¿Conoces esa frase que dice que si
crees que bebes demasiado, es que bebes demasiado? Con el arte ocurre
justo al contrario: Si crees que eres un artista, es que no lo eres.
Y ahora las explicaciones.
Como en todo artículo de este tipo, lo
primero sería definir lo que es “arte”. Ya hay muchos libros
dedicados a ese tema y personas mejores que yo lo han intentado sin
conseguirlo, así que vamos a usar una definición simple y parcial,
pero que (creo yo) no se aleja demasiado de la realidad.
“Arte” es el resultado de unir
talento creativo y técnica en una obra capaz de generar emociones.
Parece sencillo, ¿verdad? Pues no lo
es tanto.
Para empezar, una obra artística debe
unir el talento creativo (una buena idea) con la técnica
(conocimientos adquiridos con la práctica, con el aprendizaje o
desarrollando un don natural). Es decir, que algo bien hecho, como
copiar un cuadro, no es arte: es talento para pintar. Y algo creativo
pero sin técnica, como manchar un lienzo tirando botes de pintura al
azar, no te va a dar de comer, a no ser que antes te hayas labrado
una fama y tus obras se vendan solas. No suele ocurrir.
Noche en el hotel (Abstracción en blanco y negro) - Salvador Dalí 1965
Esa definición excluye a los bodegones
de la definición de arte, por ejemplo. No nos vamos a perder en
detalles y vamos a zanjar ese tema con una afirmación subjetiva
pero eficaz: Es cierto, los bodegones son cuadros cuya calidad suele
ser proporcional a la habilidad del autor. Artistas de verdad hay
pocos, y a veces se confunde artesano con artista. Si pensamos en la
madera o la plata, por ejemplo, todos los artistas son artesanos, pero no
todos los artesanos son artistas. ¿Me explico? Y aclarando que
muchas veces es más interesante, loable y agradable el trabajo del
artesano (que siempre resulta útil, cosa que no ocurre con el
trabajo del artista), vamos a centrarnos en el tema.
Si crees que eres un artista, si tú te
defines a ti mismo como un artista, lo más probable es que estés
equivocado: no te corresponde a ti colocarte el letrero, eso es
responsabilidad de tu público, de las personas que usan o disfrutan
tu obra. ¿Y por qué? Por que tú no eres quién para decir que tu
obra genera emociones en los demás. Son los demás quienes deben
decirlo.
Por ejemplo, la sensación que te queda
en el cuerpo al terminar de leer “El amor en los tiempos del
cólera” es difícil de describir. Puede que no le ocurra a todo el
mundo pero, desde luego, es más fácil encontrar a alguien que diga
que sintió un vacío en el estómago al terminar ese libro que al
terminar “El código Da Vinci”. El arte y el éxito no tienen por
qué conocerse, dejaremos ese tema para otro momento.
¿A qué viene toda esta diatriba? A
que hay que desconfiar de todo aquel que se identifique a sí mismo
como un artista. En muchas ocasiones sus obras no son consideradas
como arte más que por otros “artistas” de su misma categoría,
por eso tienden a agruparse en círculos endogámicos donde se
dedican a ensalzarse sus obras los unos a los otros, pero no
consiguen que su calidad se reconozca fuera de su círculo de
amistades y familiares. Si les preguntas, te dirán que eso sucede
porque “su arte no lo comprenden”, que es la evolución artística
de la excusa “es que mi profesor me tiene manía”, es decir, una
mentira tan cierta como uno quiera creerse. La cruda verdad es que,
si nadie comprende tu arte, es que algo estás haciendo mal.
No quiero decir con esto que únicamente
los “artistas reconocidos” sean los que existen, ni que sean
artistas todos los reconocidos como tales. Nada más lejos de la
realidad, por supuesto. Por lo general, el mundo conoce a los
creadores cuya obra resulta económicamente rentable, sean artistas o
no. Ese es, de nuevo, otro tema para otro momento.
¿Se puede sacar alguna conclusión de
una afirmación tan plagada de excepciones? En los artistas que me
llaman la atención se repiten dos características: Primero que son
humildes. Y segundo, que dedican mucho esfuerzo a sus obras. García
Márquez tardó meses en encontrar una frase apropiada para el
principio de “El amor en los tiempos del cólera”.
Era inevitable: el olor de las almendras amargas
le recordaba siempre el destino de los amores contrariados.
Aplicando este detalle a la literatura me doy cuenta de que no me gustan los escritores que
a) Hablan muy bien de sí mismos.
b) Usan un estilo innovador, rompedor,
marcando la diferencia desde el primer momento porque su literatura
es intensa y te hace pensar con cada frase.
Ni de lejos. Si tú eres de esos que
buscan escribir una frase profunda cada vez que se sientan delante de
un folio, piensa una cosa: Hay pocos autores que sean realmente
buenos y escriban de forma novedosa. Demuestra que dominas la técnica
y luego te podrás permitir el lujo de innovarla, pero no intentes
correr antes de aprender a caminar.
Si alguien me hubiera dado a mí este
consejo hace años, me habría resultado muy útil.
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