lunes, 12 de septiembre de 2011

Los que se resisten a morir (décima entrada)


La mayoría de la gente que lee esta historia me habla bien de ella. 

(¡Sí, eso va por ti, así que muchas gracias!)

Quizá resulta amena y entretenida, o quizá la personalidad de Devan y Dailyn tiene algo que ver. Los sentimientos que me inspiran, desde luego, son intensos. Si logro transmitir una fracción de esa intensidad, habré cumplido uno de mis objetivos. 

Otro de ellos es disfrutar con lo que hago. Eso ya lo estoy consiguiendo. 

Felicidades, Devan, y... ¡sorpresa!




Pasó unos cuantos días más en el hospital y, cuando salió de allí con la cabeza aún vendada, miró al cielo encapotado y recordó la lluvia que caía cuando lo ingresaron. “No llueve eternamente”, pensó, y se dirigió hacia el taxi que le esperaba para llevarle a casa. El trayecto se le hizo muy corto, como si viera la ciudad con nuevos ojos. La ciudad era la misma, así que el cambio se había producido en él.

Cuando llegó a su casa, abrió la puerta y le dio las gracias al conductor.

Oiga, las gracias están muy bien, pero no me ha pagado.

Uy, perdón —dijo, pensando que quizá no había cambiado tanto—. Estaba despistado, disculpe.

Ah, el hogar y la vieja sensación de ser un idiota. ¡Cuánto las había echado de menos! Subió las escaleras, abrió la puerta y entró. Cuando fue a cerrar con llave notó algo extraño. Al darse la vuelta, las luces se encendieron y, en medio de un montón de globos, el flash de una cámara y un par de serpentinas, recibió una de las peores bienvenidas que se le puede dar a un convaleciente de una operación.

¡Sorpresa!

Allí se encontraban un par de compañeros de su trabajo, los vecinos de la escalera, el camarero del bar de abajo, Néstor y Andros, un tipo al que no conocía y Dailyn. Sopa se encontraba bien repantingada entre sus brazos.

Ejem... Qué bien. ¿A quién tengo que matar?

Pero no le escucharon, claro. Le empujaron hasta el salón, donde ya empezaba a sonar algo de música. Se abrieron algunas cervezas y alguien le puso una en la mano.

Era sin alcohol. “Cabrones detallistas”, pensó.

También había patatas, algunos aperitivos y una tarta que, la verdad, tenía pinta de estar deliciosa.

La he hecho yo —dijo Aurora, la vecina de veinticinco años con un problema de sobrepeso—, y no tiene nada de azúcar. Todo edulcorantes naturales.

Yo he traído la cerveza, es toda sin alcohol, aquí o jugamos todos o rompemos la baraja —intervino Ismael, un compañero del curro. Devan vio al fondo a Néstor que, a pesar de las buenas intenciones de la gente, estaba abriendo una botella de vino.

Todos se fueron acercando a saludarle, a preguntar por su salud y a darle un apretón de manos, dos besos o incluso un par de abrazos esporádicos.

No voy a comportarme como un imbécil desagradecido otra vez”, pensó, porque algunas personas en las que él apenas si había reparado, como los vecinos o los compañeros, estaban mostrando un interés sincero por su salud. Incluso el camarero del bar le dedicó un rato de su tiempo antes de bajar de nuevo a atender su negocio. Devan se sintió apreciado, querido por gente que hasta ese momento eran desconocidos, y poco a poco se le fue pasando el monumental cabreo que le había entrado al ver al fiesta sorpresa.

Al cabo de un par de horas de explicar con detalle su enfermedad y el tratamiento, de un par de chistes malos y de reírse contando las conversaciones con su compañero de habitación, la gente comenzó a marcharse. Primero los vecinos y los compañeros, y eso Devan lo agradeció mucho porque era con quienes se sentía más incómodo. No le ocurría eso con Néstor o con Zazu, el amigo de Dailyn al que había conocido esa misma tarde. “Aquí la gente tiene unos nombres de lo más pintorescos, jaja”, había dicho Aurora. Zazu, que era un tipo alto, de mediana edad, fuerte y atractivo, la dijo algo al oído que la hizo reír y sonrojarse al mismo tiempo.

Andros parecía sentirse muy cómodo. Se encontraba de buen humor e incluso trató a Devan con una cierta amabilidad que no parecía forzada. Sabía perdonar. “Un punto a su favor”, pensó. Para compensarle, fue a su encuentro y lo rescató de Dailyn, que intentaba bailar de nuevo con el. Devan sabía reconocer a un bailarín pésimo, de los que odian cualquier tipo de respuesta a la música que no sea mover los pies, chascar los dedos o agitar la cabeza, ya que él era el peor de todos. Se acercó, le rodeó los hombros con un abrazo de los de colegas de toda la vida, y lo llevó junto a la cadena de música para que pusiera algo animado. Andros se lo agradeció con una sonrisa silenciosa y se dedicó a elegir una canción de cada cd que encontraba.

Me vengaré de ti por esto —le dijo a Dailyn cuando pudo cruzar dos palabras con ella, por primera vez desde que entró en su casa—. Cuando menos te lo esperes te organizaré una fiesta con el coro de la iglesia local, y le diré al párroco que quieres cantar con ellos.

Era lo mínimo que podía hacer por ti —respondió ella—. Me alegro de verte en casa. Además te tenía que presentar a Zazu.

Amigo tuyo. Como Néstor. Espero que sea humano, al menos.

Bueno, más o menos. Algunos de sus sentimientos son de lo más humano,

Con esa respuesta, como no podía ser de otro modo, Devan levantó una ceja y se prometió tener cuidado con él, por un lado, y no aceptar ni una sola copa de vino de nadie, por el otro.

Néstor y Andros no tardaron en marcharse. Se despidieron con un abrazo que le sorprendió.

Dailyn se fue con Sopa a la cocina. La gata no disfrutaba de las reuniones con mucha gente, sobre todo porque consistían en un montón de ruidos incómodos y de personas que no la trataban con el cuidado al que estaba acostumbrada, y se había escondido en la habitación hasta ese momento en el que había aparecido reclamando su cena. A esas alturas, Devan no sabía muy bien si la encerrona había sido la fiesta o Zazu, que se sentó en el sofá con una cerveza (que sí tenía alcohol y había salido de la nevera de Devan) y suspiró lánguidamente, mirando al techo como diciendo “bueno, así están las cosas”.

Así están las cosas —dijo Zazu, y Devan no pudo evitar sonreír y pensar “muérete de envidia, Dailyn, que yo sí leo los pensamientos”—. 


Dai ya me ha contado tu caso prosiguió—. Quizá tú no te acuerdes de mí, pero nos conocemos desde hace mucho tiempo.

Devan hizo memoria. Se tenía que referir a los tiempos de las visiones y los sueños. Pero si algo sacaba de quicio a Devan en esas situaciones era que alguien dijera “yo te conozco” y se callara, esperando a que él respondiera “ah, qué bien ¿y de qué me conoces?”. Era una situación que le molestaba profundamente, y en un ¿espíritu? ¿dios? ¿loco peligroso? le irritaba aún más. Al igual que hizo con Néstor, sintió la imperiosa necesidad de plantarse en su sitio. Una de las características de las personas que sufren de una enfermedad terminal es que no tiene miedo de decirle a nadie lo que piensan.

Entonces estoy en desventaja —dijo—, y me parece una grosería por tu parte que vengas a mi casa, me digas que me conoces, y te quedes callado esperando a que yo diga algo. El tumor me ha vuelto un desagradable, me cuesta mantener a raya el cabreo que tengo con Dailyn por haberme ignorado durante años, y siento lo mismo hacia cualquiera que esté implicado en esa historia. Así que si vas a decirme algo hazlo, pero no me trates como a un idiota ni me hagas perder el tiempo.

Sopa maulló desde la cocina. Ese fue el único sonido que se escuchó durante unos segundos. Devan sabía que se había excedido y que hasta Dai, desde la cocina, estaba conteniendo la respiración. Ni le importó ni se arrepintió, porque de pronto había recordado a Zazu y la última vez que soñó con él.

No te trataré como a un idiota —respondió Zazu con seriedad—, si no te portas como tal. He venido aquí por respeto a Dailyn, a ti no te debo nada. Diré lo que tengo que decir y me marcharé. Y debes saber que si te consiento que me hables así es porque me encuentro en tu casa.

Viviré con ello. Y te hablaré como me de la gana, tanto en mi casa como fuera de ella. Claro que me acuerdo de ti, Zazu, soñamos contigo y apareciste en nuestras visiones justo al final, cuando intentábamos encontrar a Dailyn y verla en el mundo como yo la estoy viendo ahora, en carne y hueso, y no sólo en nuestras mentes. Tú eras el que nos iba a llevar hasta ella. Ejercerías de maestro, de gurú, y nos mostrarías el camino. A la hora de la verdad te escaqueaste, como todos. Jamás diste la cara ni apareciste ante nosotros. Así que mientras no te disculpes por haber faltado a tu palabra y haberme mentido, te trataré como alguien que no se merece mi respeto.

Dailyn entró en el salón con una bandeja, unas pastas y dos cafés calientes. Se encontraba seria y no dijo ni una palabra, pero se sentó junto a Devan, y él comprendió dos cosas: que la noche sería larga y que, de algún modo, ella le apoyaba.

Hay muchas cosas que desconoces, Devan, pero tienes razón en que quizá te deba una disculpa. Si me lo permites, te contaré una historia acerca de mi y de Dailyn. Estoy seguro de que te interesará, y a lo mejor cuando la termine comprenderás por qué no me presenté ante ti y por qué Dailyn se alejó de vuestras vidas.

Quizá me deba una disculpa”, pensó Devan. “Luego dicen que soy yo el arrogante”.

1 comentario:

  1. Bueno pues, me quedo con ganas de saber más de esta historia. Lo unico que me pasa es que,me cuesta quedarme con los nombres,como no son muy comunes tengo que concentrarme para saber quien es quien. venga `´animo, me gusta esta historia

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