas como yo? A mí me pegaban en el colegio los chicos más grandes, y ser valiente sólo me sirvió para recibir más a menudo. La gente como tú ni siquiera os molestáis en mirar hacia el suelo para no pisarnos a los demás, no me cuentes cuentos sobre mi superyó, porque la imagen que tengo de mí mismo es la de una persona que sigue viva. Es lo único que me queda, ¿sabes?, y también voy a perderlo dentro de poco tiempo, así que no me des consejos hasta que tengas fecha de caducidad.

Dailyn le hizo un gesto a Andros, que se sentó de nuevo, alterado y casi bufando de rabia. Néstor seguía mirando a Devan, pero poco a poco se fue dibujando una sonrisa en su cara. Parecía que quería contener la risa, pero al final no pudo hacerlo y estalló en una carcajada.

¿Has visto eso, Andros? —dijo riéndose todavía—. Ya sabemos por qué Dailyn le llama amigo. Esto es pasión y honestidad, y lo demás son tonterías.

Hombre, me alegro. Le gente no suele decir esas cosas de mí. Por lo general, después de un ataque de sinceridad la gente suele llamarme cosas que terminan en “ollas”, o en “ota”.

Pero Néstor seguía partiéndose de risa, y al final se terminó contagiando a los cuatro. Devan miró a Dailyn, que también reía con ese tono infantil suyo, y se sintió un poco tonto, desagradecido y prepotente.

De nuevo.

Otra vez. Y como era un sentimiento muy común en él, decidió que lo menos que podía hacer era disculparse.

Siento el arrebato, Néstor. También te pido perdón a ti, Andros, sois buenos anfitriones y yo os he insultado en vuestra casa. Lo siento.

¿A mí no me pides perdón? —preguntó Dailyn.

No.

Las copas siguieron llenándose.


Era un hombre en tierra extraña que fue buscando algo en que creer
y al encontrarla sintió que había estado ciego.

La Dama cantaba canción tras canción. Dailyn se llevó a Andros hacia el centro del salón y le obligó a bailar con ella. Parecían un cachorro dando vueltas alrededor de un árbol.

Así que… me dices que no te de consejos hasta que no tenga fecha de caducidad —dijo Néstor.

Bueno, ya sabes, yo quería decir… ejem…

Sí, ya lo sé. Que hasta que no vaya a morir no sabré lo que es el miedo a la muerte. Y tienes razón, no sé lo que es morir, pero sí sé lo que es vivir hasta que no quieres más.

Eso sí se merece una explicación.

Verás, Devan, cuando llevas suficiente tiempo en el mundo te das cuenta de que el sol siempre saldrá por el este, de que las personas mueren sean buenas o malas, y de que no hay nada realmente importante. Somos motas de polvo en la corteza terrestre, no le importamos a la Tierra más que una hormiga o que una brizna de hierba.

¿Quieres decir a ella, a Dailyn? ¿Qué no le importamos?

No, hablo en términos geológicos. Dai es la Vida, sí, pero tiene una opinión muy elevada de sí misma. No la hagas mucho caso, no hace más que buscarte y huir. Digo que los seres humanos no le importamos al planeta, por mucho que hagamos.


ESTO ES LO QUE SUCEDE CUANDO SE COMIENZA A HABLAR DE LA IMPORTANCIA DE LOS SERES HUMANOS.

Se habla de lo insignificante que es la especie. Se usan comparaciones manidas, “los hombres somos como virus”, “nosotros sí somos un cáncer para el planeta y no lo que tú tienes en la cabeza”, etc, etc. Se compara al ser humano con los animales, concluyendo que son mucho mejores que los hombres porque no son crueles. Se habla de la crueldad contra ellos, lo que lleva al vegetarianismo. Se pone el ejemplo de Hitler, que era vegetariano y amaba a los animales. Se bebe una copa de un trago. Se hace el silencio, y se brinda con otra copa llena. “por nosotros y nuestra insignificancia”.

Este tipo de conversaciones suelen durar un par de horas y siempre, siempre, se llega a la misma conclusión: no somos nadie. Si la bebida es buena, se hace con resignación y una sonrisa. Si no es así, habrás perdido dos horas de tu vida.

En la mesa de Néstor la bebida era excelente. Y Devan no estaba dispuesto a dejar ninguna botella a medias, por si acaso se estropeaba. La conversación giró y giró hasta llegar a un tema al que siempre llega una charla entre dos hombres.

Como te lo cuento, Devan, de cuarenta para arriba, que es cuando tienen las ideas claras. Las mejores. Créeme, que llevo mucho tiempo en esto.

Eres un asaltacunas, Néstor, deberías buscarte mujeres de tu edad. Claro que están todas muertas —copa, copa, chin-chin. Devan sonrió como si hubiera dicho algo ingeniosísimo.

Gracioso ¿Otra copa? Claro que sí, claro. Pues eso, que en realidad le he terminado perdiendo el gusto hasta a las mujeres. ¿Te lo puedes creer? Ni echar un polvo me apetece. Estoy empachado, creo que he vivido demasiado.

No, no y para nada. Eso no puede pasar.

Pues pasa —Néstor dejó la copa en la mesa, porque el alcohol también le había afectado—. Es como… Imagina que te sientas en una mesa y te ponen delante un plato que te encanta, ¿de acuerdo? Comes hasta hartarte, y ya no te apetece más. Pero el plato no tiene final, así que cuando vuelves a tener hambre sigue allí, delicioso como recién hecho. Y una vez y otra, y llega un momento en el que ya nada te sabe bien, porque estás cansado de esa comida, y de comer, y sólo quieres echarte a dormir la siesta y para eso tienes que matar al cocinero. ¿Me sigues?

Eh… no mucho.

No importa que vivas mucho o poco, Devan, importa que la comida te sepa bien, siempre, hasta la última. No comas hasta hartarte.

¿Y si me da miedo pasar hambre?

Llamas a la camarera, que tiene trece años, y te presentará a los amargados de otras mesas que te quitarán el apetito.

Devan sonrió. Le costaba mantenerse recto.

Pero… Ya entiendo. Joder, es que mi camarera ha tardado mucho. Llevo llamándola… casi veinte años. Y la cuenta es altísima y no la voy a dejar propina. Y sus amigos tienen mejor vino que yo en sus mesas y uno es un… ¿dónde está Andrés?

Andros, se llama Andros… seguro que con Dai viendo una película. ¿Cómo le has llamado antes? ¿Emo?

Sí, son una tribu urbana que… mmm… son una mezcla entre Marilyn Manson y Tristón, el amigo de Leoncio. Se dice que son estériles, como las mulas.

Néstor se rió escupiendo el vino que se había llevado a los labios, y Devan dejó caer la cabeza sobre la mesa, desternillándose por su propia tontería.

A pesar de ello se terminaron la botella. Estaba casi llena.


Despertó en su propia cama, y como sucede siempre que uno llega a su casa después de haberse tomado muchas copas de más, se sintió fatal. Y tenía razones para ello.

Se levantó tambaleándose, con un impresionante dolor de cabeza que amenazaba con tumbarlo de un momento a otro. Llegó hasta el baño, que estaba a tres metros de la cama, después de un largo y agónico minuto. Se tomó dos calmantes (sólo con receta, de los de “no abuses de ellos, toma uno sólo cuando te duela mucho”), se desvistió y se metió en la bañera. Abrió el grifo del agua caliente y dejó que le resbalara por la espalda. Quemaba, pero sentaba muy bien. Se tumbó, puso el tapón y dejó que la bañera se llenara poco a poco. Al cabo de un rato de semiinconsciencia, los calmantes comenzaron a hacer efecto y pudo empezar a pensar con claridad.

Joder…” pensó. Cerró los ojos.

¡Joder! —gritó, y sus recuerdos comenzaron a llamar tímidamente a la puerta.


LO QUE RECORDABA:

A Dailyn. Néstor y Andros, dos simpáticos lo-que-sean que llevaban mucho tiempo vivos. Canciones de La Dama Se Esconde: “hoy hay que beber y luego hacer un tiesto para flores con el tonel”. Bebió un buen vino, y en cantidad.

LO QUE INTUIA:

Un comentario de Néstor diciendo que Dailyn “te buscaba y huía”. Andros mirándole con una expresión extraña, entre rabia y deseo, salivando, alzando las manos y abriendo la boca. Dailyn enfadada y alejando a Devan del alcance de Andros. Néstor y ella cargando con él por el ascensor, hasta la calle y hasta un coche. Néstor contando chistes verdes mientras conducía, despacio y con cuidado. Dai riéndose. El portal de su casa. Escaleras.

Ten cuidado, Dai, le tienes muy cerca”. De esa frase se acordaba a la perfección.

Sopa. No recordaba haberla visto. No estaba con él en la cama.


Devan abrió los ojos y salió de la bañera de un salto. Ignoró el mareo y el dolor de cabeza. Se golpeó la rodilla con el mueble del lavabo, abrió la puerta mientras se tapaba un poco con una toalla y corrió hasta el salón.

Sopa y Dailyn compartían el sofá y el calor de una manta. Sopa respiraba con fuerza, con esa especie de ronroneo suave que hacía cuando dormía profundamente. Dailyn se abrazaba a un cojín con fuerza y se removía ligeramente, como si tuviera sueños incómodos. Devan se acercó despacio, para no despertarlas. Le quitó el pelo de la cara a la niña, con suavidad y un toque de dulzura que si hubiera estado despierta no habría mostrado. Acarició a Sopa en la barriga, hasta que se retorció para que pudiera acariciarla con mayor eficacia, aún dormida. Luego se alejó despacio hacia el baño para terminar de ducharse y, con un poco de suerte, despertarse del todo.


LO QUE NO RECORDABA:

No recordaba haber sacado la manta del armario para que Dailyn se cubriera. No recordaba haberle dicho “yo duermo en la única cama que hay en mi casa y si quieres quedarte, tú duermes en el sofá”, ni haberle dicho “te he querido muchísimo”, con voz de borracho mientras le acariciaba la cara y casi le metía un dedo en el ojo. No recordaba, al menos hasta que se despertó totalmente, que el alcohol lo tenía prohibido y que había reducido su esperanza de vida.

No recordaba a Dailyn junto a él, a su lado, acunándolo y diciendo “lo siento, no sabes cuánto lo siento, no pude venir, lo siento”.

¿Cómo podría? Estaba borracho.

lunes, 1 de agosto de 2011

Los escritores somos unos desgraciados.

Compáranos, tú que disfrutas con un buen libro y lees el suplemento del periódico los domingos, con el resto de proveedores de ocio que tienes a tu alrededor.

Nosotros sólo tenemos una forma de llegar hasta ti: Mediante la publicación de nuestro trabajo. Nada de bolos en festivales o de exposiciones en salas de cultura. La publicación es el objetivo, el principio y el final de nuestra obra. O nos publican o damos asco. ¿Y cómo conseguimos esa proeza? Yo no tengo la respuesta. Pero los que saben tampoco la tienen, y eso sí es un problema.

Los escritores tenemos una ambición, y es que nos leas. Tú y todos tus amigos. Y tus conocidos. Gracias a internet tenemos blogs, y foros, y mil páginas web donde lucir nuestros relatos. ¿Significa eso que vamos a llegar hasta ti? Ni de lejos. Al no contar con ningún método de control, al no existir un filtro, al ser gratis, los autores noveles nos ponemos a escribir, subimos nuestras novelas a la red y proliferamos como hongos: Cualquiera puede escribir y todos somos escritores. Y así nos va, espantando al personal por saturación.

Para ser llamado “escritor”, decimos entre nosotros, una persona tiene que haber publicado un libro. Es decir, alguien, un editor, debe avalar su calidad. El resto somos vulgares aficionados, ruido de fondo, los perroflautas de la cultura. Teniendo en cuenta que los editores reciben, por lo general, muchos más originales de los que pueden llegar a publicar, la selección acaba recayendo en becarios y oficinistas que criban el material que reciben con una rapidez pasmosa. ¿Qué significa eso para un escritor? Significa que la novela en la que ha trabajado cientos de horas puede que jamás llegue a manos de alguien con autoridad para publicarla.

Cientos de horas.

Una canción se escucha en unos minutos. Un cuadro se ve en menos tiempo aún. Pero echar un vistazo rápido a una novela, lo justo para ver si tiene una cierta calidad y te va a gustar, requiere horas. Es difícil dedicarle tanto tiempo a un desconocido cuando tantas obras similares se acumulan en tu escritorio.

Editores esperando los originales de un autor novel para publicarlos. 

Algún día daremos con una  forma de llegar hasta ti, escurridizo lector, y no será a través de una editorial y una publicación convencional. Los que no tenemos contactos, los que no conocemos a nadie que coloque nuestra obra en lo alto del montón, tenemos que buscar otra forma de darnos a conocer. Quizá lo consigamos a través de las redes sociales, o de alguna página web de confianza. De algún modo conseguiremos que los buenos destaquen sobre el resto y se pueda cribar la inmensa maraña de pseudonovelas con las que hemos invadido la red. Fíjate que no hablo de venderte nuestros libros, eso llega con la lectura, con la constancia y con el tiempo. Hablo de  que nos leas. En el fondo, los escritores somos niños deseando el reconocimiento de nuestros mayores.

Y mientras tanto, seguiremos escribiendo novelas que no se leerán, discriminando a aquellos de nosotros que no han conseguido publicar y alabando a los que han cruzado la frontera, envidiándolos y besando el suelo que pisan. Aunque a veces sean unos mantas o lo hayan conseguido tirando de amiguismo. Cabrones con suerte, cómo los envidio.