jueves, 18 de agosto de 2011

Los que se resisten a morir (séptima entrada)

Ten cuidado, Devan, las aguas en las que te mueven pueden ser traicioneras.




Cuando quieren, los días se suceden muy rápido. Con ganas, como si se metieran prisa los unos a los otros. Esa era la sensación que tenía Devan, que el tiempo se aceleraba desde que conoció a Dailyn, o quizá sería más correcto decir desde que se la encontró. El segundo día se lo pasó en la cama, drogado con los analgésicos más fuertes a los que tenía acceso y con un dolor de cabeza que le mantenía semiinconsciente.


El tercer día se despertó con una ligera presión sobre los ojos, el recuerdo de una buena migraña. Se levantó con precaución, con miedo de despertar a la bestia que lo había dominado un día entero. Se duchó con agua fría, se afeitó y se arregló lo mejor que pudo, y sólo entonces tuvo valor para entrar en el salón. El dolor parecía haber remitido, y si conseguía mantenerlo controlado podría aprovechar el día. Aún era muy temprano, porque no tenía por costumbre despertarse tarde y había dormido mucho el día anterior. Sopa levantó la cabeza cuando se acercó, porque hasta los gatos tienen un límite de horas de sueño, se bajó del sofá y se acercó con cautela hacia él, con esa cuidadosa lentitud con la que se mueven los invidentes. Se restregó con sus piernas pero sin ronronear, como preguntando “¿dónde demonios has estado ayer?”. Devan sintió una punzada de dolor muy aguda, justo en el corazón, allí donde guardaba el cariño que sentía por ella. La jaqueca lo había mantenido un día en la cama, un día entero que ella habría pasado sin caricias, sin alimento, sin agua fresca y arena limpia, de no haber sido por la niña que dormía en el sofá, mal tapada por una manta de repuesto.


Se dirigió a la cocina, tiró los restos de café del día anterior y preparó una cafetera nueva. Al cabo de unos minutos, el olor intenso del café recién hecho le hizo sentirse mejor. Puso algo de música y preparó unas tostadas mientras cantaba en voz baja.

Y aún recuerda tu mirada
deseando verla despertar,
aún es tiempo para recordar.

Dailyn empezaba a despertarse. Reparó en que llevaba puesta la misma ropa que el día que la conoció y pensó “hoy mismo la llevo a comprarse algo”. Era un buen plan porque al día siguiente tenía hora con el médico. Aún no había tomado una decisión sobre el tratamiento a seguir, así que salir de casa y despejarse le sentaría bien.

Mmm… ¿Hola?

Curiosa pregunta. Buenos días, Dai. Tienes café recién hecho en la cocina. Y tostadas. También te he preparado tostadas. En la cocina.

Desayuno… vale —Dailyn se despertaba como los mortales, poco a poco—. ¿Te encuentras bien? Pareces algo alterado. Quiero decir que sé que estás algo alterado, pero no sé por qué.

Prueba a emborracharte alguna vez, si es que puedes, y que sea de las buenas, de las que literalmente te quitan tiempo de vida. Y luego me preguntas.

No sé por qué te he preguntado —respondió mientras se levantaba y, con el cuerpo aún a medio gas, se dirigía a la cocina—. Vas a terminar por convencerme de que no me quieres a tu lado, Devan. ¡Uy, si has preparado tostadas!

Sí, eso había dicho, eh… Oye, Day, tienes razón, perdona. Te debo una disculpa y te tengo que dar las gracias por cuidar de Sopa ayer —Devan se sentó en la mesa y se sirvió un vaso entero de café—. Me preocupa mucho, ¿sabes? No sé qué va a ser de ella si dejo de valerme por mí mismo, no tendrá a nadie que la cuide.

Msi guimnmm grrgrnmmm —dijo ella con un enorme trozo de tostada en la boca—. Perdón. Yo me podría ocupar de ella, Devan, por eso no tienes que preocuparte. Nos caemos bien, ¿verdad, Sopi?

Las gata contestó con un maullido lastimero, se había subido a la mesa de la cocina y no sabía cómo bajar.

Eso te pasa por no pensar antes de subirte a los sitios, Sopi. Deja, Devan, ya la bajo yo —dijo Dailyn. Bajó a la gata con delicadeza hasta el suelo, se acercó a ella y la susurró algo al oído. Devan no lo pudo oír, pero escuchó un maullido como respuesta y se le escapó una pequeña risa. No había nada de mágico en la escena, Sopa siempre maullaba cuando la hablabas, como diciendo “claro, claro, lo que tú digas”.

Mientras se duchaba, se vestía y esperaba a que Dailyn se aseara un poco antes de salir de casa, le daba vueltas a la decisión que tenía que tomar, si someterse a tratamiento para alargar la vida a cambio de calidad de vida, o si se limitaba a esperar mientras vivía lo mejor posible. El tratamiento era más efectivo cuanto antes se sometiera a él, así que tenía que decidirse rápido.

No comas hasta hartarte. Todo cansa, hasta aquello que nos gusta“.
Dai es la Vida, pero tiene una opinión muy elevada de sí misma”.

A veces para tomar una decisión importante hay que alejarse de ella, y eso hizo Devan: Se fue de compras.

Pasaron el resto del día recorriendo la ciudad de un modo completamente nuevo para él. En vez de recurrir a un centro comercial se decidieron por ir de compras por el centro, y entrar en las tiendas un día entre semana resultó ser una experiencia fantástica. Apenas había gente, todo el mundo le trataba con amabilidad y, además, Dailyn sabía ganarse las simpatías de los dependientes. Sólo hubo un pequeño incidente en una de las tiendas, a la hora de pagar, cuando el dependiente hizo un comentario comprometido.

Tiene usted una hija simpatiquísima —dijo él.

No es mi hija —respondió Devan. Y lo hizo con tanta naturalidad, con una cara de sorpresa tan genuina, que el dependiente ni siquiera pestañeó.

¿Su sobrina, entonces?

No. Es una amiga. La he conocido hace dos días.

Entiendo.

Devan, que a veces era un pardillo integral, tardó unos segundos interminables en darse cuenta de la imagen que estaba dando. Dailyn, que para algunas cosas era también bastante inocente, lo empeoró agarrándolo por el brazo, despidiéndose con una sonrisa y saliendo de la tienda dedicándole una broma cariñosa. Sólo la faltó llamarle “papi” para que el dependiente avisara a la policía.

Comieron en un italiano. Devan no bebió otra cosa que café y agua en todo el día; aún se sentía algo mareado por el dolor intenso del día anterior. Luego dieron un paseo por un parque, y hablaron de la diversidad de las plantas al principio, y de la diversidad de la vida en general al final.

Estoy hablando de tú a tú con una diosa de la Vida”, pensó. “Así es imposible tener problemas de autoestima”. Volvieron a casa, cansados y con un montón de ropa nueva para los dos. La decisión ya estaba tomada.

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