La pregunta es ¿tengo idea de a dónde me lleva la historia de Devan? No es que no conozca la trama, es que a veces me siento desorientado, no sé si estoy escribiendo sobre él, sobre Dai o sobre Sopa.
Me voy a tomar unos días de descanso, quizá consiga aclarar un poco mis ideas. Ojalá Dai me dijera lo que la gustaría leer sobre sí misma. Ojalá Devan me echara una mano. Pero nada, ahí está, ignorándome, como las vacas viendo pasar el tren.
Reacciona, coño.
La idea es que voy a escribir unas cuantas páginas, avanzar la historia un poco y luego subir alguna entrada al blog. Ahora estoy subiendo la historia casi según la escribo, y no me siento muy cómodo.
El ejemplo es el principio del libro Déjame Entrar, de John Ajvide. Con cuatro imágenes bien pensadas, el autor nos ha descrito un pueblo, una población y hasta un carácter. Me encanta este tipo.
Hablaremos a mi vuelta.
Blackeberg.
Puede que pienses en trufas de coco, tal vez en drogas. «Una vida ordenada». Te imaginas una estación de metro, extrarradio. Después no hay mucho más que pensar. Sin duda vive gente allí, como en otros sitios. Para eso se construyó, para que la gente tuviera algún sitio donde vivir.
No se trata de un espacio que se haya desarrollado de forma natural, no. Aquí estuvo todo desde el principio planificado al milímetro. La gente tuvo que instalarse en lo que había. Edificios de hormigón en colores ocres esparcidos por el verde. Cuando esta historia tiene lugar, Blackeberg lleva treinta años existiendo como
población. Podría uno imaginarse un cierto espíritu pionero al estilo del Mayflower; un territorio desconocido. Sí. Imaginarse las casas deshabitadas esperando a sus inquilinos.
¡Y ahí vienen ellos!
Cruzando el puente de Traneberg con el sol en los ojos y sueños en la mirada. Corre el año 1952. Las madres llevan a sus hijos en brazos, en cochecitos de bebé o de la mano. Los padres no llevan consigo azadas ni palas, sino electrodomésticos y muebles funcionales. Puede que vayan cantando algo. La Internacional tal vez. O Vayamos a Jerusalén, según la forma de ser de cada uno.
Esto es grande. Es nuevo. Es moderno.
Pero no sucedió realmente así.
Llegaron en el metro. O en coches, camiones de mudanzas. Uno a uno. Entraron en los pisos recién construidos llevando consigo sus enseres. Organizaron sus cosas en cajones y repisas de medidas estandarizadas, colocaron sus muebles en fila sobre los suelos de linóleo y compraron otros nuevos para rellenar los huecos.
Cuando terminaron, alzaron la vista y vieron la tierra que les había sido dada. Salieron de sus portales y se encontraron con que todo el terreno estaba ya repartido. No podían hacer más que adaptarse a lo que había. Había un centro. Había amplios parques para los niños. Había extensas zonas verdes alrededor de las casas. Había zonas peatonales.
—Es un buen lugar —se decían entre ellos alrededor de la mesa de la cocina unos meses después de la mudanza.
—Hemos llegado a un buen sitio.
Sólo faltaba una cosa. Una historia. En la escuela, los niños no podían hacer un trabajo especial sobre la historia de Blackeberg, porque no la tenía. Bueno, algo había acerca de un molino. Un rey de la pasta de tabaco. Algunos curiosos edificios antiguos a orillas del lago. Pero de todo aquello hacía mucho tiempo y no guardaba relación alguna con el presente.
Donde ahora se alzaban edificios de tres alturas, antes no había más que bosque. Los misterios del pasado no estaban a su alcance; no tenían ni siquiera una iglesia. Una población de diez mil habitantes, sin iglesia.
Eso ya dice bastante de la modernidad y racionalidad del lugar. Bastante de lo ajenos que eran a las calamidades y al terror de la historia.
Lo cual explica en parte lo desprevenidos que estaban.
Fragmentos de relatos, de sueños y de grandes mentiras. Algunos forman una gran historia, algunos son simplemente una imagen. Como todo lo que alguna vez has soñado, en algún momento han sido verdad. Quizá aun lo sean.
jueves, 14 de julio de 2011
lunes, 11 de julio de 2011
Los que se resisten a morir (quinta entrada)
Siento escribir tan despacio. La culpa es de... hummm.... de..... ¡del gobierno! ¡y del calor! ¡y de tener la cabeza en otro sitio! pero dentro de poco volveré de vacaciones fresco y lozano, y el blog recibirá entradas con más frecuencia.
Recuerda que la historia no está pensada para un formato de blog. Y de nuevo te agradezco tus sugerencias y comentarios porque gracias a ellos voy introduciendo cambios y mejorando.
"Mejorar". Curiosa y maldita palabra.
Devan se encontraba sentado en su cama. La puerta de la habitación estaba cerrada, y eso era algo poco habitual, ya que Sopa estaba acostumbrada a entrar y salir a su antojo. Pero Devan quería cambiarse de ropa antes de salir a conocer a los amigos de Dailyn, amigos o lo que fueran, porque dudaba de que las cosas a su alrededor fueran tan sencillas. Esos que no mueren, había dicho ella.
No quería que ella lo viera desnudo. Vanidad de alguien a quien le quedan pocas cosas que perder. Se miró a sí mismo, sentado, en ropa interior pero con los calcetines todavía puestos.
“Un hombre desnudo con calcetines es lo más ridículo que hay”, pensó, y se los quitó.
Aunque las experiencias de los últimos meses le habían hecho perder bastante peso, aún le quedaban unos michelines bastante antiestéticos en la cintura. Los odiaba.
“Cuando soñé con Dailyn por primera vez”, pensó de nuevo en silencio, “era un adolescente con los abdominales marcados y un buen tipo. Nunca pensé que llegaría a envejecer. En eso acerté. No voy a llegar a viejo”.
Recordó la primera vez que tuvo una visión de Dailyn, junto al pequeño grupo de amigos que se convirtieron en los incondicionales, en los creyentes, formando un círculo con las manos entrelazadas. No sintieron que la energía fluyera a través de ellos, como se suponía que tenía que pasar, pero todos tuvieron la misma visión de ella. Fue muy hermosa.
Y como la mente es un poco perra, justo después de ese recuerdo le vino a la cabeza una conversación y unas palabras que había escuchado hacía, en comparación, muy poco tiempo:
SINTOMAS DEL TUMOR QUE VA A MATARTE EN UNOS MESES
(Aunque dicho con otras palabras más suaves e imprecisas)
Mareos.
Dolores de cabeza.
Náuseas. Y aquí termina toda semejanza con una gripe. Ja, ja.
“Ja, ja, médico de los cojones”, fue la silenciosa respuesta.
Desorientación.
Pérdida de memoria.
Y, ocasionalmente, quizá en último extremo, alucinaciones.
Alucinaciones.
Alucinaciones, sí, como la que se encontraba en el salón haciendo ronronear a Sopa
— Dailyn…
— ¿Sí, Devan?—respondió ella desde el otro lado de la puerta.
— ¿Eres real? ¿O sólo una fantasía de mi cerebro enfermo? Porque sigo dudándolo, aunque tengas camareras y gatos como cómplices.
— ¿Las diferencias son tan importantes, Devan? El mundo no es tan diferente para un loco que para un cuerdo, ¿sabes?
Dailyn abrió la puerta, entró en la habitación y se acercó a él. Ella sonreía, pero él se encontraba muy pálido y con una expresión extraña, a medio camino entre la sorpresa y la resignación. Puso sus manos en las mejillas de él, que se encontraban sucias y húmedas.
— Estoy aquí, Devan. Aquí, contigo. No puedes saber si soy más real que el resto de tus percepciones, porque en el fondo eso es todo lo que eres, una percepción. Soy parte de ti y parte del mundo. Soy la respuesta a una pregunta que no te atreves a hacerte a ti mismo.
— Eres como una galleta de la fortuna —respondió—, con tus frases enigmáticas y ambiguas. Tendrías futuro escribiendo en la sección de astrología de una revista.
Dailyn salió de la habitación y cerró la puerta con algo de fuerza. No llegó a ser un portazo de los de “me estás empezando a enfadar”, sino más bien de los de “no me voy a enfadar contigo aunque quieras”.
Y Devan, en silencio, se dio la vuelta y comenzó a arreglarse. Cuanto más real le parecía ella, más rabia sentía. Era irracional, y estúpido y egoísta, pero en vez de maravillarse por haberla encontrado sólo podía sentir rencor hacia ella por no haber aparecido antes en su vida. Detestaba sentir eso.
Cuando terminó se miró al espejo. Lo que vio le gustaba, tenía buen aspecto. Se había puesto una chaqueta de cuero que hacía años que no sacaba del armario, lo que le daba un cierto aire caducado, como de carroza prematuro. Él lo llamaba elegante y ochentero. En su defensa hay que decir que nunca tuvo un gusto muy cuidado para vestir.
— Al infierno con todo —terminó por decir en voz alta—. Sigo vivo, y me da igual si estoy alucinando.
“Al fin y al cabo, conocer a Dailyn siempre dije que sería alucinante”, pensó, pero era un chiste tan malo que no se atrevió a decirlo en alto. Así que salió de la habitación, cogió las llaves y la cartera y se preparó para salir.
— Cuando quieras, oh diosa de la Naturaleza y el amor verdadero.
— Gracioso —respondió ella con una sonrisa.
Había dejado de llover y el aire parecía más limpio, aunque del asfalto subía un olor desagradable, como de basura mojada.
“La ciudad entera es basura”, pensó Devan al pisar la calle.
— A mí me gusta esta ciudad, no está tan mal —dijo ella.
— ¿Me has leído la mente? —preguntó Devan, sobresaltado.
— ¿Perdona?
“Yo no puedo escuchar palabras, Devan, sólo emociones”, había dicho ella. El se dio cuenta de que estar al lado de alguien que sabe lo que sientes es igual de incómodo que estar con alguien que sabe lo que piensas. O quizá más. Se dio la vuelta, se agachó y la miró fijamente a los ojos.
— ¿Qué estoy pensando ahora mismo?
— ¡Que en el fondo no te caigo tan mal! —respondió ella, sonriendo como un niño que ha resuelto un acertijo.
Devan frunció el ceño y se levantó. Estaba pensando que Dailyn era tonta como la niña que aparentaba, pero tuvo que reconocer que algo en su interior sonreía cuando ella lo hacía.
“Jodido profesor Xavier en miniatura”, pensó en silencio.
— Vamos, te sigo —dijo al final en voz alta—. Vamos a ver a esos amigos tuyos.
Y eso hizo durante un buen rato, seguirla. No parecía que fueran a ningún sitio en concreto, era como si pasearan sin rumbo fijo. A Devan no le extrañó que vagabundearan, porque ya se había imaginado que no irían a un lugar concreto, que no se iban a encontrar a un inmortal en la calle tal número cual. No intentó memorizar el recorrido, los libros le habían enseñado que a ese tipo de personas, las no terminan de pertenecer al mundo de los vivos, uno no las busca: te encuentran ellos a ti. Claro que nunca se había encontrado con ninguno. En un momento dado, ella le agarró de la mano y tiró con un poco de prisa, como si fuera una niña a quien su padre está llevando a comprar un helado.
— ¡Vamos, Devan, que ahora ya estamos cerca!
Entraron en el portal de una casa antigua, de esas con pinta de haber sido muy lujosas en el pasado pero que tienen ascensores abiertos y baldosas viejas. Ya habían pasado antes por delante sin dedicarla ni una mirada, parecía que había que encontrar no sólo el lugar, sino también el momento adecuado. Bajaron por las escaleras hasta un primer sótano. Allí llamaron al ascensor y, cuando entraron, Dailyn pulsó el botón del sótano. No había escaleras que bajaran más aún, pero el ascensor sí lo hizo. Bajaron a oscuras unos segundos, se detuvieron y se abrieron las puertas.
Devan esperaba encontrarse una decoración siniestra. Sin embargo, un pasillo bien iluminado los condujo hasta un salón grande, más parecido a una cafetería del siglo XIX que a una mansión gótica. Estaba amueblada con varias mesas, una televisión enorme y un par de sillones que parecían cómodos. Dos hombres se encontraban sentados, uno leía un libro y el otro veía una película en la pantalla. Devan la reconoció. Era Entrevista con el Vampiro.
“No puede ser”, pensó. Y le asomó una sonrisa involuntaria.
Recuerda que la historia no está pensada para un formato de blog. Y de nuevo te agradezco tus sugerencias y comentarios porque gracias a ellos voy introduciendo cambios y mejorando.
"Mejorar". Curiosa y maldita palabra.
Devan se encontraba sentado en su cama. La puerta de la habitación estaba cerrada, y eso era algo poco habitual, ya que Sopa estaba acostumbrada a entrar y salir a su antojo. Pero Devan quería cambiarse de ropa antes de salir a conocer a los amigos de Dailyn, amigos o lo que fueran, porque dudaba de que las cosas a su alrededor fueran tan sencillas. Esos que no mueren, había dicho ella.
No quería que ella lo viera desnudo. Vanidad de alguien a quien le quedan pocas cosas que perder. Se miró a sí mismo, sentado, en ropa interior pero con los calcetines todavía puestos.
“Un hombre desnudo con calcetines es lo más ridículo que hay”, pensó, y se los quitó.
Aunque las experiencias de los últimos meses le habían hecho perder bastante peso, aún le quedaban unos michelines bastante antiestéticos en la cintura. Los odiaba.
“Cuando soñé con Dailyn por primera vez”, pensó de nuevo en silencio, “era un adolescente con los abdominales marcados y un buen tipo. Nunca pensé que llegaría a envejecer. En eso acerté. No voy a llegar a viejo”.
Recordó la primera vez que tuvo una visión de Dailyn, junto al pequeño grupo de amigos que se convirtieron en los incondicionales, en los creyentes, formando un círculo con las manos entrelazadas. No sintieron que la energía fluyera a través de ellos, como se suponía que tenía que pasar, pero todos tuvieron la misma visión de ella. Fue muy hermosa.
Y como la mente es un poco perra, justo después de ese recuerdo le vino a la cabeza una conversación y unas palabras que había escuchado hacía, en comparación, muy poco tiempo:
SINTOMAS DEL TUMOR QUE VA A MATARTE EN UNOS MESES
(Aunque dicho con otras palabras más suaves e imprecisas)
Mareos.
Dolores de cabeza.
Náuseas. Y aquí termina toda semejanza con una gripe. Ja, ja.
“Ja, ja, médico de los cojones”, fue la silenciosa respuesta.
Desorientación.
Pérdida de memoria.
Y, ocasionalmente, quizá en último extremo, alucinaciones.
Alucinaciones.
Alucinaciones, sí, como la que se encontraba en el salón haciendo ronronear a Sopa
— Dailyn…
— ¿Sí, Devan?—respondió ella desde el otro lado de la puerta.
— ¿Eres real? ¿O sólo una fantasía de mi cerebro enfermo? Porque sigo dudándolo, aunque tengas camareras y gatos como cómplices.
— ¿Las diferencias son tan importantes, Devan? El mundo no es tan diferente para un loco que para un cuerdo, ¿sabes?
Dailyn abrió la puerta, entró en la habitación y se acercó a él. Ella sonreía, pero él se encontraba muy pálido y con una expresión extraña, a medio camino entre la sorpresa y la resignación. Puso sus manos en las mejillas de él, que se encontraban sucias y húmedas.
— Estoy aquí, Devan. Aquí, contigo. No puedes saber si soy más real que el resto de tus percepciones, porque en el fondo eso es todo lo que eres, una percepción. Soy parte de ti y parte del mundo. Soy la respuesta a una pregunta que no te atreves a hacerte a ti mismo.
— Eres como una galleta de la fortuna —respondió—, con tus frases enigmáticas y ambiguas. Tendrías futuro escribiendo en la sección de astrología de una revista.
Dailyn salió de la habitación y cerró la puerta con algo de fuerza. No llegó a ser un portazo de los de “me estás empezando a enfadar”, sino más bien de los de “no me voy a enfadar contigo aunque quieras”.
Y Devan, en silencio, se dio la vuelta y comenzó a arreglarse. Cuanto más real le parecía ella, más rabia sentía. Era irracional, y estúpido y egoísta, pero en vez de maravillarse por haberla encontrado sólo podía sentir rencor hacia ella por no haber aparecido antes en su vida. Detestaba sentir eso.
Cuando terminó se miró al espejo. Lo que vio le gustaba, tenía buen aspecto. Se había puesto una chaqueta de cuero que hacía años que no sacaba del armario, lo que le daba un cierto aire caducado, como de carroza prematuro. Él lo llamaba elegante y ochentero. En su defensa hay que decir que nunca tuvo un gusto muy cuidado para vestir.
— Al infierno con todo —terminó por decir en voz alta—. Sigo vivo, y me da igual si estoy alucinando.
“Al fin y al cabo, conocer a Dailyn siempre dije que sería alucinante”, pensó, pero era un chiste tan malo que no se atrevió a decirlo en alto. Así que salió de la habitación, cogió las llaves y la cartera y se preparó para salir.
— Cuando quieras, oh diosa de la Naturaleza y el amor verdadero.
— Gracioso —respondió ella con una sonrisa.
Había dejado de llover y el aire parecía más limpio, aunque del asfalto subía un olor desagradable, como de basura mojada.
“La ciudad entera es basura”, pensó Devan al pisar la calle.
— A mí me gusta esta ciudad, no está tan mal —dijo ella.
— ¿Me has leído la mente? —preguntó Devan, sobresaltado.
— ¿Perdona?
“Yo no puedo escuchar palabras, Devan, sólo emociones”, había dicho ella. El se dio cuenta de que estar al lado de alguien que sabe lo que sientes es igual de incómodo que estar con alguien que sabe lo que piensas. O quizá más. Se dio la vuelta, se agachó y la miró fijamente a los ojos.
— ¿Qué estoy pensando ahora mismo?
— ¡Que en el fondo no te caigo tan mal! —respondió ella, sonriendo como un niño que ha resuelto un acertijo.
Devan frunció el ceño y se levantó. Estaba pensando que Dailyn era tonta como la niña que aparentaba, pero tuvo que reconocer que algo en su interior sonreía cuando ella lo hacía.
“Jodido profesor Xavier en miniatura”, pensó en silencio.
— Vamos, te sigo —dijo al final en voz alta—. Vamos a ver a esos amigos tuyos.
Y eso hizo durante un buen rato, seguirla. No parecía que fueran a ningún sitio en concreto, era como si pasearan sin rumbo fijo. A Devan no le extrañó que vagabundearan, porque ya se había imaginado que no irían a un lugar concreto, que no se iban a encontrar a un inmortal en la calle tal número cual. No intentó memorizar el recorrido, los libros le habían enseñado que a ese tipo de personas, las no terminan de pertenecer al mundo de los vivos, uno no las busca: te encuentran ellos a ti. Claro que nunca se había encontrado con ninguno. En un momento dado, ella le agarró de la mano y tiró con un poco de prisa, como si fuera una niña a quien su padre está llevando a comprar un helado.
— ¡Vamos, Devan, que ahora ya estamos cerca!
Entraron en el portal de una casa antigua, de esas con pinta de haber sido muy lujosas en el pasado pero que tienen ascensores abiertos y baldosas viejas. Ya habían pasado antes por delante sin dedicarla ni una mirada, parecía que había que encontrar no sólo el lugar, sino también el momento adecuado. Bajaron por las escaleras hasta un primer sótano. Allí llamaron al ascensor y, cuando entraron, Dailyn pulsó el botón del sótano. No había escaleras que bajaran más aún, pero el ascensor sí lo hizo. Bajaron a oscuras unos segundos, se detuvieron y se abrieron las puertas.
Devan esperaba encontrarse una decoración siniestra. Sin embargo, un pasillo bien iluminado los condujo hasta un salón grande, más parecido a una cafetería del siglo XIX que a una mansión gótica. Estaba amueblada con varias mesas, una televisión enorme y un par de sillones que parecían cómodos. Dos hombres se encontraban sentados, uno leía un libro y el otro veía una película en la pantalla. Devan la reconoció. Era Entrevista con el Vampiro.
“No puede ser”, pensó. Y le asomó una sonrisa involuntaria.
viernes, 8 de julio de 2011
Una cita para tener en cuenta cuando te asusta aquel país desconocido...
El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad.
Victor Hugo (1802-La eternidad)
De mi colección "Hombres fuertes de la Historia". De joven quiero ser como él.
viernes, 1 de julio de 2011
Los que se resisten a morir (cuarta entrada)
Ah, el amor, la fe y la esperanza en un mundo mejor. ¿No son ideales por los que merece la pena vivir? ¿Y morir? A esa pregunta intenta encontrar respuesta Devan desde hace tiempo. Grandes preguntas se merecen grandes respuestas.
No las obtiene, claro. Al menos de momento.
Sé que el relato desvaría. Espero que no lo haga demasiado, pero creo que no está pensado para ser leído en "formato blog", sino más del tirón, no sé si me explico. Bueno, al menos me aseguro de que tienes acceso a él. ¿Te está gustando? Eso espero. Parece mentira lo que uno lleva dentro cuando lo saca, ¿eh?
Gracias por estar ahí.
editado 08/07/2011: ¡cambios, cambios! Tengo que ser más coherente y revisar las cosas antes de subirlas aquí... Menos mal que hay gente lista, inteligente y guapa que me corrige. Y que espero que me siga leyendo, que para eso la estoy haciendo la pelota.
El tiempo siguió su curso y la mente de Devan se reseteó. ¿Qué hace una persona normal, sana y coherente en una situación así? Estás tomando algo en un bar y se acerca un desconocido. Te saluda y te dice “eh, tengo las respuestas a las preguntas de la humanidad, soy un espíritu de una religión antigua”. Quizá lo correcto sería llamar a la policía, o soltar una risa desquiciada de lunático, o incluso quedarse con la boca abierta un buen rato y luego alzar las manos al cielo y gritar “¡oh, dios mío!” de la forma más cinematográfica posible.
Devan, ignorando lo correcto, se terminó su café y habló con la naturalidad de alguien acostumbrado a tratar con todo tipo de personas.
— De acuerdo —dijo en un susurro—, vamos a mi casa y hablamos, pero espero que no seas alérgica a los gatos, porque Diosa de la Tierra o no, Sopa se instaló en mi vida cuando tú te limitabas a ignorarme. Así que ya sabes.
Dailyn sonrió, la suya era una sonrisa franca y sincera.
— ¡Me encantan los gatos! ¿A qué clase de monstruo no le gustarían?
Y con esa frase manipuladora y no carente de verdad, se ganó un trocito del corazón de Devan.
Dieron un paseo hasta su casa en silencio, porque la lluvia había arreciado y la gente se arremolinaba en las aceras formando un peligroso mar de paraguas en el que, si te descuidabas, te podían sacar un ojo. Tenían que caminar separados, esquivando varillas metálicas y chorros de agua que caían por los canalones. Para colmo se levantó viento, con lo que los paraguas se doblaban, se cerraban apresuradamente y golpeaban a Devan, que no lo llevaba nada bien. Terminó caminando por la calzada y calándose hasta los huesos. Cuando llegaron, se dio cuenta de que Dailyn estaba a su lado (la había ignorado durante el trayecto) y lo que más le molestó, que no se había mojado lo más mínimo. Le dedicó de nuevo una sonrisa franca y casi se le pasó el mal humor.
“Me he mojado por mi culpa, ella simplemente ha esquivado el agua. Simplemente ha sido más lista que yo y no ha bajado de la acera”, pensó.
“Cabrona”, pensó unos segundos más tarde. La ira que guardaba dentro, producto de muchos años de sentirse profundamente abandonado por su fe (y por ella), no desaparecía fácilmente.
Abrió la puerta de su casa y, fiel a su ritual diario, lo primero que hizo fue comprobar que Sopa seguía en la cama, donde pasaba la mayor parte del día. Luego se dirigió al frigorífico para despertarla con el olor de una loncha de jamón.
Funcionó, claro. Funcionó nada más abrir la puerta del frigorífico, como ocurría siempre y como ocurre con todos los gatos que existen, incluidos aquellos que no han probado nunca un bocado semejante. Si su especie dominara el mundo, sin duda las juntas de gobierno comenzarían con un festín de jamón cocido y terminarían con un gran tazón de yogurt de sabores.
En esta ocasión, para sorpresa de Devan, Sopa no se dirigió hacia el olor que conocía tan bien, sino que fue directamente a restregarse contra Dailyn. Emitió uno de sus ronroneos de alta intensidad, cerró los ojos y se tumbó panza arriba para recibir sus caricias.
— Me encantan los gatos, ya te lo he dicho —dijo ella—. Y yo les gusto a ellos, porque saben quién soy. ¿Verdad, preciosa?
Sopa respondió retorciéndose, restregándose y elevando el volumen del ronroneo. “Eres una chaquetera”, pensó Devan, pero siempre había sospechado que los gatos calan rápido a las personas que no tienen buenas intenciones, así que no pudo sino resignarse y cederle la loncha de jamón a Dailyn, que se la dio a Sopa en trocitos pequeños ya cortados.
Devan sacó otra loncha para él y se la comió mientras observaba a sus dos invitadas. O a su invitada y a su inquilina. O lo que fueran. Dailyn había tomado un trocito de jamón con los labios y se acercaba despacio a Sopa para que lo cogiera. Era un juego peligroso, y más con un gato casi ciego. Miraba con una malsana expectación, casi deseando que a Sopa se la escapara un mordisco, pero la gata cogió la comida con suavidad, poco a poco, hasta que casi pareció que estaba dando un delicado beso en los labios a Dailyn.
Una sonrisa involuntaria cruzó el rostro de Devan. Por un instante se olvidó de su amargura, de su cinismo y de su pena, y se sintió como un voyeur, espiando a dos figuras femeninas que jugaban como si pertenecieran a la misma especie. Y quizá así era, pensó, ya que todas las criaturas vivas pertenecían a la misma familia, todas tienen un origen común, y todas se encuentran conectadas entre sí a un nivel muy profundo. Se empezó a poner nervioso, algo que le ocurría cada vez que presentía que se estaba acercando a una verdad, que estaba abriendo un cofre que en su interior guardaba un conocimiento universal y primario. Su mente le echó un cable, porque desde que Devan perdió la fe se había acostumbrado a esquivar algunas líneas de pensamiento, y le guió hacia aguas menos peligrosas y profundas. Movió la cabeza para alejar de sí un pensamiento incómodo.
— ¿Café? —preguntó de forma automática dándose la vuelta y dirigiéndose a la cafetera. El café era su bebida favorita cuando tenía que pensar. También la cerveza, pero se resistía a beber por las mañanas.
— Sí, por favor —respondió Dailyn. Por un instante Devan pensó que le había respondido Sopa, pero el pánico pasó pronto. La gata estaba relamiéndose una pata, sentada en medio del suelo como si la cocina fuera su salón del trono..
Devan llevó los dos cafés al salón. Se sentaron en el sofá de medio lado, uno frente al otro, Ella mantenía su sonrisa a medio camino entre la inocencia y la picardía, y Devan un ceño ligeramente fruncido que no había soltado desde la cafetería.
La examinó con detenimiento, cosa que no había hecho hasta ese momento. Aparentaba unos trece años, algo más de lo que le había parecido al principio. No se planteó si era correcto servir cafeína a una niña, porque no la veía como tal.
“En realidad tiene varios miles de años”, pensó. Pero la apariencia era lo que contaba en ese momento. Tenía en su casa a un espíritu con forma humana, feuchilla, excepto cuando sonreía, que parecía que iluminaba al mundo. Vestía de forma informal, camiseta y vaqueros, sin pendientes, anillos o colgantes. No era como había soñado que sería.
— Me debes una explicación —dijo finalmente—. Nos la debes a todos los que creímos en ti. Así que empieza.
— Sí que te has puesto duro —respondió Dailyn—, no pensé que me guardarías tanto rencor. Han pasado muchas cosas, pero lo más importante es lo que tiene que ver conmigo, con mi propia naturaleza. ¿Realmente sabes quién soy? ¿Lo que soy?
— Sé que te adorábamos. Que te manteníamos en nuestro corazón. Y que habríamos dado la vida por ti. Quizá incluso lo hicimos. No recuerdo cuando fue la primera vez que hablamos de ti, pero lo nuestro fue una fe espontánea. Éramos siete críos que nos reuníamos para hacer espiritismo los fines de semana. Era divertido, era diferente y emocionante. Un día un espíritu dijo que no estábamos reunidos por casualidad, que el destino nos había reunido de nuevo, y que ya nos habíamos conocido en una vida anterior.
Devan hizo una de esas pausas que tanto le gustaban. Bebió un sorbo de café y, si hubiera seguido fumando, habría aprovechado para dar una larga calada y expulsar el humo hacia arriba, como si estuviera meditando sobre algo muy serio cuando, en realidad, lo que hacía era pensar lo que decir a continuación.
—Sueños de otros mundos para adolescentes sin expectativas —prosiguió—. Eso era como ofrecerle un bocadillo a una modelo de la Cibeles. No sé si lo queríamos, pero desde luego lo necesitábamos. Se habló mucho de reencarnaciones, de otras vidas, de héroes, de apocalipsis, y por supuesto, se habló de ti. Siempre apareces en todas partes, en las leyendas celtas y en las nuevas creencias. No se puede dar dos pasos por la calle de las religiones sin toparse contigo en cada esquina ofreciéndote a los creyentes. La jodida encarnación del amor, de la vida, de la naturaleza y de dios sabe qué.
Dailyn frunció el ceño. La acababan de llamar puta.
— No movíamos un dedo sin pensar en ti —prosiguió Devan—, en tus enseñanzas, en las que aparecían en los libros que leíamos y que hablaban de cómo invocar o servir a los espíritus, y en las sesiones de meditación. Nos diste un nombre y una descripción de ti misma, y te identificamos con la visión que aparecía en nuestros sueños. Nos dijiste que nos necesitabas, que tu seguridad dependía de nosotros. Como para no picar el anzuelo.
— Devan, creo que me has malinterpretado.
— No, ni hablar, ya lo creo que no. Nos dejaste muy claro lo que eras y lo que necesitabas de nosotros. Te aparecías en nuestros sueños y en las sesiones de espiritismo. Eras omnipresente, una constante en nuestras vidas, al principio tranquilizadora y al final necesaria en todo momento. ¡Cómo no íbamos a desear sentirte, verte y tocarte! ¿Tienes idea de lo importante que puedes llegar a ser en la vida de una persona mortal? Dabas sentido a todo lo malo que nos ocurría.
— Pero yo no puedo escuchar palabras, Devan, sólo emociones. Cuando me llamabais, muchas veces era para pedirme que apareciera ante vosotros, así sin más, y eso no tenía ningún sentido. No soy un objeto de culto, ni nadie a quien adorar…
— Te llamamos y te suplicamos, sí, pero sobre todo te escuchamos, y hacíamos caso a todo lo que nos decías, no lo olvides. Organizamos una gran sesión de invocación una vez, siguiendo los pasos que nos dictaste. Era complicado, coño, no teníamos ni idea de dónde conseguir las cosas que nos pedías, pero por supuesto, no apareciste, a pesar de que seguimos los pasos al pie de la letra.
— Devan, por favor…
— ¡Nos dijiste que nos amabas! —gritó él, levantándose del sofá—. Y cuando llegó el momento de la verdad, cuando nos prometiste que te mostrarías ante nosotros, que aparecerías, que nos demostrarías que eras real más allá de toda duda, entonces desapareciste. No volvimos a soñar contigo, ni a tener visiones, ni nada. Despareciste y nos abandonaste. ¡No sabes lo que es eso! Nada tenía sentido, ni mi vida, ni mi fe, ni nada en lo que creía.
Dailyn abrió la boca para contestar, pero Devan ya no la escuchaba. La rabia se había acumulado en su interior durante demasiado tiempo y ahora le dominaba. Estaba tan tenso que le temblaban las manos cuando bebió otro sorbo de café. Esperó un instante hasta que se calmó un poco, respiró profundamente y se sentó.
— Me agarré una depresión de tres pares de cojones. Me tiré semanas sin salir de casa. Mi chica terminó por marcharse, pensaba que había tenido una aventura porque me despertaba gritando tu nombre. Daba igual que intentara explicarme, que intentara contarla todo lo referente a ti. Cuando lo hacía todo sonaba de lo más ridículo, así que al final se cansó de mis pataletas y me dejó. Incluso probé un montón de drogas para intentar tener una visión de ti. Me coloqué hasta las cejas y lo único que conseguí fueron malos rollos y perder un montón de dinero.
Dailyn sonrió. Empezaba a entender lo que ocurría.
— Estúpido, sí, así me sentía y así me siento cuando recuerdo esos tiempos. Una vez hicimos una ceremonia en un bosque. Nos habías pedido que nos uniéramos para llamarte, así que alguien, ya no recuerdo quién, dijo que teníamos que verter unas gotas de nuestra sangre en un caldero para que se fundieran nuestras esencias. Coño, lo que dolió. Menudo montón de mierda. Para lo que sirvió, bien podíamos haber meado todos en un cubo. Al menos no habría dolido tanto.
Dailyn contenía la risa. Lo intentaba con todas sus fuerzas, pero cada vez era más evidente que no se podía aguantar. Cerraba los labios con fuerza, pero ya empezaban a temblar de forma descontrolada.
— ¿Te parece gracioso? ¿Te parece gracioso, joder?
Pero incluso Devan estaba empezando a sonreír. Se estaba dando cuenta de lo ridículo que sonaba, lo ridículo que sonaba todo. La estaba culpando de… ¿de qué? ¿De no haber cumplido sus expectativas? ¿De haberle engañado? ¿A un espíritu eterno al que habían dado forma a base de leer libros y de imágenes mentales? Lejos de enfadarse, suspiró resignado cuando Dailyn rompió en carcajadas, ya sin intentar contenerse, y se empezó a retorcer de risa en el sofá.
“Lo que tiene uno que aguantarle a su dios”, pensó, “no lo sabe nadie”.
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