Todo llega...
La
vida, para Devan, se podía medir en intervalos de tres semanas, que
era el tiempo que transcurría entre las sesiones de quimioterapia.
El universo de un enfermo gira en torno a sí mismo. Análisis,
visita al oncólogo, sesión de quimio. Más análisis, más citas,
más médicos. El sistema funcionaba, y hasta un cínico como él
admitía que las cosas habían mejorado mucho para los enfermos de
cáncer. Tuvo un par de charlas con voluntarios que se paseaban por
las cabinas y las habitaciones de los afectados, hablando y ayudando
a aceptar la realidad a enfermos y familiares. En un par de ocasiones
le dijeron que su forma de luchar (de luchar, de perder y de aceptar
la derrota) era algo muy llamativo y que podía hacer mucho bien a
los demás si lo compartía, así que se armó de valor y realizó un
par de visitas a los deshauciados, los que no tenían ni tratamiento
ni fuerzas para volver a sus casas y pasaban sus últimos días
escapando del dolor y la lucidez con analgésicos y con los últimos
abrazos de los familiares.
Le
fue mejor de lo que esperaba, sobre todo con los niños. El cáncer
en un cuerpo que está creciendo se reproduce de forma totalmente
incontrolada, y sus efectos aparecen con una rapidez sobrecogedora.
El ánimo y las ganas de vivir, sin embargo, no se ven tan afectadas.
“No sabéis lo que os vais a perder”, bromeaba Devan con ellos,
“y no podéis valorar lo que os queda por vivir. Pero ¿sabéis
una cosa? Lo que cuenta es lo que vives, no lo que te pierdes. Yo me
pierdo cada vez en que entro en el hospital, ¡no se lo contéis a
nadie!”. El personal sonreía porque con su imagen de torpe y
despistado hacía reír a los niños, pero cuando no miraba nadie les
hablaba de Dailyn, que también era una niña, de Néstor y Andros,
que para ser vampiros no eran mala gente, y de Zazu, que era muy
fuerte pero muy cobarde y por eso les caía mal a todos. Les hablaba
de Sopa, que también estaba enferma pero que no la importaba
mientras tuviera sus caricias y su jamón cocido por las mañanas. Y
cuando le preguntaban dónde estaban cada uno de ellos, a veces
respondía la verdad y a veces se lo inventaba.
–En
realidad da igual dónde esté Dailyn ahora –dijo en una ocasión a
Rapunzel, que es como él llamaba a una niña de ocho años que
acababa de perder su melena rubia–, porque yo sé que sigue viva,
que Eliah todavía no la ha encontrado y que la veré otra vez antes
de morirme.
–¿Cuándo?
–preguntó ella.
–Pues
no lo sé. Pero me he prometido a mí mismo que quiero conocer a
Eliah y asegurarme de que no la haga daño. Y los caballeros siempre
cumplimos nuestras promesas, no como ellos.
–¿Como
quienes?
–Como
los dioses y los adultos, Rapun. Los caballeros y los niños no
podemos mentir, porque entonces nos convertimos en adultos o en
mentirosos, y ya hay suficientes de todos ellos en el mundo, ¿verdad?
Rapunzel
sonreía sin saber muy bien si creer a ese señor tan raro que
hablaba de los adultos como si él no fuera uno de ellos, pero era
una niña que aún no había dejado de creer en hadas, princesas y
monstruos. Además, una noche soñó con Dailyn. No fue una visión
sino un sueño normal y corriente, pero para ella fue suficiente, y
desde ese día intentó acordarse de todo lo que Devan la había
contado. Su leucemia siguió su curso, pese a todo.
Con
los familiares, sin embargo, Devan no se encontraba cómodo. Como él
era un enfermo, no lo trataban del mismo modo que a los demás
voluntarios y consejeros que se prestaban a ayudarles. Cuando
hablaban con él a veces detectaba un pequeño rechazo, les recordaba
una enfermedad y una mortalidad de la que querían alejarse, y a
veces también le trataban con lastima o aún peor, con
condescendencia. Aprendió pronto a ignorar a ese tipo de familiares,
y sólo hablaba con ellos cuando se acercaban y mostraban un interés
real en lo que estaba haciendo. Tardó poco tiempo en labrarse una
pequeña fama, y tanto los médicos como los enfermos se
acostumbraron a sus rarezas, a sus historias, y a llamarle Devan. De
un modo u otro animaba a los pacientes y les hacía pensar en algo
más importante que su enfermedad. Hizo más amigos en dos meses de
hospital que prácticamente durante toda su vida anterior.
Pasó
el tiempo y llegó el frío. Mientras se recuperaba en su casa de su
sexta sesión de quimio, durante la segunda noche (que en su caso era
mucho peor que la primera), arrodillado en el inodoro mientras las
náuseas hacían su trabajo, Devan sintió que había llegado el
momento. No fue una visión mientras dormía, ni una revelación que
llegara con las primeras luces del amanecer. La sensación de que
Eliah y Dailyn estaban cerca, no de él, pero sí de un momento
cercano en su vida, le sorprendió vomitando en ropa interior.
Mientras jadeaba y se limpiaba sudor y lágrimas de la cara, sintió
el roce suave de Sopa entre sus pies descalzos.
–Sopa,
cariño –la dijo con voz entrecortada–, creo que me voy a morir
hoy.
Me gusta. Entré aquí por casualidad y me enganché leyéndolo. ¿No has escrito más? Un abrazo.
ResponderEliminarHola,
EliminarCambié de blog y retoqué el relato varias veces... Humm...
Hagamos una cosa. Déjame un email en eduardo@relatosymentiras.com y te envío la versión corregida y completa en pdf, o en el formato que mejor te venga...
Gracias por leer :-)
también lo subiré a www.relatosymentiras.com pero no puedo dejarlo de forma indefinida, lo tengo que retirar a los pocos días... por eso creo que es mejor si te lo envío.
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