lunes, 24 de octubre de 2011

Los que se resisten a morir (decimocuarta entrada)


Cuando comencé a escribir esta historia, dije que en ella aparecerían vampiros. 

No está saliendo como esperaba, pero... quizá, sólo quizá, todos sus personajes tengan algo de vampiro, de parásito que persiste a costa de la esencia y la vida de otras personas.

Incluido, por supuesto, el tumor.

Así nos va, Devan. Sobrevivimos sin conocer el precio.



Su siguiente movimiento tuvo que esperar dos días, el tiempo que tardó en encontrarse suficientemente fuerte como para salir de casa. Su cuerpo se quejaba del tratamiento y Devan empezaba a sospechar que no viviría para terminar las 8 sesiones de quimioterapia previstas, así que salió de su casa en cuanto pudo.

Durante esos dos días había recopilado todas las noticias sobre altercados producidos en bares de la ciudad durante los últimos quince días. Descartó aquellos en los que daban suficiente información como para saber que no se trataba de la pelea entre el viejo y Eliah, y redujo la lista a cinco. La suerte estaba de su parte, ya que se encontraban relativamente cerca unos de otros y podría visitarlos todos la misma tarde, si le daban las fuerzas.

Lo primero que notó fue que había mucha gente por todas partes. Tardó un poco en darse cuenta de que era viernes. No lo había previsto y le molestó, porque sería más difícil preguntar a los camareros y charlar de forma casual con ellos para obtener información. Se imaginaba a sí mismo acodándose en una barra, sacando una foto (que no tenía) y preguntando “¿has visto a este hombre?” mientras deslizaba un billete de 20 hacia el camarero.

Luego pensó que, al fin y al cabo, ni era un policía buscando información ni un detective privado de los que salen en las películas. No tenía que andarse con rodeos ni preocuparse por que descubrieran sus intenciones. Si decía a alguien quién era en realidad Eliah, tenía muchas probabilidades de que

a) no le creyeran
b) le invitaran a otra copa
c) le echaran a patadas por hacerse el gracioso

así que se lo tomó con calma e intentó relajarse. Cuando llegó a la puerta del primer bar de su lista dudó antes de entrar, porque no terminaba de ver claro a dónde podía conducirle encontrar a Eliah.

La duda no duró más que un instante. “Al infierno con todo”, pensó. Entró, se pidió una cerveza, preguntó a los camareros, le contaron que la pelea sobre la que había leído en el periódico había sido entre dos chicos de por allí, de los habituales. No era el lugar que buscaba, así que salió de allí dándoles las gracias.

Sí que ha sido fácil”, pensó. “A por el siguiente”.

En el siguiente lo tuvo mucho más difícil. Era un bar de copas que se había convertido en un referente para la gente joven, formal y bien vestida. Acababan de abrir, y estaba casi vacío.

Pero... ¡vaya mierda de sitio!”, pensó Devan.

La camarera miró su chaqueta de cuero, luego su cabeza afeitada, y luego bajó la vista hasta sus botas de chúpame-la-punta, que habían salido de su caja por primera vez en casi diez años. Se había dado la vuelta para atender a otros clientes que no estaban en la barra antes de que Devan abriera la boca.

Se le presentaron dos opciones. Una de ellas, la más guapa y atractiva, era ponerse chulo, jugar su papel de tipo duro en un bar pijo, preguntar a la gente que había por allí con cara de pocos amigos, y que saliera el sol por donde tuviera que salir.

La otra opción no era tan cool, pero sí tenía un cierto toque interesante y sexy.

Debería dejar de pensar en mis opciones como si fueran mujeres”, pensó. Luego se decidió por la última de ellas y llamó a la camarera con una voz suave y amable.

Perdona —dijo—. Disculpa...

La camarera terminó de secar los vasos, de mirar el ordenador para seleccionar música, de limpiar la barra y de buscar a gente a la que poder atender, y luego ya se dirigió hacia Devan.

¿Qué quieres?

Una cerveza y algo de información. Verás, estoy buscando a un chico que...

La chica se marchó dejándole con la palabra en la boca. Volvió con un botellín abierto de una marca que Devan no conocía, y se lo sirvió en una jarra enorme.

Ocho.

Devan se la quedó mirando mientras sentía que se esfumaba su amabilidad, sus ganas de conversar y la confianza con la que había entrado.

Ocho. Ya. ¿Incluye que me escuches un segundo para ver si me puedes ayudar?

No —respondió ella.

Devan sacó un billete de diez y se lo dio con su mejor sonrisa.

Siento haberte molestado, puedes quedarte la vuelta. Saluda a Eliah de mi parte.

Estaba saliendo por la puerta cuando la camarera salió de la barra y le retuvo suavemente por el brazo.

Oye, espera. Siento haber sido tan... Bueno... No sabía que eras amigo de Eliah.

Devan sonrió, tanto por fuera como por dentro. La segunda opción no había sido tan mala después de todo. Entró de nuevo, se tomó la cerveza y charló un rato con la camarera. Se enteró de que Eliah era un chico joven, atractivo y podrido de dinero, que había aparecido por el bar por primera vez hacía un par de meses. No había tenido ninguna pelea con ningún anciano, eso tenía que haber ocurrido en otro bar. Se había ganado las simpatías de todo el mundo a base de propinas y de invitaciones, y también por el entrañable motivo por el que estaba en la ciudad. Buscaba a su hermana pequeña, que vivía con un tipo mayor que la había engañado y poco menos que secuestrado.

A Devan, cuando escuchó la obvia referencia a Dailyn y confirmó que un espíritu inmortal con instintos homicidas la estaba buscando, se le hizo un pequeño nudo en el estómago. “Será hambre”, pensó, y después de despedirse con la promesa de volver en breve, se fue a cenar algo antes de ir al siguiente bar.

Mientras se tomaba una porción de pizza y una cerveza de lata en un banco, pensó una vez más en lo que estaba haciendo. “Sólo quiero conocer a ese tipo”, se mentía, “para saber si es tan malo como lo pintan”. En un arranque de sinceridad, su subconsciente añadía “y si es así, para asegurarme de que no pueda hacer daño a Dailyn”.

En el tercer bar en el que preguntó se llevó una sorpresa.

Hola Devan –dijo una voz conocida–. No esperaba verte por aquí. Todavía vivo, quiero decir.

Devan suspiró antes de volverse. El tampoco esperaba ver a nadie conocido.

Hola, Andros. Siempre es un placer verte.

¿Por qué mientes cada vez que nos encontramos? –respondió él con una sonrisa. Y Devan sospechó que, a pesar de sus reparos, el chico no era un mal tipo después de todo.

Charlaron un rato y Devan, sorprendido por lo fácilmente que se estaba abriendo a Andros, le contó todo lo que le había ocurrido desde la última vez que se vieron en la fiesta de su casa.

Conozco la historia de Eliah —dijo Andros—, y hace unos días un chico tuvo aquí una pelea con un viejo. Es un tipo al que no había visto nunca hasta hace un par de meses. El chico, no el viejo. Se ha convertido en un habitual, me lo encuentro a menudo, pero no pensé que sería el Eliah de Dailyn. No son buenas noticias. Si Dai es todo amabilidad y dulzura, ese tipo es todo lo contrario. No me daba buena espina y procuraba mantenerme alejado de él... Ahora entiendo por qué. ¿Otra cerveza?

Otra –respondió Devan. –¿Crees que puede ser un peligro para ella? ¿O para la gente que esté con ella? No la veo desde la fiesta y... Bueno, entre nosotros, me preocupa un poco. No es que la necesite a mi lado ni nada de eso, pero sí me gustaría asegurarme de que la va bien.

Claro que es un peligro para Daylin. Puede matarla, a ella y a cualquiera de nosotros. Su esencia reside en el cuerpo de una niña y es muy frágil. Si Eliah diera con ella ahora... Digamos que tardaría mucho tiempo en recuperarse. Si es que llega a hacerlo.

¿Y Zazu no puede defenderla? ¿Tan fuerte es Eliah?

Su cuerpo es el de un ser humano, pero es muy fuerte y muy hábil –dijo Andros.– Todos sus movimientos son precisos hasta la perfección, así que posiblemente sea el tipo más peligroso que existe. Y no te puedes fiar de Zazu, deja sola a Dai muy a menudo... Yo tampoco la he vuelto a ver desde aquel día, pero mi relación con ella siempre ha sido un poco tensa, ya sabes. No la gusta mi forma de vida ni lo que hago para... bueno, para mantenerme fuerte.

¿Y eso? ¿No hacéis lo mismo Néstor y tú?

No del todo, en realidad... Lo único que necesito es alimentarme como cualquier otra persona, ¿sabes? Puedo pasar sin... sin matar a nadie. Pero poco a poco me voy sintiendo más débil, más cansado. Néstor vive con esa debilidad, la acepta y tira con ella. Yo no puedo, no soporto ser tan frágil como... como cuando era normal.

¿Y no puedes, no sé, alimentarte con bolsas de sangre o algo parecido?

Pero tío, ¿qué te crees que soy? –dijo Andros.–¿Un vampiro?

Eh... Sí, eso pensaba. Lo siento, no sé por qué me había dado esa impresión –respondió Devan.

No te preocupes. En realidad tienes razón, ¿sabes? Soy un jodido vampiro, como los de las películas, pero no me alimento de sangre, sino de vida. No necesito tu hemoglobina, sino tu esencia, humano frágil y debilucho –dijo con una amplia sonrisa.

Sus colmillos no eran más grandes de lo habitual, pero por alguna razón a Devan le parecieron más brillantes, más afilados y con más mala leche que el resto de sus dientes. Como ya lo había asumido hacía tiempo, la revelación de Andros no le sorprendió del todo, aunque sintió un escalofrío por todo el cuerpo.

Será frío”, pensó, y después de despedirse y de quedar para verse allí otro día, Devan decidió marcharse a casa. 

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