El arte de correr y la pasión de escribir. ¿O era al revés?
Cuando
escuchas que alguien ha ganado una carrera, y no me refiero a una de las
importantes, de las que ganan los corredores profesionales, los que tienen
nombre propio, sino una pequeña carrera local en un pueblo, ¿en qué piensas?
Yo no
puedo evitar pensar en el sacrificio, en el esfuerzo un día y otro y otro que
ha realizado esa persona para llegar hasta donde ha llegado.
Ganar
una carrera es como publicar un libro. Si es una carrera local o un pequeño
libro de relatos de tirada insignificante, casi nadie le dará mucha
importancia. “Ah, qué bien”, te dirán algunos. Los más estúpidos te preguntarán
si has ganado algo de dinero. Los que corren o escriben no te dirán nada, pero
en sus miradas verás envidia, reconocimiento y una profunda admiración.
Correr
y escribir lo puede hacer cualquiera. No tienes más que calzarte unas
zapatillas, agarrar el bolígrafo y el folio en blanco, y empezar. Al principio
será frustrante, doloroso y muy poco productivo, pero te consolarás pensando
“bueno, estoy empezando, no ocurre nada”. Luego te lo tomarás más en serio, el
reto será mayor, la distancia más larga y las críticas más crueles.
Antes de salir a correr todo motivado, o antes de sentarme a escribir con una idea fantástica e innovadora en la cabeza.
Un día
te darás cuenta de que estás llorando. No lo sabrás hasta que sea demasiado
tarde, pero descubrirás que las fuerzas no te llegan, que no puedes hacerlo
mejor, que no das más de sí, y que eso no es suficiente. Nadie recuerda el
nombre de los finalistas en un concurso ni de los corredores que llegan el
cuarto y quinto a la meta.
Sin
embargo, nadie sabe tampoco lo que han pasado esas personas para llegar hasta
allí.
Han
sido horas y horas delante de un teclado, corrigiendo, pensando, fantaseando y reinventándose.
Reescribir algo es admitir tus propios errores. El monitor te escupe a la cara
tu mediocridad una y otra vez, inmisericorde, gritándote en el silencio de tu
cuarto que eres imperfecto.
Han
sido horas y horas corriendo, ignorando el dolor, apretando el ritmo un poco
más, y otro poco, y otra vez, hasta llegar al límite y estirarlo, aguantando el
dolor y confiando en que se pase pronto. En las tardes de lluvia, esas personas
se ponen unas zapatillas desgastadas pero cómodas, siempre apurándolas una
carrera, un kilómetro más, y salen a la calle a superarse a sí mismos, un día
tras otro, siempre conscientes de que por la calle corre gente más joven, más
rápida, más fuerte, más sacrificada. Cada día que no salen a correr es un día
de frustración y nervios. Siempre hay alguien que no descansa, que corre los
días de lluvia y los de frío, que les adelanta con un saludo de la cabeza y una
sonrisa, soportando su agotamiento como si no existiera.
Volviendo de correr y comprobando que no lo hacía tan despacio desde aquel día que tenía fiebre y gastritis. Releyendo el último relato y comprobando que se me ha vuelto a ir la cabeza a cuando escribía cuentos a los doce años.
En las
carreras te encuentras a gente que va a correr en ellas, a terminarlas sin más
pretensión que mejorar sus tiempos, llegar a la meta sin más rival que sus
propias limitaciones. Luego están los que van a ganar, los que se han preparado
para esa carrera, los que aprietan los dientes en los últimos metros porque
temen caerse justo antes de la meta.
Solo
uno romperá la cinta. Solo uno verá reconocido, que no recompensado, su
esfuerzo. El resto se sentirán más o menos satisfechos, habrán roto las cadenas
más incómodas y exigentes, las que nos ponemos a nosotros mismos, y la mayoría
de ellos sabrá que la carrera es lo de menos, que lo que cuenta es el camino,
el aprendizaje, la constancia, el entrenamiento que ha hecho de ellos, y eso
siempre es así, mejores personas.
Cada
vez que veo una carrera pienso en el valor que han tenido todos los
participantes por haberse apuntado. Cada vez que veo los resultados de un
concurso, pienso en los cientos de nombres anónimos cuyo esfuerzo no conocerá
nadie nunca.
Me voy
a calzar mis zapatillas, viejas y desgastadas, y muy cómodas. Intentaré mejorar
mi tiempo. Pensaré en los últimos libros que he leído, autores noveles con un
estilo depurado tras horas y horas de admitir sus errores, y en los tiempos de
aquellos que han ganado las carreras a las que no me he presentado.
Cabrones
esforzados.
Je, tienes que descubrir el trote cochinero... que lo de la superación y eso está muy bien, pero las grandes sesiones de calidad se basan en los días de trote tranquilo... yamentiendes.
ResponderEliminarYo es que creo que hacemos esto porque nos gusta, si no, pa qué :)
Tienes toda la razón, debería encontrar mi trote y adaptarme a él, tanto corriendo como escribiendo, porque cada vez que me pongo a una de las dos cosas termino con la lengua fuera y agotado hasta límites que, para disfrutar de lo que haces, no conviene sobrepasar.
ResponderEliminarEn fin. Trote cochinero. Tomo nota, jeje.
Te leí en Meri. Muy cierto todo lo que dices. Y añade el íconito para que tengas seguidores, que quiero seguirte, valga la redundancia, y no sé cómo hacerlo xD.
ResponderEliminarUps. Ya está puesto, espero que sea eso a lo que te refieres, la verdad es que no pensé que a alguien le pudiera interesar :)
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