La historia está terminada. Falta retocarla, adaptarla a un ritmo más adecuado (diferente al que imponen las entradas de un blog), pulir algunos detalles y ese tipo de cosas.
En breve colgaré un archivo con el texto completo en diferentes formatos, para facilitar su lectura.
He aprendido mucho escribiéndola, tanto sobre cómo escribir como sobre mí mismo. Creo que ahora tengo un poco más claro cómo contar las historias que quiero contar...
Gracias por leerme.
Lo
primero que hizo fue echar un vistazo a todo el bar, con detalle,
como si tuviera que cerrar los ojos y hacer una descripción
detallada de todas las personas que había en él. No le costó mucho
porque estaba medio vacío.
Camareros
detrás de la barra. Dos. Dailyn a su lado. Un tipo al que casi no
veía dándose el filete con una chica en un rincón. Una mesa junto
a un asiento acolchado, y en él, tomando una cerveza tranquilamente,
un chico que no tendría más de 18 años con una mirada fría,
perversa, de anciano cabrón capaz de cualquier cosa. En un instante,
que en su mente duró una eternidad, tomó una serie de decisiones y
ordenó sus prioridades. “Aquí y ahora comienza mi vida”, pensó.
—Eliah,
supongo —dijo, acercándose al chico y colocándose delante de
Dailyn.
—Tú
eres el que supones —respondió el chico—. Así me llaman, sí.
Pero eso ya lo sabes, joder.
—¿Me
das tu palabra de que, si nos sentamos Dailyn y yo a la mesa contigo,
no nos atacarás ni harás que nadie nos ataque?
Eliah
se lo quedó mirando con una expresión extraña. Se notaba que no
estaba acostumbrado a tratar con gente que supiera quién era
realmente y que no lo temiera. Devan miró a Dailyn, y ella le
devolvió una mirada divertida, una mezcla extraña entre orgullo y
felicidad. Para encontrarse tan cerca de quien se suponía que quería
matarla, parecía muy tranquila.
—Qué
frase tan rebuscada —dijo Eliah— . No quieres dejar nada al azar,
¿eh? Vale, acepto. Mientras estéis sentados en esta mesa, no os
dañaré a ninguno de los dos ni permitiré que nadie lo haga.
Eso
pareció convencer a Devan, que se sentó justo en el momento en el
que un camarero traía una cerveza y una coca cola. Eliah comprendió
que Devan había anticipado su respuesta y había pedido en la barra
antes de acercarse a él. No le gustó.
—¿Y
bien?
—Quiero
respuestas, chaval —dijo Devan— sin tonterías, sin metáforas y
sin irte por las ramas. Quiero que me expliques tu relación con
Dailyn y por qué la sigues. Y entonces decidiré lo que hago
contigo.
Dailyn,
que ya estaba acostumbrada a que Devan tratara a dioses e inmortales
con la chulería de un macarra de barrio, no se sorprendió, aunque
sí se preocupó un poco por la reacción de Eliah, que parecía
estar haciendo un auténtico esfuerzo por controlarse. Las manos le
temblaban ligeramente.
—Me...
me tratarás con el respeto que merezco, maldito seas. No tolero que
nadie me hable así. Day, deberías haberle advertido.
—Bla,
bla, bla —dijo Devan moviendo la mano según hablaba, con un gesto
burlón—. Eres igual que Zazu, joder, qué pagados estáis de
vosotros mismos. Canta, pajarito, canta, que si lo haces bien a lo
mejor te ganas mi respeto.
Eliah
parecía que iba a explotar. El camarero interrumpió la escena al
traer un plato de aceitunas y unos tenedores, y eso dio unos segundos
a Eliah para tranquilizarse. Dailyn apretó el brazo de Devan para
que guardara silencio, y sólo ella pareció notar que el hombre del
fondo, el que se escondía detrás de los labios de una chica,
durante un momento se quedó completamente quiero, atento a las
reacciones de todo el mundo. Luego Eliah comenzó a hablar, y el
hombre volvió a lo suyo.
—Te
he echado de menos, Dailyn —dijo—. No sabes lo duro que se me
hace cada instante que paso lejos de ti. Llevo tanto tiempo
buscándote, tanto tiempo...
—¿Y
ahora que estás cerca de ella? —dijo Devan, interrumpiendo.
—Ahora
que por fin la he alcanzado, me la llevaré, la abrazaré y me
calentaré con su luz hasta que se extinga. Por fin eres mía.
Devan
miraba a Daylin sin comprender por qué mantenía una ligera sonrisa.
Parecía que no la importaban las amenazas de Eliah, como si se
sintiera perfectamente segura. Devan tuvo una corazonada y sintió
un escalofrío.
—Day
—dijo—, tú esto ya lo sabías. Has venido a este bar sabiendo
que Eliah estaba aquí, y podías haberte escapado cuando hubieras
querido.
—Podría
haberme escapado, Devan —dijo ella con una gran sonrisa—, pero
entonces ¿cómo habrías podido cuidar de mí? Estoy aquí porque te
quiero.
Esas
fueron las últimas palabras que escuchó Devan en vida.
En
su cabeza, en lo más profundo de su mente, rozando su espíritu
torturado y confundido, el mundo estalló en mil pedazos. Porque toda
su vida, cada segundo de su existencia desde el momento de su
nacimiento, le había conducido a ese preciso momento. Daylin le
acarició el cuello con las yemas de los dedos, y su roce fue el de
la mujer que despide al marido que marcha a la guerra, la princesa
que acepta una rosa roja en un torneo, la musa que inspira la pluma
de un escritor que no tiene fuerzas para contar su historia.
Podría
haber escapado, pero arriesgaba su vida inmortal para darle a Devan
una oportunidad de defenderla, de demostrar su amor, de darlo todo
por ella. Devan nunca había tenido una pelea por defender a nadie,
ni se había enfrentado a otros hombres por el amor de una mujer, y
nunca se había arrepentido de ello. Esta ocasión era diferente.
Dailyn era la razón de su existencia. Su vida había cobrado un
sentido que jamás, desde que perdió la fe en su adolescencia, pensó
que podría alcanzar.
A
Devan le sobrevino un dolor de cabeza tan intenso que lo cegó, como
si un martillo hubiera hundido hasta lo más profundo un clavo
afilado en cada uno de sus ojos. La presión era tan intensa que las
lágrimas no fluían, porque todo su cuerpo se había paralizado.
Poco a poco comenzó a ver de nuevo y se dio cuenta de que el dolor
no era físico, sino emocional. Su alma gritaba tan alto que no podía
escuchar nada más. Algo debía ocurrirle también a su cuerpo,
porque los clientes del bar se habían levantado de sus mesas y se
acercaban a él con expresión preocupada. El tiempo se agotaba.
—Eliah
—dijo con una voz que le sonó muy grave, como si el tiempo se
hubiera ralentizado —hoy no es el día. Hoy no vas a tocar a
Dailyn, tú... tú quieres matarla y ella quiere que viváis los dos.
Tú rompes el equilibrio, Eliah, y... no... voy a consentirlo. Mi
deber es detenerte.
Eliah
se levantó de un salto y cogió el botellín de cerveza que tenía a
su lado. Devan estaba preparado. No era tan rápido ni tan fuerte,
pero el tiempo había dejado de tener importancia para él.
La
gente se movía a cámara lenta a su alrededor. Notó unas gotas de
sangre que le resbalaban desde los oídos, probablemente acababa de
sufrir algún tipo de lesión interna. Sentía la piel caliente, muy
caliente, le abrasaba como si estuviera metido en un horno. No tenía
tiempo para esquivar a su agresor. Sintió la botella romperse contra
su sien en el mismo instante en el que su mano izquierda agarraba la
chaqueta de Eliah y la derecha hundía en su cuello uno de los
pequeños tenedores que había traído el camarero.
Devan habría querido decir muchas cosas a Eliah. “Gracias por
acercarte” fue lo primero que pensó. Le habría querido decir que
a veces hay que perder para poder ganar, que se había sacrificado a
sí mismo, un simple peón, para hacer un jaque al rey,
desprotegiendo su cabeza para poder agarrarle y clavarle el tenedor
en el cuello. Que sabía que esa herida no era mortal, pero que
bastaría para dejarle fuera de combate y darle tiempo a Dailyn.
Habría terminado diciéndole que, para la edad que tenía y para ser
un dios, había perdido como un gilipollas.
Intuyó,
más que vio, que Eliah se derrumbaba hacia atrás y caía en su
sillón gritando y tapándose el cuello. Notó dos figuras junto a
él. Una era Dailyn que, sin decir ni una palabra, le dio un beso en
los labios, tan suave que casi fue una caricia.
Perdió
la visión, aunque aún conservaba algo de oído. Escuchó más
gritos y mucho movimiento a su alrededor, y notó como alguien, la
segunda figura que había notado a su lado, lo movía y lo levantaba
del suelo. Entre todo el barullo alcanzó a distinguir la música que
sonaba de fondo.
Dibujar
sonrisas en su piel,
todo
el tiempo estaba pensando en ella.
En sus
labios color pasión.
Sus
últimas fuerzas las dedicó a esbozar una ligera sonrisa, cumpliendo
así la promesa que se había hecho a sí mismo cuando supo que tenía
un cáncer terminal: sonreír al menos una vez al día.
La
canción que sonaba era de La
Dama Se Esconde.
El
mundo se oscureció.
Hubo
ruido, y mucho jaleo. Llegaron ambulancias, llegó la policía. Se
llevaron a Eliah, medio inconsciente, escoltado a un hospital. El
camarero dijo que era el mismo chico que se había involucrado en
otra pelea hacía no mucho tiempo. Esta vez la había empezado él.
Dailyn
había desaparecido
Pasó
un tiempo indefinido, y Devan notó que estaba respirando. Lo primero
que hizo fue sorprenderse porque era consciente de sí mismo.
“Pienso,
así que soy real”, se dijo a sí mismo en voz baja en un alarde de
originalidad.
Un
instante más tarde se dio cuenta de que veía luz. Al principio era
una luz informe, un resplandor que ocupaba todo su ángulo de visión,
pero poco a poco se fue enfocando y se transformó en un
fluorescente.
“O
estoy vivo o el infierno se parece mucho a un hospital”, pensó.
Su
vista se aclaró y vio el techo, y luego probó a mover un poco la
cabeza. Estaba en una habitación blanca, pequeña y con cortinas en
vez de paredes. Era la sala de urgencias de un centro médico. Cerró
los ojos y, cuando los volvió a abrir, era de día y se encontraba
en una habitación diferente. Era más grande y mejor amueblada, como
las que había visto tantas veces cuando iba a visitar a los enfermos
terminales de cáncer. Esta vez su vista se aclaró más rápido. La
cabeza le dolía y sentía una presión intensa bajo los párpados.
Notó vendas prácticamente por todo su cuerpo. Al otro lado de la
puerta escuchó una acalorada discusión, parecía un médico
pegándole la bronca a alguien. Escuchó algo acerca de unos análisis
y de un error muy serio. Al mover la cabeza vio un informe en una
silla vacía a su lado. Tenía su nombre escrito, y junto a su
historial médico había un montón de tachaduras y anotaciones.
El
dolor de cabeza se incrementó de golpe. Sin pensarlo, se levantó de
la cama y, agarrándose a los muebles para que no se le soltara el
goteo que tenía conectado en el cuello, cerró las persianas.
Las
cerró del todo.
Pero
seguía viendo.
Notó
el goteo que entraba en su cuerpo a través de su cuello. Estaba
conectado en el lado derecho. Sin embargo, también tenía vendado el
lado izquierdo. Se arrancó las vendas con rapidez, aunque ya sabía
lo que se iba a encontrar. Recordó la canción que sonaba en el bar,
y al tipo que le miraba atentamente desde una mesa pero que él no
llegó a reconocer. El mismo tipo que lo levantó en brazos y lo
llevó inconsciente al hospital.
En
el lado derecho del cuello tenía una herida reciente, como si
alguien le hubiera dado un buen mordisco.
—¡Oh,
joder! —dijo, pero esta vez no se acordó de pensarlo y lo gritó
en voz alta. La puerta se abrió y entraron dos médicos con una
intensa cara de preocupación.
Devan
sonrió.
La vida tiene sentido, cuando tenemos por delante un orizonte para conquistar.
ResponderEliminarLa historia de Devan, es un buen trabajo, me gustó leer este final. Tienes que conquistar tu orizonte en seguir escribiendo. Se nota todo lo que has puesto de ti mismo en esta historia.
Gracias,por darnos la oportunidad de leerlo.Besos. Cruz Vázquez