lunes, 11 de julio de 2011

Los que se resisten a morir (quinta entrada)

Siento escribir tan despacio. La culpa es de... hummm.... de..... ¡del gobierno! ¡y del calor! ¡y de tener la cabeza en otro sitio! pero dentro de poco volveré de vacaciones fresco y lozano, y el blog recibirá entradas con más frecuencia.


Recuerda que la historia no está pensada para un formato de blog. Y de nuevo te agradezco tus sugerencias y comentarios porque gracias a ellos voy introduciendo cambios y mejorando.


"Mejorar". Curiosa y maldita palabra.


Devan se encontraba sentado en su cama. La puerta de la habitación estaba cerrada, y eso era algo poco habitual, ya que Sopa estaba acostumbrada a entrar y salir a su antojo. Pero Devan quería cambiarse de ropa antes de salir a conocer a los amigos de Dailyn, amigos o lo que fueran, porque dudaba de que las cosas a su alrededor fueran tan sencillas. Esos que no mueren, había dicho ella.

No quería que ella lo viera desnudo. Vanidad de alguien a quien le quedan pocas cosas que perder. Se miró a sí mismo, sentado, en ropa interior pero con los calcetines todavía puestos.
“Un hombre desnudo con calcetines es lo más ridículo que hay”, pensó, y se los quitó.

Aunque las experiencias de los últimos meses le habían hecho perder bastante peso, aún le quedaban unos michelines bastante antiestéticos en la cintura. Los odiaba.

“Cuando soñé con Dailyn por primera vez”, pensó de nuevo en silencio, “era un adolescente con los abdominales marcados y un buen tipo. Nunca pensé que llegaría a envejecer. En eso acerté. No voy a llegar a viejo”.

Recordó la primera vez que tuvo una visión de Dailyn, junto al pequeño grupo de amigos que se convirtieron en los incondicionales, en los creyentes, formando un círculo con las manos entrelazadas. No sintieron que la energía fluyera a través de ellos, como se suponía que tenía que pasar, pero todos tuvieron la misma visión de ella. Fue muy hermosa.

Y como la mente es un poco perra, justo después de ese recuerdo le vino a la cabeza una conversación y unas palabras que había escuchado hacía, en comparación, muy poco tiempo:


SINTOMAS DEL TUMOR QUE VA A MATARTE EN UNOS MESES
(Aunque dicho con otras palabras más suaves e imprecisas)

Mareos.
Dolores de cabeza.
Náuseas. Y aquí termina toda semejanza con una gripe. Ja, ja.

“Ja, ja, médico de los cojones”, fue la silenciosa respuesta.

Desorientación.
Pérdida de memoria.
Y, ocasionalmente, quizá en último extremo, alucinaciones.

Alucinaciones.

Alucinaciones, sí, como la que se encontraba en el salón haciendo ronronear a Sopa


— Dailyn…

— ¿Sí, Devan?—respondió ella desde el otro lado de la puerta.

— ¿Eres real? ¿O sólo una fantasía de mi cerebro enfermo? Porque sigo dudándolo, aunque tengas camareras y gatos como cómplices.

— ¿Las diferencias son tan importantes, Devan? El mundo no es tan diferente para un loco que para un cuerdo, ¿sabes?

Dailyn abrió la puerta, entró en la habitación y se acercó a él. Ella sonreía, pero él se encontraba muy pálido y con una expresión extraña, a medio camino entre la sorpresa y la resignación. Puso sus manos en las mejillas de él, que se encontraban sucias y húmedas.

— Estoy aquí, Devan. Aquí, contigo. No puedes saber si soy más real que el resto de tus percepciones, porque en el fondo eso es todo lo que eres, una percepción. Soy parte de ti y parte del mundo. Soy la respuesta a una pregunta que no te atreves a hacerte a ti mismo.

— Eres como una galleta de la fortuna —respondió—, con tus frases enigmáticas y ambiguas. Tendrías futuro escribiendo en la sección de astrología de una revista.

Dailyn salió de la habitación y cerró la puerta con algo de fuerza. No llegó a ser un portazo de los de “me estás empezando a enfadar”, sino más bien de los de “no me voy a enfadar contigo aunque quieras”.

Y Devan, en silencio, se dio la vuelta y comenzó a arreglarse. Cuanto más real le parecía ella, más rabia sentía. Era irracional, y estúpido y egoísta, pero en vez de maravillarse por haberla encontrado sólo podía sentir rencor hacia ella por no haber aparecido antes en su vida. Detestaba sentir eso.

Cuando terminó se miró al espejo. Lo que vio le gustaba, tenía buen aspecto. Se había puesto una chaqueta de cuero que hacía años que no sacaba del armario, lo que le daba un cierto aire caducado, como de carroza prematuro. Él lo llamaba elegante y ochentero. En su defensa hay que decir que nunca tuvo un gusto muy cuidado para vestir.

— Al infierno con todo —terminó por decir en voz alta—. Sigo vivo, y me da igual si estoy alucinando.

“Al fin y al cabo, conocer a Dailyn siempre dije que sería alucinante”, pensó, pero era un chiste tan malo que no se atrevió a decirlo en alto. Así que salió de la habitación, cogió las llaves y la cartera y se preparó para salir.

— Cuando quieras, oh diosa de la Naturaleza y el amor verdadero.

— Gracioso —respondió ella con una sonrisa.

Había dejado de llover y el aire parecía más limpio, aunque del asfalto subía un olor desagradable, como de basura mojada.

“La ciudad entera es basura”, pensó Devan al pisar la calle.

— A mí me gusta esta ciudad, no está tan mal —dijo ella.

— ¿Me has leído la mente? —preguntó Devan, sobresaltado.

— ¿Perdona?

“Yo no puedo escuchar palabras, Devan, sólo emociones”, había dicho ella. El se dio cuenta de que estar al lado de alguien que sabe lo que sientes es igual de incómodo que estar con alguien que sabe lo que piensas. O quizá más. Se dio la vuelta, se agachó y la miró fijamente a los ojos.

— ¿Qué estoy pensando ahora mismo?

— ¡Que en el fondo no te caigo tan mal! —respondió ella, sonriendo como un niño que ha resuelto un acertijo.

Devan frunció el ceño y se levantó. Estaba pensando que Dailyn era tonta como la niña que aparentaba, pero tuvo que reconocer que algo en su interior sonreía cuando ella lo hacía.

“Jodido profesor Xavier en miniatura”, pensó en silencio.

— Vamos, te sigo —dijo al final en voz alta—. Vamos a ver a esos amigos tuyos.

Y eso hizo durante un buen rato, seguirla. No parecía que fueran a ningún sitio en concreto, era como si pasearan sin rumbo fijo. A Devan no le extrañó que vagabundearan, porque ya se había imaginado que no irían a un lugar concreto, que no se iban a encontrar a un inmortal en la calle tal número cual. No intentó memorizar el recorrido, los libros le habían enseñado que a ese tipo de personas, las no terminan de pertenecer al mundo de los vivos, uno no las busca: te encuentran ellos a ti. Claro que nunca se había encontrado con ninguno. En un momento dado, ella le agarró de la mano y tiró con un poco de prisa, como si fuera una niña a quien su padre está llevando a comprar un helado.

— ¡Vamos, Devan, que ahora ya estamos cerca!

Entraron en el portal de una casa antigua, de esas con pinta de haber sido muy lujosas en el pasado pero que tienen ascensores abiertos y baldosas viejas. Ya habían pasado antes por delante sin dedicarla ni una mirada, parecía que había que encontrar no sólo el lugar, sino también el momento adecuado. Bajaron por las escaleras hasta un primer sótano. Allí llamaron al ascensor y, cuando entraron, Dailyn pulsó el botón del sótano. No había escaleras que bajaran más aún, pero el ascensor sí lo hizo. Bajaron a oscuras unos segundos, se detuvieron y se abrieron las puertas.

Devan esperaba encontrarse una decoración siniestra. Sin embargo, un pasillo bien iluminado los condujo hasta un salón grande, más parecido a una cafetería del siglo XIX que a una mansión gótica. Estaba amueblada con varias mesas, una televisión enorme y un par de sillones que parecían cómodos. Dos hombres se encontraban sentados, uno leía un libro y el otro veía una película en la pantalla. Devan la reconoció. Era Entrevista con el Vampiro.

“No puede ser”, pensó. Y le asomó una sonrisa involuntaria.

1 comentario:

  1. máquina eres, pensé en poner otro nombre en el perfil para publicar el comentario, pero primero veremos cómo evoluciona la historia ...

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