lunes, 25 de marzo de 2013

ME HE MUDADO

Me he mudado. Yo no, en realidad, pero algunas de mis ideas no terminaban de encontrar su lugar... Espero que, con este blog, al menos pueda tener las cosas más claras.
...
...
De momento está casi vacío, pero poco a poco se irá definiendo.

Supongo.

http://relatosymentiras.com/

martes, 29 de enero de 2013

LOS ULTIMOS DIAS DE POE



El 7 de octubre de 1849, a las tres de la madrugada, murió el escritor Edgar Allan Poe. Sus últimas palabras están registradas, pero nadie sabe lo que ocurrió antes de ingresar en el hospital, durante los últimos días de su vida.  

Pienso en su obra, en el reflejo de su vida. Pienso en la belleza de sus poemas y la intensidad de sus relatos

Pienso en su inmortalidad, que alcanzó sin proponérselo.

Entonces me doy cuenta de que estoy deseando escribir sobre él, porque es lo mínimo que puedo hacer, honrar, supongo, su memoria, o quizá simplemente admirarlo. 


Escribí este relato intentando captar lo que siento al leer sus relatos. 

Por supuesto no lo he conseguido, ni mucho menos. 





LOS ULTIMOS DIAS DE POE


El 29 de septiembre atracó el barco en Baltimore. Edgar caminó, despacio y sin la menor determinación, en dirección a la estación de trenes, donde debía tomar su transporte hasta Filadelfia. Allí le esperaba Rufus Gridwold con la promesa de editar sus obras completas. Para Poe, que había fijado la fecha de su boda al cabo de un mes, suponía la esperanza, la estabilidad y la paz que jamás había disfrutado. Podría brindarle a su segunda esposa y a su tía Muddie un futuro, un plato de comida siempre lleno y un vaso de licor siempre vacío.

Era un día áspero. La niebla hablaba del otoño recién llegado. Faltaban horas hasta que partiera el tren, y Edgar decidió calentarse los huesos con una copa. No tardó en encontrar el más miserable y sucio de los tugurios del puerto, provisto de una discreta sala que conectaba con un callejón y donde un hombre podía sentarse y beber en la oscuridad. Allí nadie le miraría con reprobación, ni le adularía, ni le pediría que recitara algún poema. Entre los desamparados y los borrachos, Poe sabía que no tenía nada que perder, ni que demostrar. Tenía mucho en común con ellos, como tanto se esforzaban en recordarle. «Mr. Poe no valoraba las leyes de Dios ni las humanas», había dicho de él Mary, su primer amor. Ni el mundo de los hombres ni el cielo tenían nada que ofrecerle, y contemplaba ambos con desprecio, desde fuera, como un cuervo posado en el dintel de una puerta. Recordó así el busto de Palas que adornaba la casa en las afueras de la capital, donde había  pasado algunos de los pocos y más sinceros momentos de paz, cuando veraneaba junto a Virginia Clemm.

Se sentó en una mesa apartada, buscando las sombras y el anonimato en un rincón. La primera copa calentó su cuerpo, y la segunda enfrió su alma atormentada. Virginia había sido su único amor correspondido, arrebatada de sus manos temblorosas hacía más de un año. Quizá hacía una eternidad.

«Virginia», pensó. «Dios mío, dentro de un mes volveré a casarme. ¿Tan pronto he conseguido olvidarte?» Pero no era así. Jamás podría olvidarla, y todos sus amigos y familiares lo sabían. La suya era una vida de mentiras y verdades a medias. 

 Su visión empezó a nublarse, por el efecto del alcohol y porque la luz del día había desaparecido. Apenas un par de velas iluminaban el local. ¿Cuánto tiempo llevaba allí sentado? Tenía que tomar un tren, y llegar a Filadelfia, y reunirse con el perro pomposo y envidioso que era Gridwold, y conseguir que publicaran de nuevo su obra, obtener dinero, y que su nueva esposa viviera en paz. 

Pero su mujer, la auténtica, la que le había destrozado el corazón, había muerto. No se puede engañar a la máscara de la muerte roja. 

Intentó levantarse, y no pudo. Estaba intentando llamar al camarero para pedirle más licor, cuando vio que alguien se acercaba hacia él. Era una mujer menuda y frágil, casi infantil. Le sonrió con ojos grandes y sinceros. 

—Virginia —dijo él con voz queda, sin pestañear, sin un atisbo de duda o miedo en su voz—, eres tú.

La aparición sonrió con un deje de melancolía, como cuando se observa una vieja fotografía de un ser querido.

—Tienes razón querida, yo no te llamaba así—volvió a decir Edgar—. Así te llamaron los ángeles. Yo te llamaba mi niña dulce.

El fantasma de la mujer se sentó a su lado, flotando entre las sillas vacías, sin ensuciarse con la grasa y el vino del suelo. No parecía la mujer enferma que tosió sangre por primera vez, varios años atrás, mientras tocaba el arpa para Eddie y sus amigos. Tenía la piel blanca, casi transparente, y la mirada de la niña que se casó con él mientras se escondía de la mitad de su familia, que desaprobaba la relación, cuando contaba tan sólo con trece años. 

—¿Has venido a buscarme? —preguntó el escritor—. No me importa acompañarte, ahora, en este momento y para siempre.

— Mi alma y tu alma, amor —respondió ella con voz queda—, no pertenecen al mismo Dios. 

—¡Mi alma nunca ha sido mía! Jamás la vendí ni hice trato alguno con dioses o demonios. ¿Cómo habría de vender aquello que no me pertenece? Mi alma siempre te ha pertenecido a ti, desde el momento en el que nací. Y si negocié con ella, conseguí un mal trato. Mi oficio no me ha traído la felicidad, ni la paz, ni la riqueza, ni siquiera el amor. Me fuiste arrebatada demasiado pronto. 

La figura movía la cabeza asintiendo ligeramente mientras escuchaba, embelesada. La voz de Edgar siempre había tenido ese efecto en Virginia.

—Dicen que soy un gran escritor. Las gentes más instruidas y los críticos quedaban maravillados cuando recitaba mis poemas. “Annabel Lee arrancaba lágrimas a las mujeres y oprimía el corazón de los hombres”, escribían en los diarios. ¿Cómo podría no hacerlo? Era nuestra historia… Pero insisto, querida, en que mi talento, que jamás he negado, y mi éxito, que siempre negaré, son obra mía. No he pagado más precio que el de entregar mi vida a la poesía y a la literatura. Mi vida, no mi alma. 

—¿No lo comprendes, amor?  —susurró Virginia—. Tu alma inmortal llegará al cielo, pero la mía jamás podrá subir tan alto. Quise vivir junto al hombre al que amaba, y lo conseguí. Pague el precio, que fue caro, pero volvería a pagarlo una y otra vez, porque cada día que viví a tu lado mereció una eternidad. Fui yo quien hizo un pacto con quien no debía para poder vivir contigo.

El escritor se puso en pie, tambaleándose, cogió su capa y la echó sobre sus hombros.  

—Vamos, entonces —dijo con voz firme —. Negociaré por tu alma con el ser infame que diga poseerla. Llévame hasta él.

—No puedo permitírtelo… Mi vida fue… Oh, querido, mi alma fluye tan lejos… He venido a despedirme de ti, no a ver cómo te condenas por mi culpa.

Edgar hizo un gesto hacia su amada, como si quisiera sujetarla con suavidad por sus hombros menudos. Mantuvo sus manos en alto, abrazando el espíritu de la mujer.

—Sabes cómo soy, querida. No vas a convencerme ni voy a permanecer quieto mientras alguien intenta separarnos. Compré una fusta y di de latigazos al tío de Mary cuando se quiso interponer entre nosotros, antes de conocerte, cuando era poco más que un niño. Muddie te habrá contado esa historia cientos de veces. Que me sienta desdichado no significa que no luche por aquellos a quienes amo, y a quienes respeto. 

—Conozco la historia, querido —Virginia sonrió, y su cuerpo entero pareció iluminarse—. También sé que su familia te agredió y te desgarró la ropa. Fuiste a casa de Mary como un loco y le tiraste la fusta a la cara. 

—La arrojé al suelo, no a su cara. Y sí, me echaron a puntapiés de casa de su tío. Eran un atajo de cobardes y paletos.

—Diste latigazos a un hombre por amor a una mujer… —murmuraba el fantasma cuando abandonaban el local— Mi brillante poeta resultó ser un caballero… Y aún te preguntas qué es lo que me enamoró de ti, Eddie.

Cuando Poe salió a la calle, los pocos transeúntes con los que se cruzó se preguntaron quién era aquel borracho que caminaba tambaleándose, hablando solo y sonriendo ligeramente, como si el mundo entero fuera un chiste de mal gusto.

Cinco días después, un vagabundo mal vestido que deliraba, febril y enloquecido, fue ingresado en un hospital de Baltimore. Llegó con una nota garabateada en un bolsillo de su chaqueta destrozada. Alguien lo había reconocido y había avisado a un médico amigo suyo. 

El médico, a pesar de sus esfuerzos por recuperar su cordura, se vio obligado a atarlo a una cama y a sedarlo fuertemente y, por más atención que prestó a sus desvaríos, no encontró en ellos rastro alguno de razón.

—¡Reynolds! —gritaba Poe una y otra vez—. ¡Reynolds! ¡Vete, huye! ¡Aléjate mientras puedas! ¡No está hueca!

—¿A quién está llamando? —preguntaba el médico. —¿Quién es Reynolds?

—¿No le conoce, hombre? Reynolds, el explorador. Decía… decía que la tierra está hueca… ¡Hueca! ¡Insensato! ¡Se equivocaba, doctor, se equivocaba! Porque allí me he encontrado… No, no fue allí, fue en un miserable tugurio del puerto…

—¿A quién, señor Poe? ¿A quién se ha encontrado?

—¡A Gordon! ¡A Gordon Pym, el maldito marinero sobre el que escribí! ¡Así se hizo llamar el muy canalla! ¡Tres días he pasado con él, negociando, bebiendo y peleando con espadas y con palabras!

Cuando Edgar perdía el control, el doctor se alejaba, despacio, maldiciendo las drogas y el alcohol que habían arrastrado a una mente tan brillante a la locura.

—¡Sabe rimar, doctor!— gritaba una y otra vez. —¡Rima mejor que yo, maldito sea! ¡Mejor que yo!

Al tercer día pareció recuperar algo de lucidez, y los médicos aprovecharon para hablar con él. Entre mantas empapadas de sudor y la luz del alba que entraba por la ventana, el poeta parecía ya un cadáver.

—¿Hay esperanza, doctor?

—Señor Poe, su estado es muy grave —le dijeron.

—No quiero decir eso. Quiero saber si hay esperanza para un miserable como yo —respondió.

Entonces se quedó profundamente dormido. A veces parecía despertar y murmurar frases ininteligibles.

—Me ha ganado… Me ha vencido con mis propias armas.  He perdido aquello que jamás fue mío.

No recibió ninguna visita. Ni su prometida, ni su tía Muddie, con quien vivía, sabían de su estado. Pero cuando la luz bajaba, cuando la estancia se iluminaba con la escasa luz de las estrellas, se dibujaba a su lado la silueta de una joven, apenas una niña, que cogía su mano y parecía apretarla con fuerza. 

Finalmente una noche, la quinta desde que ingresó en el hospital, la enfermera avisó al médico de guardia. Edgar Allan Poe se moría. 

—Que Dios ayude a mi pobre alma —dijo con voz entrecortada. 

El ritmo de su respiración descendió poco a poco hasta detenerse, y su corazón dejó de latir. Cubrieron su rostro con una sábana y se alejaron de la sala. Si se hubieran girado habrían podido ver, por un instante, dos figuras etéreas que se alejaban, casi desdibujadas, juntas, la mano de ella en la espalda de él, la mano de él acariciando su cuello delgado, sin temblores ni espasmos. Les esperaba una eternidad en lo más profundo, donde nunca llega la luz del cielo.

«Volvería a pagar el precio, una y otra vez», había dicho ella. Edgar, cada día de dolor y sufrimiento infinitos, piensa que tiene razón, y lo seguirá pensando durante mucho tiempo. Cada noche vuelve a negociar, rimando y golpeando, por el alma de su amada. 

En cada ocasión está más cerca de vencer.

viernes, 16 de noviembre de 2012

FANTASMAS DE MARTE


Este relato me ha costado. El original no me gustó nada, y lo he retocado una y otra vez. A pesar de ello,  espejo, supongo, de mis propios pensamientos, el resultado es complejo, enmarañado, y a veces denso y pesado. 

Encierra una gran verdad: Siempre nos sentimos solos, aun cuando formamos parte del Mundo. Es nuestra naturaleza.



Los homenajes de este relato son obvios y fantásticos. Edgar Rice Burroughs nos mira desde el cielo marciano y sonríe.

Edit: Te propongo que lo leas con la misma canción que escuchaba yo, una y otra vez, mientras lo retocaba... Es una melodía que se adapta bastante bien a la imagen que pretendía transmitir. 

Edit 2: He modificado una expresión repetida y afinado un poco más la descripción de una sonrisa en la superficie de Marte. Gracias, Sr. Jorge. Así uno va mejorando.











FANTASMAS DE MARTE

Dos días después de estrellarse en la superficie del planeta, dos años después de abandonar su planeta natal, el corazón de Kyle dejará de latir. No habrá lágrimas a su alrededor, ni llantos desconsolados. No sentirá tristeza, ni dolor, ni tan siquiera arrepentimiento. Morirá habiendo satisfecho el sueño de su vida: llegar a Marte. 

Habría preferido seguir viva, realizar su trabajo, construir las bases para una instalación en la superficie del planeta rojo y volver a la Tierra, gloriosa, victoriosa, convertida en uno de los mayores héroes de la historia del hombre.Pero no será así. La misión está perdida. 

La estación, en órbita sobre el planeta, se desintegra de forma lenta y silenciosa. Pequeños fragmentos de acero, aluminio y titanio flotan alrededor de Marte, cayendo en una larga y cadenciosa elíptica, mezclados con pequeñas burbujas de sangre, agua y nitrógeno. Los sistemas de seguridad fallaron, la vida se escapó entre fisuras, cables sueltos y explosiones. Todos los ocupantes de la estación han muerto. Todos, menos uno. Una mujer logró llegar hasta el módulo de superficie y activarlo, y se arriesgó a una caída descontrolada hasta la superficie, planeando a través de una atmósfera tenue y frágil. Buscó una superficie adecuada, lejos de las tormentas que azotaban la superficie, y se dirigió hacia ella, en lo más profundo del Valle Mariner.

Las estrellas lucen en el cielo. Kyle es consciente de ello, pero no puede verlas. Algunas brillan desde el origen de los tiempos y siguen existiendo, en el borde del Universo. Algunas ya han desaparecido, pero su luz aún no lo sabe y sigue llegando hasta nosotros, atravesando el tiempo y el espacio. Soplan vientos huracanados, allá arriba, por encima de las crestas, de las paredes, de los ríos de dióxido de carbono y  las mareas de arena cambiante que rodean el valle. La pequeña nave con la que ha llegado hasta el planeta se ha partido en pedazos. Kyle, envuelta en su traje protector, se arrastra torpemente de uno a otro. Está condenada, lo sabe, pero su cuerpo se niega a admitirlo. Nunca fue de las que se sentaban a esperar. La muerte la encontrará intentando sobrevivir.

Hasta el último momento se aferra a la conciencia, pensando, casando palabras, hilvanando pensamientos como si alguien pudiera leerlos algún día en algún futuro, como si su mente fuera un diario que se pudiera encontrar entre las arenas del tiempo de Marte, en un futuro lejano, y así pudieran pasar a la historia. “Estos fueron los últimos pensamientos de la primera persona en pisar el suelo del planeta”, dirían los profesores, y los alumnos escucharían en silencio, maravillados e impresionados por su coraje. Pero el mundo donde nació, la Tierra, ya la recuerda muerta, desde el momento en el que las comunicaciones se cortaron, mientras enviaban un último y desesperado informe de daños. En todos los futuros posibles, tome las decisiones que tome a partir de este momento, inevitablemente, va a morir.

El corazón late y bombea sangre al cerebro, a los brazos, y se escapa por las heridas de las piernas fracturadas y deshechas. Pierde fuerza poco a poco y se también huyen sus ganas de vivir. El hígado se colapsa, las conexiones neuronales se interrumpen, los pulmones se inundan. Kyle siempre ha estado muerta, sobre la arena, desde el momento en el que nació. Sus últimas fuerzas las utiliza en quitarse el casco del traje de protección. El oxígeno escapa y se pierde en una atmósfera frágil. Los ojos se Kyle se cierran. “Que Dios se apiade de mi alma”, piensa. Un segundo más tarde, su mente la traiciona y genera un nuevo pensamiento. “Tenía que haberme quedado en casa”.

Igual que en el momento de su nacimiento, tan lejano, llora de miedo ante lo desconocido. Igual que entonces, lo desconocido es un mundo inmenso, mayor que todo lo que ha vivido hasta este momento. El miedo la invade, se acostumbra a él, y de pronto lo ignora. La mente de los hombres siempre ha temblado ante la grandeza del espacio y, en ese planeta tan cercano, y tan lejano, el miedo sólo puede dejarse atrás.

La conciencia de Kyle se despierta y mira con unos ojos que ya no tiene. Por pura costumbre se levanta, mira a su alrededor y ve su cuerpo inerte detrás de ella.

“Estoy muerta”, piensa. No sabe cómo lo hace porque, en rigor, no debería ser capaz de pensar. Su cuerpo yace a sus pies. El casco está en el suelo y una ligera brisa agita sus cabellos. Su rostro, deformado por la falta de presión, oculta una sonrisa forzada. Pero es su cuerpo el que sonríe, muerto, silencioso e inmóvil, no su alma, que se agita con el viento que pasa a través de ella.

El momento de su muerte vibra a su alrededor, como si el tiempo fluctuara y se mezclara con la arena. Lo primero que percibe, aunque tardará aún en asumirlo, es que el paso del tiempo ha dejado de tener importancia. Para un cuerpo sin sustancia, la física es una cuestión de perspectiva. ¿Ha muerto hace un instante, o hace un año? Su cuerpo no ha cambiado, aún tardará en deshidratarse y momificarse. Su sonrisa permanece, debajo de la descompresión y los fluidos que dibujan manchas en su pelo, en la arena y el traje.

 “Hermoso cadáver”, susurra alguien que no está a su lado.

Kyle se vuelve. Justo cuando lo hace, se da cuenta de que no tiene un cuerpo, ni unos ojos que vean a través de él. Es su conciencia la que ha girado, la que se ha concentrado en otra dirección. Es una sensación extraña.

“Me llamo John”, dice el fantasma de un hombre.

John es una presencia a su alrededor. Lo será durante mucho tiempo, y a veces esa presencia se alejará tanto que parecerá que nunca ha existido. Pero en este momento, John se encuentra junto a ella. Kyle comprende que su sistema de referencia, su forma de pensar en pasado y futuro, sigue atrapándola.

Dice que se llama John. Lo reconoce por la memoria muerta de su cuerpo sangrante, roto y abandonado tras ella. Cuando estaba viva, leyó acerca de él, de sus aventuras, de sus viajes y de sus batallas. “¿Cómo puedo recordarlo”, piensa de forma intuitiva. “Esos recuerdos están almacenados en mi cerebro, que ha dejado de funcionar”. Su mente inquieta, científica, sigue buscando respuestas a las preguntas equivocadas. Quien está frente a él es, desde su punto de vista, más importante que la persona que fue ella.

“Sé de ti”, dice sin hablar. “Te conozco. Me hablaron de ti. Cuando vivía. Eres John Carter, de Marte. Eres el conquistador.”

La esencia de John asiente sin moverse. El sol empieza a iluminar el mundo a su alrededor, pero ninguno de los dos proyecta sombra alguna. En un instante pasa un día entero, una rotación gastada e inmutable. Kyle ha estado pensando durante todo el tiempo, lentamente, comunicándose de forma intuitiva, casi sin palabras, con el ser que tiene frente a ella.
“John Carter no existe”, piensa. “Es producto de la imaginación de un escritor”.

Sin embargo, su presencia la envuelve y la sobrecoge. John es tan real como ella misma y como el planeta sobre el que flotan sus almas.

Cae la noche, y transcurre, pero Kyle no se da cuenta hasta que vuelve de nuevo el día y trae la luz consigo. Entonces habla de nuevo.

“¿Podemos movernos?”

John extiende una mano que no tiene, agarra su cintura con suavidad incorpórea, y se elevan de un salto por encima de las paredes escarpadas del valle. No están volando. Tampoco percibe la inercia y la velocidad de un salto. Sabe que se está moviendo porque el paisaje cambia a su alrededor, pero igualmente podría ser el planeta el que gira ignorándola a ella y su presencia incorpórea.

“Claro que podemos movernos”, dirá él cuando se posen de nuevo en el suelo. Ella lo mirará a los ojos y verá dos estrellas gemelas a través suyo, soles recién nacidos cuya luz aún no ha llegado hasta el planeta. Los verá porque John no tiene un cuerpo que oculte la belleza del cielo, y ella no tiene unos ojos tan ciegos que sólo perciben la luz. Sentirá una paz cálida, serena, la paz que ansía todo ser vivo desde el momento en el que nace, pero aún no sabrá la razón y, cuando la comprenda, esa paz será eterna.

John le muestra la belleza serena y silenciosa del planeta rojo. Corren y vuelan a través de las tormentas. Saltan hasta las cimas de Tharsis y planean por las suaves pendientes del Olimpo. Se dejan caer por las grietas de los volcanes hasta el núcleo incandescente. Lo ven enfriarse, poco a poco, grado a grado, dejando que transcurra el tiempo a una velocidad difícil de percibir incluso para ellos, y luego retroceden de nuevo al presente, bailando al filo de una dimensión extraña. Regresan a la muerte reciente de Kyle y el núcleo brilla y fluye con el calor primigenio. Suben a la superficie, a los vientos huracanados y las tormentas de arena que se extienden por cientos de kilómetros. La estación espacial se sigue descomponiendo en el cielo, poco a poco, visible cuando el sol se oculta, con sus ocupantes muertos, todos ellos, incluso aquel que logró escapar y caer a la superficie.

“Te enseñaré a los habitantes del planeta”, dice John. Kyle lo comprende, porque en el futuro ya los conoce a todos, pero en ese momento no sabe nada de su existencia. Aún le cuesta pensar en términos no lineales. “Creía que no había vida en Marte”, responde, y se da cuenta en un instante de que su razonamiento no tiene sentido. “¿Estoy viva?”, se pregunta. “¿Qué es lo que soy? ¿Perderé la conciencia de mí misma?”

John no responde, porque sabe que no existe una respuesta verdadera y él nunca miente. A veces la conciencia se diluye, y a veces permanece hasta que el cuerpo se corrompe y luego desaparece, cuando los vientos, la arena y el hielo descomponen las redes neuronales apagadas y frías.

A veces, simplemente, el alma sobrevive a todo eso, cuando encuentra una nueva cuna en la que crecer.

Viajan de nuevo y visitan las ruinas de una civilización desaparecida hace siglos, grandes ciudades que se descomponen y se convierten en arena roja. Kyle nunca había visto construcciones como esas, los restos de una civilización ajena a la especie humana. Entre los muros y los monumentos erosionados, el rostro deshecho de John les contempla desde el pasado, tallado en estatuas, en monedas y en edificios. El rostro que refleja su espíritu había sido grabado cientos de veces con precisión sagrada.

“Eres tú”·, dice ella. “Esta ciudad te rendía culto”.

“Claro que soy yo”, responde John. “Yo era su rey, su protector, su mejor. Yo permaneceré cuando llegue el hombre de nuevo, y se establezca en la superficie y bajo ella, y también permaneceré cuando viaje hacia las estrellas, evolucione y desaparezca. Yo soy Marte, y existiré mientras el planeta exista. Cuando se consuma en las llamas del sol moribundo, dentro de un tiempo infinito, me uniré a él y desapareceré. Ya lo he hecho, en ese momento, pero nunca antes, nunca hasta entonces. Yo jamás abandonaré Marte.”

Kyle se siente de pronto triste, inocente y frágil. Sabe que ella marchará, dejará el planeta y se fundirá en la mente colectiva de una especie diferente, descendientes de los seres humanos que ella ha conocido, dentro de varios milenios. Lo sabe de una forma intuitiva, porque poco a  poco está aprendiendo a conocer lo que aún no ha ocurrido en el tiempo. Sabe que la especie a la que ella pertenecía viajará al planeta rojo, y a otros planetas, y finalmente abandonará el Sistema Solar y se adentrará en el espacio profundo, transformada en algo muy diferente al ser humano que ella conoció, tan pequeño, egoísta y frágil.

 John no les acompañará. El mantendrá su esencia, su corazón, una pasión primitiva reservada a los espíritus de los animales y a los dioses. A pesar de haber sido humano, hombre, terráqueo, él siempre será recordado como el hijo predilecto de Marte. Ella aún no comprende la relación entre ese hombre y el planeta. Existe una profunda verdad que ronronea en el núcleo incandescente, viaja a través de las arenas fundidas hasta la superficie fría, y le habla en forma de vientos y tormentas. Pero ella no sabe escuchar.

“No soy la primera”, siente Kyle. Ya no tiene pensamientos, sino certezas e incertidumbres. No es la primera, nunca lo ha sido. Ese es el hecho. “No soy el primer ser humano que muere en este planeta. “

El alma de John no dice nada, pero su presencia dice “te equivocas”. La abraza de nuevo, salta con ella, alto, por encima de la atmósfera, de las tormentas y de los restos mortales de los hombres de la estación espacial, hasta que la curvatura del planeta se hace visible. Bajo ellos se extienden las inmensas montañas y la paz caótica del polvo y el paso del tiempo.

“Estás viendo Marte”, dice John. Nunca fueron sueños. Marte existe, extiende sus promesas, toca la conciencia de los hombres y colapsa su función de onda, transformándola, enlazando con el mundo en el que sus sueños se hicieron realidad.

“En Marte nacerá Michael Smith, viajará a la Tierra y conmoverá la sociedad de los hombres con su visión de las relaciones humanas. Martin Gibson llegará a una colonia humana, se perderá en los mares de plantas y descubrirá cosas asombrosas. Manhattan creará una nave inmensa de cristal con la que recorrerá la superficie del planeta. El ser humano, ya establecido, vivirá con los breekmen, los cazadores, muy diferentes de los agresivos y despiadados luchadores que conocí yo. Como ellos habrá muchos más. La población de Marte es inmensa, siempre diferente, infinita, variable en función de quien la observa. Tu equipo y tú, Kyle, esperabais encontrar un planeta muerto, y eso fue Marte para vosotros. Pero esa ha sido, es, tan solo vuestra realidad.”

“Yo pertenezco a una realidad diferente”, prosigue después de un silencio largo, “más sencilla, más universal. Yo fui el primero en ser creado.”

Kyle siente, escucha, piensa, y entonces comprende, porque la comprensión, para una mente tan inmensa como la suya, termina llegando antes o después. Comprende por qué puede pensar, y recordar, y sentir, a pesar de carecer de un cuerpo y un cerebro preparado para ello. Comprende mientras las arenas de Marte giran y se agitan ante la llegada de una nueva tormenta.

El ser humano no es inmortal, su espíritu no perdura. Sin embargo, el planeta sí lo hace. Su red neuronal ha permanecido vacía, sin razón alguna para funcionar, hasta que llegó ella. Sus pensamientos, sus recuerdos, y a partir de ahí, el planeta entero, comenzaron a experimentar un tiempo nuevo, diferente y lleno de vida.

La forma de vida más grande del sistema solar comprendió, tomó conciencia de sí misma a través de la conciencia del hombre, y viajó atrás en el tiempo, y adelante, y en un instante la historia se había creado a sí misma, todas las historias, todas nuevas y todas diferentes en infinitos mundos. Era un planeta que no sabía que estaba vivo, que no sabía que podía pensar, y sentir, y viajar en la mente y las vidas del resto del Universo. Pero aprendió rápido, aprende a cada momento que pasa, lo habrá aprendido todo mucho antes de que el sol lo devore.

Kyle siente que es la madre, la creadora y la víctima del sueño de un planeta infinito. Piensa en aquellos personajes que han viajado a Marte, que han vivido o que vivirán mucho tiempo después. Son muchos, más de los que había imaginado. Pero por encima de todos ellos, siempre ha estado él, un único individuo destacando entre varias especies, brillando, saltando y volando sobre sus cabezas. Es John Carter, el conquistador, el primer hombre en soñar con Marte, alcanzar su superficie y conquistar su corazón. Su esencia parece tan pálida, insustancial y carente de vida como la suya propia, pero su corazón late inmenso, fluyendo por cada grieta del planeta.

Kyle comprende, desde ese momento y para siempre. Esa comprensión perdurará, incluso cuando su esencia se diluya con la mente colectiva de la humanidad, en uno de los futuros posibles. John, el primer hijo de Marte, viajará y se fundirá en esa mente colectiva y, a su pesar, sobrevivirá al planeta.  

sábado, 10 de noviembre de 2012

LA INTERPRETACIÓN DE LAS CORTINAS AZULES



Cita:

Frase sacada de una novela cualquiera: Las cortinas eran azules.
Lo que interpreta tu profesor de literatura: Las cortinas representan su inmensa depresión y su falta de deseo de continuar.
Lo que quería decir el autor: Las cortinas eran azules y ya está, coño.



El autor puede tener una idea en mente cuando escribe una frase determinada, pero en mi opinión, el autor no es consciente de las implicaciones de lo que escribe, no es dueño de su subconsciente. El escritor utiliza palabras para traducir emociones y pensamientos que no sabe que guarda en su interior, y por eso siente la necesidad de escribirlos.

¿Qué quiere decir el autor cuando escribe que las cortinas eran azules?

Puede querer describir el color de las cortinas y ya está, pero... ¿por qué las describe como azules? ¿Porque son así las de su cuarto, porque le gusta el color, o porque en ese momento se siente deprimido, sin ganas de continuar, y sin darse cuenta eso le hace pensar en cortinas azules?

Como en todas las formas de arte, es muy fácil caer en el absurdo, como en el ejemplo que estamos usando, y reducirlo todo a un chiste de profesor retorcido con moraleja en forma de Navaja de Occam, ya sabes, ese principio que dice que, en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta.

El chiste no tiene gracia, en realidad. La visión del crítico de arte equivocándose frente a las pretensiones del autor, para regocijo del personal, me recuerda a un grupo de chicos en pantalón corto, paletos con dificultades para leer y escribir, haciendo correr al chico con gafas, al empollón de la clase, riéndose y burlándose de él, como hace Nelson, el personaje de Los Simpsons, por ser más inteligente que ellos.



Ja, ja.

Idiota. Algún día trabajarás para Milhouse.



Para mí, el color de las cortinas puede tener un significado diferente que para el autor. Puede evocar un recuerdo, o un sentimiento completamente alejado de sus intenciones. Quizá en una frase esas intenciones pasen desapercibidas, pero si se repiten a lo largo del texto, entonces su interpretación no será tan aleatoria o subjetiva como nos hacen creer los chistes. Si el azul simbolizara la depresión y el personaje del libro se terminara suicidando, ¿podríamos decir que el autor simplemente quería describir el color de las cortinas? ¿O podríamos pensar que, de forma consciente o inconsciente, el autor estaba creando una atmósfera, evocando la depresión y trasladándola al color de las cortinas?

Toda interpretación es válida si es veraz, si se realiza a partir de un sentimiento cierto.

Si un libro te vuelve nostálgico, será por alguna razón. Puede que el autor no lo pretendiera, pero esa razón existe, es real, y será más válida cuanto más universal sea, es decir, si a mucha gente le vuelve nostálgico ese libro por la misma razón, esa razón tendrá más peso, pero no será más real que el resto de razones.

La realidad no siempre es sencilla. Lo que quiere decir un artista no lo sabe ni el propio autor.


Desconfía de aquellos que pueden explicar con detalle lo que hacen y por qué lo hacen: Probablemente estén mintiendo.

¿No lo crees así? ¿El color de las cortinas es siempre casual?

 Preguntemos a nuestros sentimientos, y decidamos.




Busco respuestas a preguntas que no sé cómo formular. ¿Por qué Dailyn, mi diosa de la Naturaleza, es una niña flaca y más bien feucha? ¿Por qué Damian, mi mago adolescente, fuma tanto? ¿Por qué siempre se mueven las sombras de las esquinas cuando no las miras?

viernes, 26 de octubre de 2012

Leer en versión original


En un foro en el que participo de forma habitual nos hemos puesto a hablar de esto, y he recordado que tenía pendiente escribir una entrada sobre las traducciones.


La pregunta original era más o menos así:

¿Creéis que es posible que una traducción supere al original? ¿Qué derechos tiene el traductor? ¿Qué cosas tiene derecho a modificar? ¿Véis bien que adapte las situaciones para que las entiendan otras culturas (ejemplo: traducir juegos de palabras o chistes)?

Y esta fue más o menos mi respuesta




Creo que una traducción nunca debe superar al original. Por ejemplo, si en el texto original se repiten muchas palabras, se abusa de verbos genéricos o se utiliza un estilo plano y descriptivo, el traductor no tiene por qué adornarlo, o cambiar unas expresiones por otras que le parezcan más adecuadas. Es decir, si el original es un "mal texto", el traductor no debe "convertirlo". Por eso, en principio, un texto traducido nunca puede [i]superar [/i]al original. Si lo hace, no será una buena traducción. Puede ser un buen texto, pero no una buena traducción.

Esto es, digamos, a priori. El traductor no deja de aportar su visión de la obra, no deja de ejercer de intérprete, y en ese sentido es donde se puede apreciar un buen traductor de uno mediocre. En un texto científico, por ejemplo, quizá sea suficiente con que, además de dominar el idioma, el traductor entienda del tema, de la materia de la que se está hablando pero, en una novela, creo que el traductor, además, debe comprender al autor, entrar en su mente y saber lo que quiere trasmitir. En una novela, el traductor debe averiguar cuales eran las intenciones del autor, qué sentimientos son los que pretendía evocar, y traducir en consecuencia. Es decir, en una traducción no importa tanto la fidelidad al texto original como la fidelidad al espíritu, al estilo original, y eso depende prácticamente en su totalidad del traductor.

Obviamente también depende del tipo de texto del que hablemos. Traducir un texto filosófico o teológico exige un contacto directo con el autor o un conocimiento muy, muy intenso de su obra si se quiere hacer un buen trabajo. Traducir un libro de aventuras quizá no requiera una comunicación formal con el autor, pero se deberá compensar con un conocimiento serio del medio, del entorno en el que se desarrolle.

Un punto y aparte se merecen los textos humorísticos. Entiendo que los juegos de palabras y los chistes deben traducirse buscando el sentido y, sobre todo, manteniendo el humor. Si la intención es hacer reír, mantener el original y que no tenga sentido al traducirlo es faltar al espíritu de la obra. En un chiste, además, me parece algo obvio.

- ¿Y dices que tu abuela tiene 90 años y no usa gafas?
- No, ella bebe directamente de la botella.

N. del T. En la obra original se usa la misma palabra para gafas que para vasos.


Oh, jaja, qué gracioso.

Pues no.


Un ejemplo que pongo siempre de buena traducción y que muchos conoceréis: En la serie Futurama, hay un momento en el que Bender, el robot, se mueve por una cuerda fija encima de un monociclo mientras tararea el himno del PP. En la versión original, realizada en USA, Bender está tarareando el himno del Partido Republicano. Si el traductor no hubiera hecho bien su trabajo no habría tocado la escena, pero se ha molestado en buscar una similitud para que los españoles entiendan el chiste.






Este ejemplo viene muy bien para los que dicen que las comedias hay que verlas en versión original porque, si no, se pierden los matices. Cuando alguien os diga eso, pedidle que os tararee el himno del PP y luego el del Partido Republicano, y entonces seguís hablando. Lo de "perder los matices" en una comedia siempre me ha hecho sonreír, y no porque tenga gracia.

Esta misma serie tiene otro ejemplo de traducción lamentable. En un momento dado, Fry se pone a recitar un texto de La Hoguera de las Vanidades, y en la traducción está leyendo al biografía de Tamara. Aun no comprendo a qué viene ese cambio. una de cal y otra de arena, las comedias mal traducidas pueden resultar lamentables.


En fin, en mi opinión, un texto cómico debe traducirse muy bien y, para prácticamente todo el mundo, la traducción siempre será más agradable y se disfrutará más que el original. No se trata únicamente de hablar la lengua original, se trata de estar integrado en su cultura. Esto imagino que no será aplicable en novelas situadas en un tiempo diferente al actual. Supongo que para leer y disfrutar a Terry Prattchett no hace falta más que dominar el idioma, pero vaya usted a saber.


He tenido algunas discusiones curiosas sobre las traducciones de Canción de Hielo y Fuego. ¿Se pierde mucho por llamar a Sandor Clegane "el perro" en todo momento y no diferenciar cuando le llaman "sabueso" de forma habitual y "perro" de forma despectiva? ¿Es una licencia injustificada que RiverRun se traduzca por Aguasdulces ? Te da risa el nombre de  Invernalia  porque te recuerda un paquete de guisantes congelados?

Yo, personalmente, creo que no es para tanto ni mucho menos. En este caso concreto, por lo poco que he leído en inglés, la traducción está muy cuidada y se está realizando con mucho espero y respeto por el lector. ¿Qué tiene fallos? Sin duda tendrá alguno, que se le haya pasado a todo el equipo y que corregirán en una edición futura. ¿Supone un inconveniente a la hora de disfrutar del libro? No, creo yo, para nada. Yo, personalmente, creo que he diferenciado en todo momento cuando alguien estaba hablando de El Perro con desprecio.

The Hound en todo su esplendor. 


En fin que, en mi opinión, leer un libro en su lengua original es una experiencia más auténtica que leerlo traducido, siempre que estemos hablando de textos con una cierta lírica o carga emocional, y siempre que el lector domine tanto el lenguaje como el estilo. La poesía, por ejemplo, creo que siempre hay que leerla en su idioma original, aunque sea con una traducción al lado. En caso de que no sea posible, se hace imprescindible buscar una buena traducción.


Un ejemplo de mi idolatrado Edgar:



Once upon a midnight dreary, while I pondered, weak and weary,
  Over many a quaint and curious volume of forgotten lore,
    While I nodded, nearly napping, suddenly there came a tapping,
   As of some one gently rapping, rapping at my chamber door.
  "'Tis some visitor," I muttered, "tapping at my chamber door-
                Only this, and nothing more."



Y ahora un par de traducciones:


Una fosca media noche, cuando en tristes reflexiones,
Sobre más de un raro infolio de olvidados cronicones
Inclinaba soñoliento la cabeza, de repente
A mi puerta oí llamar;
Como si alguien, suavemente, se pusiese con incierta
Mano tímida a tocar:
"¡Es - me dije - una visita que llamando está a mi puerta:
eso es todo y nada más!".



Una vez, al filo de una lúgubre media noche,
mientras débil y cansado, en tristes reflexiones embebido,
inclinado sobre un viejo y raro libro de olvidada ciencia,
cabeceando, casi dormido,
oyóse de súbito un leve golpe,
como si suavemente tocaran,
tocaran a la puerta de mi cuarto.
“Es —dije musitando— un visitante
tocando quedo a la puerta de mi cuarto.
Eso es todo, y nada más."



Una de las dos traducciones me hace vomitar. Adivina cual.


Para el resto de los textos, por ejemplo, novela de ficción pura y dura, por supuesto que, si puedes leerlo en original sin echar mano del diccionario y sin poner caras raras cuando se usen coloquialismos, pues mucho mejor. Pero no lo veo como algo que mejore sustancialmente la experiencia. Se notará en algunos libros, pero en otros creo que no será apreciable. Sucede lo mismo con las películas. Siempre es mejor verlas en versión original, pero la diferencia con la versión doblada puede resultar insignificante o sustancial, dependiendo del tipo de película... y del traductor.