martes, 28 de febrero de 2012

FORASTEROS


FORASTEROS

Elizabeth le cerró los ojos y, al hacerlo, sintió que su vida jamás volvería a ser la misma. La cabeza de Yanish reposaba entre sus piernas, serena y tranquila, como si estuviera durmiendo. Ella respiraba con calma, intentando mantener el control. Llevaba años preparándose para ese momento. Era inevitable, y siempre lo había sabido.

Cuando decidió huir con él hacia la espesura de las laderas del Bisoke y vivir como una nativa, supo que llegaría el momento en el que se quedaría sola. Ignoró los llantos de su madre, las súplicas de sus hermanas y los gritos de su padre. Ella había crecido muy lejos de aquellas tierras y sabía que sería difícil, que su infancia en Europa no la había preparado para las duras condiciones de vida en la selva, y que estaba sacrificando quizá su propia vida por alguien que jamás comprendería el enorme sacrificio que estaba haciendo. El había nacido allí y no conocía más que la selva virgen y los barrotes de las jaulas del colono. Elizabeth lo dejó todo, él a cambio le entregó todo lo que tenía: Su amor, sus caricias y la selva. Cuando cerró los ojos de su cuerpo sin vida, ella supo que jamás volvería a amar como le había amado a él. No se equivocó.

Habían pasado diez años desde el momento en el que ella lo liberó y marchó con él hacia lo más profundo de la selva. Fue una noche de tormenta, en verano, casi al amanecer. Las celdas hervían de agitación, el olor a miedo y a sangre derramada eran intensos. Elizabeth ignoró a los capataces y abrió la celda de Yanish, que estaba acurrucado entre las sombras de las esquinas, temblando, abrazado a sus propias piernas porque lo habían aislado de su grupo. Le cogió de la mano, suavemente pero con firmeza, y con palabras amables que el no entendía le sacó de aquella sala pestilente. Los hombres no se atrevían a detenerla, pues si había una pena más grave en aquellas tierras que desobedecer al amo, era tocar un solo cabello de una de sus hijas.

Salió de la celda y de las cuadras donde almacenaban a esclavos y animales. Sabía, mientras caminaba bajo la lluvia intensa, que su padre observaba desde las ventanas de las habitaciones superiores. No la detendría porque siempre había respetado su iniciativa, pero tampoco se despediría de ella. Era el hijo major, el primogénito que debía perpetuar su estirpe de hombres fuertes y poderosos, y estaba huyendo de él, de su familia y de su raza. Huía hacia la selva y las montañas a vivir como un animal. Pero era su hija, y no la detendría.

Llegó hasta las puertas exteriores. Estaban abiertas, porque allí ya no quedaban enemigos que pudieran atacarles por las noches. Empapada y mezclando lágrimas con gotas de lluvia, su hermana pequeña le imploraba que se quedara.

—Lizzy, no puedes dejarnos —dijo entre sollozos—. Vas a morir entre las montañas allí sola, no tendrás una familia ni nadie que te cuide.

—Le tengo a él —respondió mirando hacia Yanish—, no necesito a nadie más.

—¡Pero no es como nosotros!

Sin una palabra de despedida, dando la espalda a su hermana, Elizabeth se adentró en la espesura acompañada del esclavo. Su hermana tenía razón. No era como ellas. Jamás aprendería su lenguaje. La familia que la acogiera, si lo hacía alguna, no la amaría como su padre y sus hermanas, pero no quería un matrimonio concertado, ni un padre ausente, ni criados y esclavos que la protegieran. Tenía a Yanish para cuidarla cuando enfermara, sus caricias para confortarla cuando tuviera miedo, y la selva salvaje para arrancarle gritos de alegría cuando cesara la lluvia y saliera el sol. No necesitaba más que su mirada de infinito agradecimiento por sacarle de la celda y devolverle la libertad.

Yanish llevaba mucho tiempo sin ver el amanecer, alimentado a través de los barrotes, maltratado por los hombres que no le dirigían más que miradas de desprecio. Había sido capturado hacía dos años junto con toda su familia. A la mayoría los habían vendido y trasladado lejos de allí, y a ninguno de ellos los volvió a ver jamás. En un solo día perdió familia, libertad y ganas de vivir.

No es que se negara a comer, es que no tenía razones para hacerlo. Los hombres esperaban a que engordara, a que creciera y se hiciera lo suficientemente fuerte como para poder ser vendido y trasladado, pero no era la debilidad quien retrasaba su traslado, sino Elizabeth. Cuando lo vio entrar en la finca, atado dentro de una jaula, algo se rompió en su interior.

—Padre, ¿por qué los capataces son tan crueles? —preguntaba. Y su padre, sin volver la vista hacia su hija, respondía con el mismo tono que utilizaba con sus empleados.

—Son animales. Viven en mis tierras y son de mi propiedad. Si no aprenden a temernos, antes o después nos atacarán como las bestias que son.

—Pero padre —decía ella—, son inofensivos. Mira sus caras, sólo quieren volver a sus hogares, con sus familias. Tiemblan cuando les amenazan y sienten miedo igual que nosotros.

Su padre, como hacía siempre que Elizabeth decía algo que le desagradaba, guardaba un incómodo silencio y ella terminaba pidiendo perdón. Luego bajaba hasta las cuadras y, con palabras suaves y caricias, intentaba que Yanish, como había bautizado al recién llegado, comiera algo y no desfalleciera. Cuando nadie la miraba, abría la celda y se metía dentro, acariciaba su rostro asustado, limpiaba sus heridas, y a veces conseguía que se tranquilizara y dejara de gritar en sueños.

Ahora, tantos años después de aquel primer encuentro, él ha muerto, y ella se encuentra acariciando su cuerpo frío en la puerta de una tosca cabaña. Lleva años sin vestir nada de ropa, pero de pronto se siente desnuda y desprotegida. Se cubre con las telas que ha robado hace poco en un campamento, y piensa en volver a la finca de su padre. Entonces se gira y ve el cuerpo de Yanish, fuerte y hermoso a pesar de la falta de vida.

—No volveré a amar —le dice con un susurro, tirando la ropa y sentándose a su lado. Coloca su cabeza entre sus piernas y lo acuna, como ha hecho tantas veces antes, incapaz de dejarle aún ahora. Quiere quedarse ahí con él, quedarse y morir, pero no puede. El instinto la levanta, la obliga a caminar y alejarse sin volver la vista atrás. Quiere regresar, gritar, llorar y maldecir, pero no puede y sigue caminando, dando un paso detrás de otro.

Llegará hasta las tierras de su padre, donde uno de sus hombres la encontrará y la llevará de vuelta a casa, donde su hermana, que se ha casado y vive allí con su marido y sus dos hijos, la abrazará envuelta en lágrimas. Su padre la recibirá con la frialdad de un hombre despechado, pero es su hija, y su corazón se ablandará, porque no es un monstruo. Le susurrará “lo siento”, una y otra vez, cuando la estreche entre sus brazos, y ella sabrá que en verdad lo siente, porque las celdas están vacías desde el día que marchó.

Sin embargo, a pesar de las riquezas de su familia, de volver a Europa y de vivir una larga vida, nunca traicionará las palabras que pronunció ante el cuerpo de Yanish. No volverá a amar, excepto a su recuerdo. 



Te he dejado un relato breve. Mi intención era que la naturaleza de Yanish la decidiera el propio lector, pero en fin, creo que lo mío son las historias y no los experimentos. 

Lo escribí para un concurso, pero no me gustó el resultado porque no se adaptaba a las bases. La estructura me costó escribirla, ya que desde el presente hago una retrospectiva al pasado más lejano, y luego me voy acercando de nuevo al momento actual. Intentaba jugar con una historia cuya fuerza no dependiera de los personajes, sino de los actos que les rodeaban, de lo que implicaba su relación. 

Demasiadas palabras para definir un relato tan breve, ¿verdad? Al final, lo único que conseguí es una historia de amor en la que la soledad acaba imponiéndose. ¿No terminan así todas?

domingo, 12 de febrero de 2012

Actualizada el área de descargas

He añadido un par de archivos al área de descargas, como ya dije.

El relato Los que se niegan a morir ahora está disponible en formato epub y fb2.

Si vas a leerlo desde un ereader o desde un dispositivo móvil (teléfono móvil o tablet), creo que el formato más adecuado es el epub. En realidad desconozco las ventajas e inconvenientes de usar unos u otros y, ante la duda, he preparado una versión también en formato fb2, más por costumbre que porque pueda resultar de utilidad para alguien.

Si utilizas esta última versión, el formato fb2, te ruego me lo comuniques para mantenerla. Si no, dejaré de usarla y me centraré en los otros dos por comodidad y espacio.


Aprovecho para agradecerte, lectora desconocida que me dejaste un mensaje en mi perfil de un foro que no tiene nada que ver con la literatura, que me alegraras el día con tus palabras. Las historias se olvidan, pero las emociones perduran. Gracias por leerme y por tus consejos, que tendré muy en cuenta.

dso


miércoles, 8 de febrero de 2012

AREA DE DESCARGAS

A la derecha de la página he habilitado un espacio en el que colocar los enlaces de descarga de las obras que vaya escribiendo y que tengan una cierta extensión. Los relatos sueltos, por ejemplo, creo que no lo necesitan, pero las obras más largas se leen mejor en un ereader o en papel. Ya sabes, picas encima con el botón derecho del ratón y le das a "guardar enlace como". Elijes ruta de destino y ¡hop! relato guardado en tu equipo para cuando te apetezca leerlo.

He tenido que recurrir a Dropbox porque mi cuenta en Megaupload, donde subía los relatos, obviamente está deshabilitada. Gracias, FBI, ahora el mundo es un lugar más seguro.


Acabo de colgar un enlace a Los que se niegan a morir, que es el título definitivo para  la historia de Devan y Dailyn. En breve lo subiré en más formatos, de momento está sólo en pdf. Si la lees y te gusta, te agradecería un comentario, que siempre viene bien. Si no te gusta te agradecería enormemente un comentario, porque así mejoraré en mi próxima historia.


Gracias a todos los que conocéis a Dailyn, incluso a los que pasáis a su lado cada día sin reconocerla, por haberme inspirado. Vuestra será la paz algún día.

Gracias a todos los que conocéis a Devan. Sois muy pocos, pero muy queridos.

Gracias al cabrón desalmado sin escrúpulos que abandonó un día a una gata que había sufrido un accidente y había perdido un ojo, por permitir que nos encontráramos. Adopté a esa gata. Se llamaba Sopa. Me hizo muy feliz, pero si la recuerdo me pongo a llorar.


dso