lunes, 24 de septiembre de 2012

EL ULTIMO ENCARGO SUPONE LA EXTINCION


A veces las cosas no salen bien. Tenía una buena idea, pero no supe desarrollarla en un relato largo. La adapté para encajarla en un concurso de relatos cortos, y el resultado fue... decepcionante. No sé lo que me ha ocurrido con este relato. A lo mejor no es tan malo y lo que ocurre es que lo he leído demasiadas veces... 

En fin, lo cuelgo aquí porque Angelina no tiene la culpa de mi ineptitud.



Es el mejor en su trabajo”, solían decir de Archer, y no se equivocaban. Cuando se le encargaba una tarea la cumplía con seriedad y eficacia, por complicada o delicada que fuera. No dejaba cabos sueltos ni cometía errores, y su discreción estaba garantizada en todo momento.

En aquella ocasión, sin embargo, el encargo que le estaban proponiendo parecía bastante sencillo, y Archer no comprendía por qué necesitaban sus servicios. El senador Picard, uno de sus clientes habituales, había contactado con él a través de su comunicador privado para explicárselo personalmente.

Para destruir una inteligencia artificial no me necesita a mí, senador. Un hacker convencional, cualquier traficante de las calles, podría encargarse de este trabajo. Si quiere le puedo poner en contacto con alguno de ellos.

No se trata de un robot normal, Archer —respondió el senador—.  Se trata de la creación de Angelina De Arco. Ya sabe lo que significa eso.

Archer asintió en silencio. De Arco, la activista que intentaba que se derogaran las Leyes de Control, era una de las mejores programadoras de la ciudad. El gobierno llevaba décadas obligando a los fabricantes de placas y robots a programar las Leyes en todas las inteligencias artificiales, pero se decía que en su unidad personal, la Kirk-1, había conseguido romper los bloqueos del gobierno. Si alguien conseguía diseñar una IA sin las restricciones oficiales, que no estuviera obligada a obedecer las Leyes, sin duda era ella.

Si eso era cierto, De Arco había tomado una decisión ilegal y temeraria al equipar a un robot con una programación de ese tipo. Libre de las obligaciones de respetar la vida humana y de obedecer las órdenes de los hombres, una IA en un cuerpo físico podía convertirse en algo muy peligroso. Kirk-1 era un robot de compañía y asistencia doméstica, con piel sintética y aspecto humano, pero su diseño apenas se diferenciaba de los robots de trabajo, incansables, fuertes, rápidos y potencialmente letales.

Comprendo sus recelos, senador —dijo Archer—, cuente conmigo. Deme diez días para prepararme.

El senador suspiró con un cierto alivio. Ni siquiera intentó regatear el precio que marcó Archer, mucho más elevado de lo habitual. De Arco se había convertido en una seria molestia. No sólo exigía que el gobierno derogara las Leyes de Control, sino que pedía que las unidades de ensamblado de las fábricas fueran tratadas como seres vivos y no como herramientas de trabajo.

Esa idea no debía prosperar. El sistema económico y muchas grandes fortunas dependían de la mano de obra robótica. Picard se relajó, sabiendo que había dejado el asunto en buenas manos. No sospechaba, ni tenía motivos para hacerlo, que acababa de condenarse a sí mismo al olvido.

            Una semana después, dos horas antes del amanecer, Archer aparcó su vehículo en una zona poco transitada de los muelles. La programadora se había instalado dentro de una nave de ensamblado de robots, y vivía rodeada por unidades de procesado, bolsas de piel artificial y ordenadores de última generación. Localizarla había sido fácil, pero el material necesario para cumplir con aquel encargo era poco habitual y Archer había tardado unos días en conseguirlo. No estaba dispuesto a correr ningún riesgo con una IA que podía resultar hostil, así que había adquirido un PEM portátil, un pequeño emisor de pulso electromagnético con la forma de una esfera apenas más grande que una pelota de tenis. Con él podía inutilizar cualquier sistema electrónico.

Se colocó a una distancia prudencial, programó el PEM para activarse en diez segundos y lo lanzó desde el otro lado de la calle. Entró limpiamente por una ventana, y un pequeño zumbido casi inaudible indicó a Archer que se había activado. Esperó unos segundos para evitar que su comunicador y su láser electrónico se vieran afectados por el pulso, y cuando calculó que el efecto ya se habría desvanecido, cruzó la calle, abrió la puerta de una patada y entró en la vivienda de Angelina De Arco.

Lo primero que vio fue a la programadora zarandeando y gritando a un hombre que se había desplomado en el suelo. Archer vio que, al caer, el cuerpo había dejado una marca en la pared, y dedujo rápidamente que se trataba del robot, mucho más pesado que un ser humano, y que en cuestión de segundos podría reiniciarse y recuperar la movilidad.

—¡Tú! —dijo Angelina cuando vio a Archer.

Al suelo —respondió él sacando el arma—. Ahora.

De Arco se alejó lentamente del cuerpo caído, pero cuando Archer se acercó, el robot comenzó a reiniciarse. Kirk-1 abrió los ojos y, en un instante, se puso en pie y se colocó delante de Angelina. Arrancó una guía metálica de la puerta y la asió como un garrote.

Así que es verdad —dijo Archer—. No estás sujeto a las Leyes de Control y puedes atacar a los seres humanos.

El robot no contestó. Avanzó de un salto, blandiendo la barra de metal, y recibió cinco impactos del láser antes de caer al suelo. Archer descargó su arma sobre el cuerpo inmóvil, una y otra vez, primero sobre el torso y luego en la cabeza, hasta que el calor de los disparos comenzó a fundir su cráneo. No paró hasta ver los circuitos derretidos del robot extendiéndose por el suelo como una sangre espesa.

Es usted una programadora excelente, Angelina, pero sus actividades contra las Leyes están molestando a mucha gente. Las IA no son seres vivos y no tienen derechos. Las Leyes deben prevalecer, nuestro sistema económico se basa en ellas.

No sabe hasta qué punto me ha convencido, Archer, no tiene ni la menor idea —respondió ella lentamente. Una lágrima estaba resbalando por su mejilla—. No volveré a trabajar con inteligencias unitarias. No pensé que pudieran llegar tan lejos.

—Ya, bueno —respondió él, sorprendido porque la programadora conociera su nombre—. Usted tenga cuidado con lo que hace y no nos volveremos a ver.

Archer se giró, dispuesto a abandonar la casa, cuando escuchó un ligero zumbido.

—No se vaya todavía, se lo ruego—dijo la programadora. Sintió como le fallaban las fuerzas y, antes de golpearse contra el suelo, ya había perdido el sentido.

Cuando abrió de nuevo los ojos se sintió desorientado, confundido, y no sabía el tiempo que había transcurrido desde que se había desmayado. La cerradura de la puerta, que había saltado con su patada, estaba reparada, por lo que debía haber sido bastante tiempo. Se encontraba inmovilizado y sólo podía mover la cabeza.

La programadora estaba de pie cerca de él, moviéndose entre dos pantallas táctiles y una gran mesa en la que se encontraban amontonados restos de robots. Sobre las pantallas se veía una gran vitrina de cristal, pero no distinguía lo que había en su interior. Varios trozos de piel sintética se descomponían en el suelo despidiendo un fuerte olor dulzón, y las placas de control de la mesa rezumaban líquido hidráulico formando pequeños charcos viscosos.

Archer analizó su situación. Angelina lo quería vivo, porque de no ser así nunca habría despertado, y estaba destruyendo todo su equipo. Necesitaba averiguar sus intenciones.

—Escuche, Angelina —comenzó—, lamento lo que hice con su robot, pero le aseguro que no había nada personal en mis actos. Fue un encargo, como ya sabe. Así me gano la vida ¿qué otra cosa podía hacer?

De Arco no respondió y siguió enfrascada en las pantallas, como si no le hubiera escuchado. Archer decidió cambiar de táctica y apelar a su ego.

—Oiga, no suelen sorprenderme fácilmente, pero ni siquiera la escuché acercarse a mí. ¿Cómo me ha noqueado?

—No lo he hecho —respondió ella—. Lo desactivé con un PEM, y ahora estoy recuperando su programación para estudiar los cambios. Por eso está consciente. Lo lamento, pero es necesario para el volcado.

—¿Qué dice? Perdone, no la comprendo. Yo no… Un pulso no puede…

Archer comprendió que algo no marchaba bien. Bajó la mirada y, por primera vez, sintió que no tenía nada que hacer, ni tiempo que ganar, ni forma de escapar. Su cabeza estaba conectada a una terminal de energía, como si fuera un robot en un taller de reparaciones. Su cuerpo se encontraba tendido en el suelo a varios metros de él, conectado a dos unidades de control. Tardó algunos segundos en asimilar lo que estaba viendo.

—Angelina, ¿qué es lo que me ha hecho? Yo... yo no soy un robot, ¿comprende? Sé que su trabajo era muy importante para usted, pero no puede matarme por haber destruido su equipo.

—Cállese —respondió ella—, me desconcentra. Sí, he programado robots sin Leyes de Control, rompí los bloqueos del gobierno hace años. Kirk llevaba mucho tiempo conmigo, fue de los primeros y he mejorado mucho el procedimiento desde entonces. Hace tiempo comencé a implantarles recuerdos para mejorar su percepción de la vida humana, pero tampoco ha funcionado como esperaba. El primero de todos fue el senador Picard, y el resultado ha sido decepcionante. Probé con diferentes motivaciones, pero siempre han acabado actuando sin ética ni moral. Estoy desmontándolos a todos. La ciudad está poblada tan sólo por mis creaciones. No eran tantas, en realidad, la mayoría de las personas que usted conoce son recuerdos preinstalados. Ni una tan sólo ha funcionado como esperaba.

—No la entiendo, por favor, explíquese. El senador es un ser humano, igual que yo, y... Oiga, estoy muy mareado, necesito un médico.  

Angelina se detuvo y suspiró. Cogió una herramienta de la mesa y se volvió hacia Archer.

—No, Archer, no necesita un médico. Lo que necesita es que borre toda su programación.

—Usted —comenzó Archer, débil y al borde de la inconsciencia— tiene que estar mintiendo. Usted… no puede ser… responsable de todos nosotros.

—Está equivocado —dijo ella, manipulando los cables conectados a la cabeza de Archer—. Sí, soy responsable, y sí, voy a dejar de trabajar con esquemas como el suyo. Se parecen demasiado a los seres humanos y acaban adoptando nuestros hábitos. No quiero un futuro triste, como nuestro pasado, así que los he desactivado a todos. Usted es el último. No lloraba por Kirk cuando lo destruyó, sino por usted y por toda su especie, Archer. Acabo de extinguirla.

—Pero yo... yo…

Archer no terminó la frase. De Arco siguió trabajando en las conexiones hasta que comprobó que la programación del robot había desaparecido. Había salvado el código puro, pero no quedaba rastro de los recuerdos y las experiencias añadidas a la fuente original. Se levantó,  se limpió el sudor de la frente con el dorso de la mano y volvió su atención hacia los monitores.

Se detuvo un instante y miró a su alrededor. La factoría se encontraba repleta de restos de robots. No se escuchaba el menor ruido. Se sintió sola, más sola que nunca en toda su vida. Había desactivado al último robot que había construido. El trabajo de su vida había demostrado ser un completo fracaso.

Se sentó, relajada y dispuesta a comenzar de nuevo. Borró las referencias a la programación de Archer que existían en sus archivos y abrió las  rutinas de programación. Estaba desarrollando un nuevo modelo de inteligencia artificial, original y revolucionario. No volvería a cometer los mismos errores.

Encima de las pantallas, dentro de la vitrina de cristal, un pequeño grupo de hormigas mecánicas construían la cámara de su reina, que comenzaba a producir los primeros huevos.