viernes, 1 de julio de 2011

Los que se resisten a morir (cuarta entrada)

Ah, el amor, la fe y la esperanza en un mundo mejor. ¿No son ideales por los que merece la pena vivir? ¿Y morir? A esa pregunta intenta encontrar respuesta Devan desde hace tiempo. Grandes preguntas se merecen grandes respuestas.

No las obtiene, claro. Al menos de momento.

Sé que el relato desvaría. Espero que no lo haga demasiado, pero creo que no está pensado para ser leído en "formato blog", sino más del tirón, no sé si me explico. Bueno, al menos me aseguro de que tienes acceso a él. ¿Te está gustando? Eso espero. Parece mentira lo que uno lleva dentro cuando lo saca, ¿eh?

Gracias por estar ahí.


editado 08/07/2011: ¡cambios, cambios! Tengo que ser más coherente y revisar las cosas antes de subirlas aquí... Menos mal que hay gente lista, inteligente y guapa que me corrige. Y que espero que me siga leyendo, que para eso la estoy haciendo la pelota. 



El tiempo siguió su curso y la mente de Devan se reseteó. ¿Qué hace una persona normal, sana y coherente en una situación así? Estás tomando algo en un bar y se acerca un desconocido. Te saluda y te dice “eh, tengo las respuestas a las preguntas de la humanidad, soy un espíritu de una religión antigua”. Quizá lo correcto sería llamar a la policía, o soltar una risa desquiciada de lunático, o incluso quedarse con la boca abierta un buen rato y luego alzar las manos al cielo y gritar “¡oh, dios mío!” de la forma más cinematográfica posible.

Devan, ignorando lo correcto, se terminó su café y habló con la naturalidad de alguien acostumbrado a tratar con todo tipo de personas.

— De acuerdo —dijo en un susurro—, vamos a mi casa y hablamos, pero espero que no seas alérgica a los gatos, porque Diosa de la Tierra o no, Sopa se instaló en mi vida cuando tú te limitabas a ignorarme. Así que ya sabes.

Dailyn sonrió, la suya era una sonrisa franca y sincera.

— ¡Me encantan los gatos! ¿A qué clase de monstruo no le gustarían?

Y con esa frase manipuladora y no carente de verdad, se ganó un trocito del corazón de Devan.

Dieron un paseo hasta su casa en silencio, porque la lluvia había arreciado y la gente se arremolinaba en las aceras formando un peligroso mar de paraguas en el que, si te descuidabas, te podían sacar un ojo. Tenían que caminar separados, esquivando varillas metálicas y chorros de agua que caían por los canalones. Para colmo se levantó viento, con lo que los paraguas se doblaban, se cerraban apresuradamente y golpeaban a Devan, que no lo llevaba nada bien. Terminó caminando por la calzada y calándose hasta los huesos. Cuando llegaron, se dio cuenta de que Dailyn estaba a su lado (la había ignorado durante el trayecto) y lo que más le molestó, que no se había mojado lo más mínimo. Le dedicó de nuevo una sonrisa franca y casi se le pasó el mal humor.

“Me he mojado por mi culpa, ella simplemente ha esquivado el agua. Simplemente ha sido más lista que yo y no ha bajado de la acera”, pensó.

“Cabrona”, pensó unos segundos más tarde. La ira que guardaba dentro, producto de muchos años de sentirse profundamente abandonado por su fe (y por ella), no desaparecía fácilmente.

Abrió la puerta de su casa y, fiel a su ritual diario, lo primero que hizo fue comprobar que Sopa seguía en la cama, donde pasaba la mayor parte del día. Luego se dirigió al frigorífico para despertarla con el olor de una loncha de jamón.

Funcionó, claro. Funcionó nada más abrir la puerta del frigorífico, como ocurría siempre y como ocurre con todos los gatos que existen, incluidos aquellos que no han probado nunca un bocado semejante. Si su especie dominara el mundo, sin duda las juntas de gobierno comenzarían con un festín de jamón cocido y terminarían con un gran tazón de yogurt de sabores.

En esta ocasión, para sorpresa de Devan, Sopa no se dirigió hacia el olor que conocía tan bien, sino que fue directamente a restregarse contra Dailyn. Emitió uno de sus ronroneos de alta intensidad, cerró los ojos y se tumbó panza arriba para recibir sus caricias.

— Me encantan los gatos, ya te lo he dicho —dijo ella—. Y yo les gusto a ellos, porque saben quién soy. ¿Verdad, preciosa?

 Sopa respondió retorciéndose, restregándose y elevando el volumen del ronroneo. “Eres una chaquetera”, pensó Devan, pero siempre había sospechado que los gatos calan rápido a las personas que no tienen buenas intenciones, así que no pudo sino resignarse y cederle la loncha de jamón a Dailyn, que se la dio a Sopa en trocitos pequeños ya cortados.

Devan sacó otra loncha para él y se la comió mientras observaba a sus dos invitadas. O a su invitada y a su inquilina. O lo que fueran. Dailyn había tomado un trocito de jamón con los labios y se acercaba despacio a Sopa para que lo cogiera. Era un juego peligroso, y más con un gato casi ciego. Miraba con una malsana expectación, casi deseando que a Sopa se la escapara un mordisco, pero la gata cogió la comida con suavidad, poco a poco, hasta que casi pareció que estaba dando un delicado beso en los labios a Dailyn.

Una sonrisa involuntaria cruzó el rostro de Devan. Por un instante se olvidó de su amargura, de su cinismo y de su pena, y se sintió como un voyeur, espiando a dos figuras femeninas que jugaban como si pertenecieran a la misma especie. Y quizá así era, pensó, ya que todas las criaturas vivas pertenecían a la misma familia, todas tienen un origen común, y todas se encuentran conectadas entre sí a un nivel muy profundo. Se empezó a poner nervioso, algo que le ocurría cada vez que presentía que se estaba acercando a una verdad, que estaba abriendo un cofre que en su interior guardaba un conocimiento universal y primario. Su mente le echó un cable, porque desde que Devan perdió la fe se había acostumbrado a esquivar algunas líneas de pensamiento, y le guió hacia aguas menos peligrosas y profundas. Movió la cabeza para alejar de sí un pensamiento incómodo.

— ¿Café? —preguntó de forma automática dándose la vuelta y dirigiéndose a la cafetera. El café era su bebida favorita cuando tenía que pensar. También la cerveza, pero se resistía a beber por las mañanas.

— Sí, por favor —respondió Dailyn. Por un instante Devan pensó que le había respondido Sopa, pero el pánico pasó pronto. La gata estaba relamiéndose una pata, sentada en medio del suelo como si la cocina fuera su salón del trono..

Devan llevó los dos cafés al salón. Se sentaron en el sofá de medio lado, uno frente al otro, Ella mantenía su sonrisa a medio camino entre la inocencia y la picardía, y Devan un ceño ligeramente fruncido que no había soltado desde la cafetería.

La examinó con detenimiento, cosa que no había hecho hasta ese momento. Aparentaba unos trece años, algo más de lo que le había parecido al principio. No se planteó si era correcto servir cafeína a una niña, porque no la veía como tal.

“En realidad tiene varios miles de años”, pensó. Pero la apariencia era lo que contaba en ese momento. Tenía en su casa a un espíritu con forma humana, feuchilla, excepto cuando sonreía, que parecía que iluminaba al mundo. Vestía de forma informal, camiseta y vaqueros, sin pendientes, anillos o colgantes. No era como había soñado que sería.

— Me debes una explicación —dijo finalmente—. Nos la debes a todos los que creímos en ti. Así que empieza.

— Sí que te has puesto duro —respondió Dailyn—, no pensé que me guardarías tanto rencor. Han pasado muchas cosas, pero lo más importante es lo que tiene que ver conmigo, con mi propia naturaleza. ¿Realmente sabes quién soy? ¿Lo que soy?

— Sé que te adorábamos. Que te manteníamos en nuestro corazón. Y que habríamos dado la vida por ti. Quizá incluso lo hicimos. No recuerdo cuando fue la primera vez que hablamos de ti, pero lo nuestro fue una fe espontánea. Éramos siete críos que nos reuníamos para hacer espiritismo los fines de semana. Era divertido, era diferente y emocionante. Un día un espíritu dijo que no estábamos reunidos por casualidad, que el destino nos había reunido de nuevo, y que ya nos habíamos conocido en una vida anterior.

Devan hizo una de esas pausas que tanto le gustaban. Bebió un sorbo de café y, si hubiera seguido fumando, habría aprovechado para dar una larga calada y expulsar el humo hacia arriba, como si estuviera meditando sobre algo muy serio cuando, en realidad, lo que hacía era pensar lo que decir a continuación.

—Sueños de otros mundos para adolescentes sin expectativas —prosiguió—. Eso era como ofrecerle un bocadillo a una modelo de la Cibeles. No sé si lo queríamos, pero desde luego lo necesitábamos. Se habló mucho de reencarnaciones, de otras vidas, de héroes, de apocalipsis, y por supuesto, se habló de ti. Siempre apareces en todas partes, en las leyendas celtas y en las nuevas creencias. No se puede dar dos pasos por la calle de las religiones sin toparse contigo en cada esquina ofreciéndote a los creyentes. La jodida encarnación del amor, de la vida, de la naturaleza y de dios sabe qué.

Dailyn frunció el ceño. La acababan de llamar puta.

— No movíamos un dedo sin pensar en ti —prosiguió Devan—, en tus enseñanzas, en las que aparecían en los libros que leíamos y que hablaban de cómo invocar o servir a los espíritus, y en las sesiones de meditación. Nos diste un nombre y una descripción de ti misma, y te identificamos con la visión que aparecía en nuestros sueños. Nos dijiste que nos necesitabas, que tu seguridad dependía de nosotros. Como para no picar el anzuelo.

— Devan, creo que me has malinterpretado.

— No, ni hablar, ya lo creo que no. Nos dejaste muy claro lo que eras y lo que necesitabas de nosotros. Te aparecías en nuestros sueños y en las sesiones de espiritismo. Eras omnipresente, una constante en nuestras vidas, al principio tranquilizadora y al final necesaria en todo momento. ¡Cómo no íbamos a desear sentirte, verte y tocarte! ¿Tienes idea de lo importante que puedes llegar a ser en la vida de una persona mortal? Dabas sentido a todo lo malo que nos ocurría.

— Pero yo no puedo escuchar palabras, Devan, sólo emociones. Cuando me llamabais, muchas veces era para pedirme que apareciera ante vosotros, así sin más, y eso no tenía ningún sentido. No soy un objeto de culto, ni nadie a quien adorar…

— Te llamamos y te suplicamos, sí, pero sobre todo te escuchamos, y hacíamos caso a todo lo que nos decías, no lo olvides. Organizamos una gran sesión de invocación una vez, siguiendo los pasos que nos dictaste. Era complicado, coño, no teníamos ni idea de dónde conseguir las cosas que nos pedías, pero por supuesto, no apareciste, a pesar de que seguimos los pasos al pie de la letra.

— Devan, por favor…

— ¡Nos dijiste que nos amabas! —gritó él, levantándose del sofá—. Y cuando llegó el momento de la verdad, cuando nos prometiste que te mostrarías ante nosotros, que aparecerías, que nos demostrarías que eras real más allá de toda duda, entonces desapareciste. No volvimos a soñar contigo, ni a tener visiones, ni nada. Despareciste y nos abandonaste. ¡No sabes lo que es eso! Nada tenía sentido, ni mi vida, ni mi fe, ni nada en lo que creía.

Dailyn abrió la boca para contestar, pero Devan ya no la escuchaba. La rabia se había acumulado en su interior durante demasiado tiempo y ahora le dominaba. Estaba tan tenso que le temblaban las manos cuando bebió otro sorbo de café. Esperó un instante hasta que se calmó un poco, respiró profundamente y se sentó.

— Me agarré una depresión de tres pares de cojones. Me tiré semanas sin salir de casa. Mi chica terminó por marcharse, pensaba que había tenido una aventura porque me despertaba gritando tu nombre. Daba igual que intentara explicarme, que intentara contarla todo lo referente a ti. Cuando lo hacía todo sonaba de lo más ridículo, así que al final se cansó de mis pataletas y me dejó. Incluso probé un montón de drogas para intentar tener una visión de ti. Me coloqué hasta las cejas y lo único que conseguí fueron malos rollos y perder un montón de dinero.

Dailyn sonrió. Empezaba a entender lo que ocurría.

— Estúpido, sí, así me sentía y así me siento cuando recuerdo esos tiempos. Una vez hicimos una ceremonia en un bosque. Nos habías pedido que nos uniéramos para llamarte, así que alguien, ya no recuerdo quién, dijo que teníamos que verter unas gotas de nuestra sangre en un caldero para que se fundieran nuestras esencias. Coño, lo que dolió. Menudo montón de mierda. Para lo que sirvió, bien podíamos haber meado todos en un cubo. Al menos no habría dolido tanto.


Dailyn contenía la risa. Lo intentaba con todas sus fuerzas, pero cada vez era más evidente que no se podía aguantar. Cerraba los labios con fuerza, pero ya empezaban a temblar de forma descontrolada.

— ¿Te parece gracioso? ¿Te parece gracioso, joder?

Pero incluso Devan estaba empezando a sonreír. Se estaba dando cuenta de lo ridículo que sonaba, lo ridículo que sonaba todo. La estaba culpando de… ¿de qué? ¿De no haber cumplido sus expectativas? ¿De haberle engañado? ¿A un espíritu eterno al que habían dado forma a base de leer libros y de imágenes mentales? Lejos de enfadarse, suspiró resignado cuando Dailyn rompió en carcajadas, ya sin intentar contenerse, y se empezó a retorcer de risa en el sofá.

“Lo que tiene uno que aguantarle a su dios”, pensó, “no lo sabe nadie”.

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